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Patricia

Estaba acostumbrada a algunas de las librerías de la ciudad, y aunque varias eran grandes, ninguna como aquella. Y no porque fuera más grande que estas, sino por cómo era. Le recordaba a una que había visto por fotos, que decían que en ella se había inspirado J. K. Rowling.

Tenía dos plantas, la de arriba abierta a la de abajo. Por dentro era de madera, había escaleras de caracol y columnas que le recordaron a mundos de fantasía. Al fondo, en una esquina, vio sillones y cómodas sillas frente a mesitas, junto a amplios ventanales, donde podías disfrutar de un buen libro y un café, pues había una máquina también.

Había algunos pósters y estandartes colgados de los libros más famosos, y también la figura de un dragón que simulaba escupir fuego desde el segundo piso. Se quedó parada en la puerta, maravillada. Trabajar allí sería como estar metida en su propio libro. De hecho, pensó en incluir alguna biblioteca similar a esa librería.

—¡Bienvenida a la Librería de Hermiella! Veo que ya conoces a Mushu, el guardián de los libros.

«¿Mushu? ¿Como el de Mulán?».

Había un hombre tras un mostrador a la derecha, colocando objetos de merchandising que Patricia tuvo que hacer grandes esfuerzos por no mirar.

Se acercó al hombre con timidez.

—Em...

Él le sonrió de forma afable y Patricia se sintió invadida por una cálida sensación.

—¿Buscas algún libro en especial? La mesa de novedades está ahí —señaló un lugar central, donde los libros estaban colocados de forma llamativa y había algunos carteles que lograban acaparar la atención—, aunque si quieres otro libro, puedo buscártelo yo mismo.

—En realidad... buscaba... trabajo.

Nada más decirlo, se sintió tonta. Había ido allí sin un currículum, sin experiencia en nada, dado que lo máximo que había hecho había sido organizar la agenda de sus padres cuando ellos estaban hasta arriba de trabajo.

El hombre amplió su sonrisa.

—¡Amparo!

Desde arriba, se asomó una mujer con varios libros entre las manos y los miró. Él le hizo un gesto para que bajara.

Patricia agradeció que fueran tan solo las diez de la mañana y la librería se encontrara vacía. Ya era humillante recibir un rechazo, pero que fuera en público todavía más. Aunque para una negativa no se necesitaba la ayuda de nadie. ¿Por qué habría llamado a la tal Amparo?

—Esta muchacha está buscando trabajo. ¿Qué te parece?

La mujer la examinó, haciéndola sentir un tanto incómoda, luego sonrió y dio una palmada.

—¡Vienes que ni caída del cielo! Todavía no lo habíamos hecho público, pero queríamos buscar a una dependienta para las tardes.

Patricia estuvo tentada de gritar de alegría. Ello le permitiría asistir a clases en la universidad y compaginarlo con el trabajo.

—¿Tienes experiencia en libros?

—Me gusta mucho leer —dijo de forma automática, dándose cuenta enseguida de que aquello era una estupidez.

La pareja rio. La joven se dio cuenta de que no se estaban riendo de ella.

—Eso ayuda mucho en este trabajo. Hay que saber aconsejar a los lectores. —A Patricia no se le escapó que la mujer había usado esa palabra en lugar de «clientes»—. Siempre hay una primera vez, un primer trabajo, así que... ¡bienvenida!

El hombre, que se presentó como Félix, se unió a su mujer en la bienvenida y le estrechó la mano.

—Mañana podemos firmar el contrato. Pero, antes, debes saber algo muy muy importante.

—Muy importante —repitió Amparo.

Sus rostros se habían tornado serios.

—¿Sabes por qué se llama esta librería Hermiella?

Patricia lo había pensado nada más leer el nombre por primera vez, y aunque tenía una teoría, no estaba segura de que fuera la correcta. Un ligero temblor le recorrió el cuerpo por los nervios. Sin embargo, como la miraban esperando una respuesta, se lanzó:

—¿Por Hermione y Bella?

Sin mudar su expresión, el matrimonio se miró. Luego sonrieron y la felicitaron.

—Creo que vas a encajar muy bien aquí.

Y, realmente, Patricia se estaba sintiendo como en casa.

Las páginas de una historia de amorWhere stories live. Discover now