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Cerdeña, Italia
Parón del verano

¿Has recogido todas tus cosas? —pregunta Llara, impaciente, mientras me observa desde la puerta de la habitación.

Pues creo que sí —respondo, revisando rápidamente mi bolso. —Podemos irnos.

Menos mal —exclama, abriendo la puerta de la habitación.

El día brilla con un sol radiante y mi piel se deleita con la suave caricia del viento que acaricia la hermosa isla de Cerdeña. Me envuelve en un vestido suelto de ganchillo blanco que ondea con gracia a cada paso, como si bailara al ritmo de la brisa marina. Durante una semana, nos hemos sumergido en este paraíso italiano, aprovechando mi pausa entre los Grandes Premios. Mis amigas han dedicado una semana de sus vidas para acompañarme, y en este último día, siento una profunda gratitud por su inquebrantable compañía. Mañana, nuestro vuelo partirá hacia España a las cuatro de la tarde, ya que tengo que dirigirme a la fábrica en Alemania para conocer las nuevas mejoras que disfrutaré en el Audi.

¿Estás segura de que es por aquí? —pregunta Celia, haciendo una mueca mientras nos adentramos por una callejuela que parece alejarse del mar.

Sí, estamos en el camino correcto —confirma Silvia, con su teléfono en la mano y su mirada absorta en la pantalla.

Para nuestro último día en la isla italiana, alquilamos un yate para pasar la tarde en el mar. Llara tiene un certificado de patrón de yate que le permite navegar, una habilidad adquirida durante un verano en la costa andaluza.

¡Mira allí! —exclama Silvia, señalando con entusiasmo las embarcaciones a lo lejos, aliviada de que su orientación no haya fallado una vez más.

Entre risas, Llara y yo seguimos a nuestras amigas mientras discuten de forma jovial hasta llegar a la entrada del puerto marítimo. Un guardia de seguridad nos detiene, solicitando la documentación para el barco al que nos dirigimos y nuestros propios documentos. Después de ser verificadas, nos permite el paso, y Silvia y Celia se adelantan para buscar el yate que habíamos alquilado.

Oye, Natalia —me llama Llara a mi lado, atrayendo mi atención. —¿Ese es Charles? —pregunta, señalando hacia un chico con el pelo castaño y unas gafas de sol, que sostiene a una bebé con un gorro en la cabeza.

¿Qué? —inquiero, sorprendida, observando la escena con curiosidad. —¿Es Charles? —repito, confundida, escudriñando la figura del chico.

El chico, con la bebé en brazos, se gira hacia el muelle, y al notar nuestra presencia, estoy segura de que su atención se centra en nosotras.

¡Ya encontramos el barco! —anuncian Silvia y Celia, subiendo a un barco y hablando con un hombre que parece estar despidiéndose de ellas.

¡Vamos ahora! —responde Llara, aún a mi lado. —Yo creo que sí es él —murmura, bajando el tono de voz.

El hombre del barco nos desea una buena estancia y se retira, recordándonos que estará de vuelta al final del día para recoger las llaves.

Voy adelantándome —dice Llara, dirigiéndose hacia el muelle, y me deja sola ante la aproximación del chico moreno.

Mientras Llara se cruza con él, yo sigo estática en mitad del muelle. Observo cómo intercambian saludos y algunas palabras, pero no logro discernir el contenido de su conversación. Cuando finalmente me pongo en movimiento, me acerco lentamente, sintiendo la mirada del chico y de la bebé posada sobre mí.

No he vuelto a hablar con Charles desde nuestro último encuentro en el Gran Premio. La situación entre nosotros sigue siendo un enigma, y aún no estoy segura de si sería capaz de manejar una relación más profunda mientras continuamos siendo rivales casi todos los fines de semana.

Racing Hearts | Charles LeclercWhere stories live. Discover now