· V e i n t i c u a t r o ·

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¡Por favor, Gia!

Se me cae el detergente al suelo y me agacho a por él con el rostro teñido de rojo por una mezcla entre la vergüenza y el calor. Al final, mi propio cuerpo y hormonas me traicionan. Porque Adrien me gusta, me parece muy atractivo. Sin embargo no quiero volver a sentirme igual de sucia y cargada de culpa como aquella vez. No me siento todavía preparada para intentar hacer algo.

Tampoco es que crea que él quiera volver a hacerlo después de lo que sucedió.

Es todo tan frustrante, que de pronto me entran ganas de llorar. ¿Y si nunca consigo volver a tener una relación con alguien? Y no hablo solo de una pareja estable. ¿Y si nunca puedo acostarme con nadie sin volver a tener esa culpa?

—Hasta luego.

Carraspeo y me levanto mientras el hombre que estaba terminando su colada ya se marcha con ella. A mi lado Adrien también se ha agachado para recoger el detergente pero yo lo tomo más rápido.

—¿Estás bien? —Pregunta una vez está de pies.

—Cansada, es todo.

Miento para no hablar de ello, y mis ojos se dirigen unos segundos a la mujer sentada en las sillas de espera. Está leyendo una revista pero sus ojos no se mueven sobre el papel y la he visto mirándonos de reojo.

No presiona y terminamos de poner la lavadora. Después no sentamos junto a la mujer en las sillas. Saco el teléfono y comienzo a responder un mensaje de Ronan cuando escucho a Adrien a mi lado.

—Le quedan cuarenta minutos. ¿Y si salimos un rato de aquí?

—No podemos —suspiro, porque esta es la peor parte de bajar a hacer la colada. Tener que esperar—. Las normas dicen que si alguien se lleva la ropa, es nuestro problema.

—¿Te da miedo que alguien te robe los calcetines? —Se burla.

—¿A ti no? No quiero saber qué pasaría si te quedas sin calzoncillos.

—Las clases de pádel en pantalones cortos serían... interesantes.

De pronto ya no estoy en la lavandería, si no en las pistas de pádel, viendo cómo Adrien corre a lo loco para golpear la pelota. He visto esos pantalones de deporte y la tela es muy fina.

Antes de que mi rostro vuelva a adquirir una tonalidad parecida a la del tomate maduro, la mujer a nuestro lado baja la revista y nos mira.

—En realidad no hay problema con las lavadoras, siempre que volváis antes de que acabe el programa. No se pueden abrir mientras esté funcionando. Las secadoras, sí.

Aunque trata de ser amable me doy cuenta de que la estamos molestando al hablar. Muy probablemente lo haya dicho para que nos vayamos.

—¿Qué dices? Nos da tiempo a tomar un café —observa mi expresión y cambia de idea rápidamente—. O un chocolate caliente.

—De acuerdo...

Muy a mi pesar y con miedo de que la información sea falsa y me roben la ropa, sigo a Adrien fuera de la sala de la colada.

Vamos al restaurante italiano donde cenamos tras mi primer y último partido de pádel. Aún no es de noche y tienen una zona reservada a cafetería. A Adrien le encanta cómo preparan el café así que está encantado, pero también sirven un buen chocolate.

Cuando volvemos a por nuestra ropa han pasado más de cuarenta minutos. Cuarenta y cuatro para ser exactos. Tiempo suficiente para que alguien pueda llevarse el contenido de las lavadoras.

—Como nos hayan robado la ropa... —Comienzo a amenazarlo.

—Tendría por fin el espacio que me merezco en el armario —se interrumpe.

Sacudo la cabeza, pero estoy sonriendo. La colada sigue donde la dejamos aunque la mujer se ha ido. Comenzamos la laboriosa tarea de pasar toda la ropa húmeda de la lavadora a la secadora. Coloco con mucho cuidado la interior abajo del cesto para que Adrien no la vea, aunque él no tiene problema con pasear los calzoncillos y agitarlos porque se han arrugado.

Nos quedamos allí mientras la secadora trabaja y después doblamos juntos las prendas para volver a subirlas a casa.

—¿Qué tal con Eva? —Me pregunta mientras dobla los calzoncillos—. ¿Te gusta?

Eva es la psicóloga.

Me encojo de hombros y dejo una camiseta para pasar a otra.

—Sí, supongo. Es simpática y... no sé, me transmite confianza.

—Eso es bueno.

Espero a que me pregunte algo más, pero no indaga.

Tengo menos ropa que Adrien por lo que acabo antes, así que le ayudo con la suya. Me hago cargo de los calcetines pero es que es increíble la cantidad que tiene. Y todos desparejados.

Tras varios segundos de silencio, Adrien vuelve a hablar.

—Oye, Gia. Nosotros... ¿seguimos siendo amigos?

Me vuelvo hacia él con un calcetín en la mano y la boca medio abierta. Me ha tomado por sorpresa, pero en especial es el tono precavido con el que lo ha dicho. Inmediatamente a mi cabeza viene una respuesta:

A veces pienso que me gustaría ser algo más.

Pero, ¿cómo hacerlo después de la forma tan horrible en que terminamos? No somos compatibles, y si me está haciendo esta pregunta, es porque para él ya he quedado como una amiga.

—Claro que sí —respondo por fin—. No suelo tener por costumbre doblar los calcetines de quienes me caen mal.

Me muevo y le doy un pequeño codazo. Eso le hace reír, y yo me río con él.

Nunca hubiese imaginado lo fáciles, sencillas y agradables que podían ser las cosas con Adrien. Jamás pensé que podría convertirse en una persona tan especial e importante.

Pero aquí está, lanzándome un calcetín y doblando camisetas conmigo. Ahora mismo, soy incapaz de imaginarme la vida sin él.

 Ahora mismo, soy incapaz de imaginarme la vida sin él

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Un Inesperado NosotrosWhere stories live. Discover now