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Sofía

Sofía resopló abriendo la última caja de libros. A un lado estaban los que ya había etiquetado el día anterior para ser devueltos. Gracias a Patricia les quedaba poco para terminar y sus padres estaban encantados. La nueva dependienta escuchaba atenta y seguía las indicaciones que le daba. Trabajaban deprisa, se compenetraban a la perfección y... Sacudió la cabeza. Tenía que concentrarse.

Colocaron el contenido de la caja en el carrito y se dirigieron hacia el estante en el que debían ser situados esos libros. Habían despejado una balda para ellos y subirían otros arriba.

«Tienes que dejar de mirarla así».

Era fácil decirlo. Patricia no se daba cuenta de su propio magnetismo. En ese momento, de espaldas a ella, subida a una escalera mientras ella le pasaba los libros pertinentes no podía parar de admirar la curva de su cintura cuando estiraba el brazo para llegar a las baldas.

—¿Queda alguno más? —preguntó la más joven desde lo alto.

—Ehm... no.

Patricia asintió y bajó los peldaños despacio. Estuvo a punto de resbalar en el último y Sofía se adelantó. Su mano actuó por inercia y rodeó la cadera de la otra chica por acto reflejo. Aspiró su aroma a canela y vainilla y estuvo a punto de jadear. El largo cabello ondulado de Patricia le hizo cosquillas en las mejillas y se apartó a toda prisa de ella.

—¿Estás bien?

—Sí, creo que no he elegido bien mis zapatos. —Señaló las botas.

Negras con algo de tacón. No se había percatado de la existencia del mismo porque llevaba unos pantalones algo acampanados.

Se fijó mejor en la morena; pese a los tacones, la chica era unos centímetros más baja que ella.

—Debería haberme subido yo. Menos mal que no te has hecho nada.

—Sí, menos mal.

—Chicas, vamos a cerrar —anunció Félix desde el mostrador.

Ambas asintieron y terminaron con sus tareas. Cuando la librería estuvo apagada y un agradable silencio inundó las estanterías, iluminadas de forma más tenue por la luz de las farolas exteriores, los padres de Sofía avanzaron hacia ellas.

—Estamos sorprendidos contigo, Patricia, es como si llevaras toda la vida trabajando de esto —sonrió Amparo.

—Sí, los libros me encantan —contestó la chica agradecida.

—¡Sofía! ¿Has puesto a Bestia? —preguntó Félix antes de encender las luces del escaparate que se quedaban toda la noche encendidas.

—Ay, no. ¡Voy! ¿Vienes, Patricia? Así sabes dónde está para cuando te toque.

Sin entender nada, la morena fue tras ella siguiendo la luz de su linterna del móvil. Tras el mostrador había una estantería en cuyo bajo había dos puertas. Sofía las abrió y mostró un robot aspirador.

—¿Bestia? —Patricia alzó una ceja sin comprender.

La rubia le dio al botón y explicó:

—Mi madre le compró una rosa muy especial a mi padre, era muy bella. La cogí para verla cuando este bicho estaba limpiando, se me cayó y se la zampó. ¡La destrozó! Así que...

—¿Bestia se comió a Bella?

Estallaron en carcajadas regresando junto al matrimonio.

—Mañana a la misma hora, entonces —indicó la mujer a la nueva dependienta.

Las páginas de una historia de amorWhere stories live. Discover now