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Sofía

Las estanterías se extendían a su alrededor como colosos, repletas a rebosar de libros. La chica arrastraba un carrito, concentrada en su trabajo. Estaba cargado hasta los topes de las novedades del mes, así que dejó atrás esa parte de la librería y se dispuso a colocarlos en la mesa reservada para ellos.

Se quedó embelesada mirando la portada de una de las últimas novelas que habían llegado: era preciosa. Echó un vistazo rápido a su alrededor y mordiéndose el labio leyó a toda prisa la sinopsis.

«Otro libro que vas a desear, Sofi», se dijo con un suspiro.

Trabajar en una librería era el sueño de cualquier ratón de biblioteca, hasta que comprendías que no podías quedártelos todos. Retiró las anteriores novedades con diligencia, intentando comportarse como un robot —no le funcionó demasiado bien y dejó cinco libros separados en un nivel del carrito, con la esperanza de poder comprarlos— y para cuando despejó el lugar empezó con su siguiente tarea.

Se alegraba de que cada vez había más autores nacionales entre los libros que traía la librería. Aunque ella no escribía, sí soñaba algún día con tener su propia editorial, y estaba estudiando para ello. Se fijaba en detalles de maquetación en los que otros no reparaban y fantaseaba con diseños bonitos para los inicios de capítulo, portadas que transmitieran lo que el libro contenía...

—¡Sofía!

La voz de su madre la sacó de su ensoñación. Se ajustó las gafas de pasta oscura y alzó los ojos verdes hacia la mujer que avanzaba entre los estantes.

—Está quedando muy bonito —observó Amparo deslizando sus ojos críticos sobre el trabajo de su hija.

—Gracias, mamá.

—¿Y esos cinco que has separado? —Una ceja se alzó y una media sonrisa estiró sus labios pintados con carmín.

—Pues...

A Sofía no le dio tiempo a responder, puesto que la mujer se inclinó y se puso a repasarlos con la mirada.

—Tienen muy buena pinta. En los jardines del té, este tengo que leerlo. Uy, ¿y este? Esa chica me vuelve loca. —Alzó y bajó las cejas deprisa.

—¡Mamá! —se quejó la más joven.

—¿Qué andáis tramando?

«Salvada por la campana».

Su padre acababa de terminar de hacer caja y se acercaba a las dos mujeres. Era un hombre alto, cuyo cabello rubio ya escaseaba, y compartía con su hija la mayoría de rasgos. Los ojos verdes, la nariz ligeramente aguileña, los labios gruesos; eran como dos gotas de agua.

Para compensar, su hermano mayor, Lucas, era una copia exacta de su madre.

—Tu hija vuelve a querer llevarse media librería —rio Amparo, dejando un nuevo libro de Sanderson entre las novedades.

—Ay, ratoncita, será mejor que no te gastes todo el sueldo en el mismo lugar que lo ganas.

Pero Félix también llevaba bajo el brazo dos libros recién adquiridos.

—No eres el más indicado para decirme eso —señaló Sofía.

—¿Participé en la creación de esta niña? —se quejó Amparo en broma.

—Ya lo creo que sí —ronroneó él.

—Oh, no hagáis eso.

—¿Hacer qué? —Félix tomó a su mujer de la mano con fingida inocencia—. Por hoy ya basta de trabajar. ¿Nos vamos?

—Pues... —Amparo bajó la vista—. Todavía hay trabajo por hacer, pero...

Hacía meses que barajaban buscar un dependiente, pues la carga de trabajo era cada vez mayor. Antes, Lucas también ayudaba en el negocio familiar, pero sus estudios ocupaban ahora gran parte de su tiempo.

—¿No deberíamos contratar a alguien? —sugirió Sofía, como si hubiera leído la mente de su madre, mientras recorrían la distancia que los separaba de su casa.

Sus padres no contestaron al momento. El aire era fresco, pero estaban más que acostumbrados y les bastaba con una chaqueta ligera para combatirlo.

Una vez en su habitación, la rubia dejó las gafas sobre la mesita —solo las usaba para leer, por lo que en la librería solía llevarlas, o cuando utilizaba pantallas— y acarició la portada del libro que había elegido.

Esa chica me vuelve loca.

Siempre había tenido muy claro que le gustaban los chicos. Con veintidós años creía haber tenido suficientes experiencias para tenerlo seguro. Tuvo un novio en el instituto y también rollitos pasajeros después. Pero todos con chicos.

Ni siquiera se había planteado la posibilidad de que una chica pudiera gustarle de un modo... ¿romántico? ¿Sexual?

«¿Entonces por qué no te quitas de la cabeza ese estúpido juego de la botella?».

Había besado a una chica. Y le había gustado. Tanto que el recuerdo le hacía cosquillas en el vientre y en otros lugares. Soñaba con esa boca, con esos labios sobre los suyos, bajando por su cuello... Cerró los ojos y aquella fantasía siguió su curso.

—Sof, ¿se puede saber qué estás haciendo?

Su hermano tenía los ojos café posados en ella con gesto burlón. Tan sigiloso como siempre. La más pequeña se sonrojó, como si él pudiera leerle el pensamiento.

—No, ¿qué haces tú? ¡Sabes que tienes que llamar antes de entrar!

Lucas se lanzó a por ella como cuando eran pequeños y le tiró el primer cojín que encontró. Ella le fulminó con la mirada. Su hermano soltó una carcajada, se apartó el flequillo castaño del rostro y añadió:

—Es hora de cenar, enana.

Y su silueta se perdió dejando una estela de perfume. Era un presumido y más todavía desde que tenía novia.

Sofía resopló y, aunque el recuerdo aún calentaba sus entrañas, se obligó a seguirle al comedor.

Las páginas de una historia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora