· C a t o r c e ·

Start from the beginning
                                    

—Dices mucho eso de "lavarte" en el trabajo. ¿Qué significa? ¿Te lavas las manos?

—Más o menos —se ríe soltando una pequeña carcajada y abre la lata—. Es desinfectarse las manos y brazos hasta los codos, para poder vestirte estéril y ayudar en las operaciones de los cirujanos.

—¿Ayudar cómo?

—Preparando y pasando el material, montando los aparatos necesarios y cosas así.

Se apoya en la encimera y lleva la lata a los labios. Observo cómo su garganta se mueve mientras bebe del refresco e inconscientemente trago saliva.

—¿Te gusta ser enfermero de quirófano? —Pregunto para mantener la mente activa.

Necesito aclarar mis ideas y olvidarme del maldito sueño.

—Mi primera era idea era urgencias y me preparé para ambas, pero cuando me vine a Nueva York me aceptaron en cirugía y decidí probar. La verdad es que me ha gustado más de lo que pensaba, quizás trate de buscar un puesto similar cuando me marche de aquí...

Alzo las cejas al darme cuenta de que yo tenía razón respecto a la ciudad:

—¿Entonces admites que te irás de Nueva York?

Posa la lata en la encimera a su espalda y ladea la cabeza hacia mí sin perder su sonrisa ganadora.

—No tan pronto como tú crees, polilla.

—No te gusta nada la ciudad —cuando no trata de desmentir mi afirmación, continuo—. Entonces, ¿por qué has venido?

—Tengo mis razones.

—¿Qué sucede, son super secretas?

—Puede.

—Qué misterioso... —me burlo.

Solo pretendía ser una broma, pero me doy cuenta de que no le ha gustado cuando se desvanece la sonrisa y su rostro se endurece. Entonces es cuando ataca:

—Mira quién fue hablar. ¿Y qué hay de ti? ¿Por qué dejaste a tu novio y renunciaste a un buen trabajo?

—Tengo mis razones —repito su misma respuesta.

—Exactamente.

De pronto es como si el aire pudiese cortarse con un cuchillo a causa de la tensión que hemos creado, y no me gusta nada. Me cruzo de brazos y de una forma nada madura, le espeto:

—Pues vale.

Después me giro y le dejo solo en la cocina antes de encerrarme en la habitación. No hay pestillo, pero espero que no entre porque comienzo a cambiarme de ropa en busca de un conjunto que me guste.

Pero a cada segundo que pasa y mientras más rememoro la conversación, más me enfado. Porque solo pretendía ser amable. De acuerdo, no debí burlarme porque todos tenemos derecho a tener secretos, pero... ¡no era mi intención enfadarlo!

Al final me quedo con uno de los primeros vestidos que me he probado. Decido atarme el pelo con un lazo que tengo a juego, quizás peinarme consiga relajarme al igual que lo hace cocinar, pero cuando abro el cajón del mueble bajo donde guardo mis joyas y productos para el pelo, me encuentro que están todos a un lado. Algunos lazos se han enredado con otros, las horquillas se han desperdigado y los pendientes están todos juntos.

La razón es más que evidente: hay cinco corbatas perfectamente extendidas y planchadas a lo largo del cajón. Y es demasiado obvio que pertenecen a...

—¡Adrien!

Tarda menos de cinco segundos en abrir la puerta. No llama, pero no hace falta. La rabia que ha crecido en mi interior desde nuestra pelea está amenazando con desbordarse.

Un Inesperado NosotrosWhere stories live. Discover now