· V e i n t i c i n c o ·

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—A ver, después de lo que sucedió aquel día, ¿cómo demonios crees que podríamos volver a intentarlo? Prácticamente lo he espantado. Para él solo soy su amiga.

—Una amiga a la que se follaría.

Mis mejillas se tiñen de rojo y miro a nuestro alrededor, pero solamente Robert, el cocinero, parece habernos escuchado, y disimula a la perfección centrándose en la ensalada que está preparando.

Está claro que a Adrien le gusto, al menos físicamente hablando, o nunca hubiésemos llegado siquiera a besarnos. Sin embargo...

—Eso quizás fuese antes. Ya no.

—Escúchame, Gia Davies. Ese chico se preocupa por ti mucho más de lo que ningún ex mío lo hizo jamás.

—Porque es mi amigo.

—Y te mira de una forma mucho más intensa de la que ningún ex mío me ha mirado jamás —puntualiza con una sonrisa aguda.

Sacudo la cabeza y también acabo sonriendo. Cuando a Beth se le mete una idea entre ceja y ceja, es imposible sacarla de ahí.

—De todos modos no estoy preparada todavía para tener una relación.

—Me has dicho que estás mejorando desde que comenzaste a ir con la psicóloga. Quizás es cuestión de intentarlo de nuevo.

Aprieto los labios y me encojo de hombros. Decido no contestar y regresar al trabajo, dando la conversación por zanjada. Y es que la verdadera respuesta es peor: me da miedo. No quiero volver a intentarlo y descubrir que sigo rota.

Descubrir que quizás nunca conseguiré superarlo.

Llego a la mesa de mi hermano. Sus platos están vacíos y no han dejado ni siquiera una patata. Incluso Adrien ha terminado con las suyas a pesar de la salsa picante que ha añadido.

—¿Qué tal la comida, chicos?

Me inclino para recoger los platos de la mesa, y cuando miro a Adrien sus ojos han bajado unos segundos al escote de mi uniforme. Los sube en seguida y yo aparto también la mirada azorada, recordando la conversación reciente con Beth.

Es solo algo físico. Le parezco atractiva, pero ya no va a volver a intentar nada conmigo.

Al volverme para tomar el plato de Finn, descubro que está observando a Adrien con las cejas alzadas y los ojos llenos de curiosidad.

—Muy rica, mis felicitaciones al cocinero —responde mi hermano, y me giro hacia él.

—Le transmitiré tu mensaje a Robert. Pero insisto que una buena propina haría que llegase con más fuerza.

Gabriel se ríe, pero también se levanta de la mesa mientras saca la cartera del bolsillo del pantalón. Se vuelve hacia sus amigos y dice:

—A esta invito yo, chicos. Voy a acercarme a la barra a pagar.

Se aleja hacia donde está Beth y yo me quedo recogiendo la mesa.

—Te veo mucho más feliz últimamente, Gia —me dice Finn de la nada.

—Este trabajo es agotador, pero me llevo muy bien con los compañeros. Beth, la chica que está en la caja, es buena amiga mía.

—No me refería solo al trabajo, si no a la vida en general.

Me quedo quieta, con un vaso de cristal en la mano. Pienso en sus palabras, y en cómo estaba el primer día que llegué a Nueva York. Me toco las puntas del cabello con los dedos. Ha crecido desde ese primer día y el corte simbólico que hice. En su momento pensé que era una buena forma de reclamar que empezaba una nueva etapa en mi vida, una nueva yo.

Un Inesperado NosotrosWhere stories live. Discover now