· V e i n t i t r é s ·

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No replica. Sus manos se clavan en mis muslos y siento que voy a estallar en llamas. Necesito que me toque, mucho y por más sitios. Que me deje su huella por todo el cuerpo.

No hay nada de bonito ni dulce en lo que estamos haciendo ahora. Somos dos adultos que se desean, que quieren hasta la última gota del otro, y estoy tan entregada a él que ahora mismo podría ir al mismísimo infierno si me lo pidiera.

Los dedos traviesos suben por mis muslos, levantando el vestido hasta mi cintura, y se enganchan a los costados de la ropa interior. Hiervo por dentro mientras mi cuerpo pide que me toque más.

Lo suelto y llevo mis propias manos hacia las suyas para guiarlo, pero Adrien rompe el beso. Roza su nariz contra la mía y mientras empiezo a protestar, sus dedos rodean mis muñecas.

—No —se niega.

Mi respiración se entrecorta cuando punzadas de placer me recorren. Sé que si quisiera apartar las manos, él me las sostendría. Y por alguna razón eso hace que esté más húmeda.

Mueve mis muñecas hasta poder sujetarlas con una sola de sus manos y susurra:

—Ahora voy a tocarte, polilla.

Es una petición, y asiento despacio porque me veo incapaz de hablar.

Toma la tela de mi vestido y la sube más arriba, dejando camino libre para tocarme por debajo del ombligo. Sus dedos están cargados de electricidad que mi piel absorbe.

Ejerce una pequeña presión hasta hacer que me tumbe despacio sobre la encimera. Continúa sujetándome por las muñecas mientras me dejo caer. No hay nada detrás, pero a estas alturas dudo mucho que un detalle así me importase.

Cuando mi espalda se apoya en la encimera Adrien se inclina sobre mí. Lo primero que noto es su boca sobre mi abdomen, justo encima del ombligo. Cierro los ojos mientras comienza a dejar un camino de besos a su alrededor y llega a la parte de abajo.

Con la mano que tiene libre juguetea y la desliza hasta sumergirla en la poca tela del vestido que continúa tapándome. Ahogo un gemido cuando llega a la zona del pecho.

—Adrien —vuelvo a decir su nombre, como sé que le gusta.

Y sus besos en mi bajo estómago se intensifican. Al menos unos segundos, hasta que libera mis muñecas y se aleja. Sin embargo me agarra de las caderas y me hace bajar. Antes de que pueda decir nada me da la vuelta y siento su aliento chocando contra mi cuello.

—Dime si quieres que pare, polilla —susurra.

Ni loca.

Coloco las manos sobre la encimera mientras él me sube el vestido con las suyas. Jadeo cuando sus labios rozan mi cuello al mismo tiempo que sus dedos finalmente tantean en mi ropa interior. Parece que va a atravesar la barrera de la tela, pero no lo hace. Solo juega con ella, y dice:

—Dime si quieres que siga.

—Sigue.

Mi voz suena ronca, antinatural para mí. Pero estoy perdida en una montaña rusa de sensaciones de la que no quiero bajar. Sin embargo es suficiente para Adrien. Sus dedos se mueven ágiles hasta el lugar deseado.

—Estás mojada —susurra en mi oído.

No es como que pueda negarlo. Tampoco quiero. Adrien llega hasta mi clítoris y hace círculos sobre él, provocando que me tiemblen las piernas. Sus labios siguen muy cerca de mi oreja cuando pregunta:

—¿Sabes por qué me gusta saber esto?

Quiero contestar, pero de mi boca solo salen jadeos.

—Porque los gemidos pueden mentir, pero la humedad no.

Un Inesperado NosotrosWhere stories live. Discover now