Capitulo 26

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—¡Yoongi!— Eleanor se puso de pie cuando los tres hombres entraron en la sala de la casa de yoongi en Londres.
Hobi se puso de pie más lentamente, y sus ojos se estrecharon. Unos hombres acompañaban a su marido.
—Tío James, ¿es ésta obra vuestra?
—Acabo de tropezar con él, tesoro.
—Bueno, puedes llevarlo de vuelta al lugar donde lo encontraste— dijo con voz tensa. —Aquí no es bienvenido.
—Hoseok— A Eleanor se le cortó el aliento.

Hobi cruzó los brazos sobre el pecho, negándose tercamente a mirar a la tía de yoongi. En los últimos meses se había hecho muy amigo de Eleanor, incluso había llegado a tomarle cariño. Pero nadie, ni los parientes de él ni los de hobi, iban a hacer que hoseok aceptara a un hombre que había regresado a la fuerza. La humillación de esto era casi tan doloroso como el abandono de él.

Yoongi examinó a hoseok a hurtadillas, mientras fingía mirar a su tía. Tuvo ganas de golpear los puños contra cualquier cosa. Y también ganas de llorar. ¡No había más que verlo! Sin duda el ya estaba enterado del secreto de su ascendencia, estaba enterado y lo despreciaba por esto. Lo vio en la línea dura de sus labios; en su postura tiesa, inconmovible.

De manera que Miriam se lo había dicho. Tanto mejor. Si el detestaba la idea de estar casado con un bastardo, era lo que se merecía por haberle obligado a casarse.

Yoongi al ser traído a casa por el tío de el y a la fuerza, había olvidado que estaba ya decidido a volver y que quería reconciliarse. Lo cierto es que había olvidado todo menos su furia.

—¿No soy bienvenido aquí, señor?— dijo con suavidad. —Si no me equivoco, esta casa me pertenece.

Los ojos de hoseok se enfrentaron a él por primera vez. Dios, el había olvidado hasta qué punto eran devastadores aquellos ojos color caramelo. Y estaba magnífico, con la piel muy blanca, el pelo con mechas decoloradas por el sol. Pero no iba a dejar que volviera a hechizarlo.

—Habéis olvidado, señor, que os negasteis a compartir una casa conmigo. Para ser claro: me disteis vuestra casa.

—Silverley, no mi casa de la ciudad. ¿Y qué diablos habéis hecho aquí?— preguntó, mirando todos los muebles nuevos y el papel floreado de la pared.

Hoseok sonrió inocente, con voz dulce.

—Vamos, yoongi ¿no te agrada? Claro que no estabas aquí conmigo para ayudarme a decorar, pero he sido cuidadoso con tu dinero. Sólo he gastado cuatro mil libras.

James se dio la vuelta rápidamente para ocultar su risa. Para Conrad el techo se volvió de pronto fascinante. Sólo Eleanor frunció el ceño. Los dos jóvenes se miraban ahora, furiosos.

—Yoongi, ¿es ésta la manera de saludar a tu esposo después de siete meses?

—¿Qué hacéis aquí, tía Ellie?

—¿Y es esa la manera de saludarme a mí?— La expresión de la dama no se ablandó. Suspiró: —Para que sepas, esta casa es tan grande que creí que mi compañía le vendría bien a Hoseok. No era correcto que tu Omega viviera aquí solo.

—¡Yo lo dejé en Silverley!— atronó él.

—¡No te atrevas a gritarle a Ellie!— le gritó a su vez Hoseok. —¡Vete a vivir a Silverley con Miriam! A mí me encanta estar aquí.

—Creo que ambos regresaremos a Silverley— dijo él con voz fría. —Ahora que ya no tengo motivos para evitar a mi madre.

—Inaceptable.

—No te he pedido permiso. Un marido no necesita el permiso de su omega... para nada— dijo él con rudeza.

Hoseok contuvo el aliento ante el significado de aquello.

—Has perdido todos los derechos— dijo con orgullo. Él sonrió.

—No los abandoné. Simplemente postergué el usarlos... hasta ahora. De todos modos tu familia se ha tomado tanto trabajo para volver a reunimos, que no quiero frustrarlos de nuevo. Desde luego voy a usar mis derechos— dijo con crueldad.

—Señor Hoseok— dijo una criada de edad madura desde la puerta. —Es la hora.

—Gracias, Tess— hobi despidió a la niñera con un movimiento de cabeza, después se volvió a James y a Conrad y añadió: —Sé que vuestra intención ha sido buena, pero entenderéis que no os agradezca el trabajo que os habéis tomado.

—Dijiste que te las podías arreglar muy bien, seoki— le recordó James.

El sonrió por primera vez desde la llegada de ellos. Era su antigua sonrisa de picardía, y dio a ambos hombres un abrazo y un beso.

—Y así lo he hecho. Y lo seguiré haciendo. Y ahora, si me disculpáis, señores, debo ocuparme de mi hijo.

James y Conrad soltaron estruendosas carcajadas cuando Hoseok salió del cuarto. El marido se había quedado como petrificado, clavado en el suelo, con la boca abierta, una expresión estupefacta en la cara.

—¿Qué te dije, Connie? –rugió James–.¿Verdad que la expresión de la cara de él valía todas las molestias que hemos pasado?

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