Capitulo 21

41 13 0
                                    


Hobi miró el sol matutino que asomaba por el rincón de su dormitorio. Directamente debajo de las ventanas que daban al sur estaba la cúpula del invernadero. Más allá quedaba el patio de los criados y a mayor distancia, ocultos detrás de un bosquecillo, los establos y las cocheras.
El estaba en el dormitorio principal, en el rincón derecho del bloque central de la casa. Esto le permitía tener dos paredes con ventanas, todas cubiertas con cortinas de terciopelo rojo con bordes de oro y borlas. Los colores de la habitación eran oscuros, excepto el papel azul de la pared. De todos modos, más tarde, cuando todas las ventanas estuvieran iluminadas, el cuarto sería más alegre.
Las ventanas de la otra pared daban a un amplio parque. El paisaje de prados con bosquecillos era sorprendente: a la derecha había un pequeño lago donde se reflejaban todos los colores, a su alrededor había florecido tardíamente una alfombra de plantas silvestres adornada por preciosas piedras. Una escena pacífica, tranquila, que casi hizo olvidar sus pesares a hobi, aunque no del todo.
Tocó una campanilla para llamar a una criada, esperando que no se presentara la señora Oates, el ama de llaves, que, tal como la había descrito Hallie, era un verdadero dragón. Era una criatura gruesa, pretenciosa, fastidiosa. Había querido, nada menos, que llevar a hobi a un cuarto de huéspedes y además, a uno pequeño. Pero hobi la había puesto rápidamente en su lugar. Teniendo en cuenta que las habitaciones destinadas a la dueña de la casa estaban ocupadas por Min Miriam, que no podía mudarse de la noche a la mañana, señaló que las habitaciones del señor estaban vacías y que las iba a ocupar.
Esto dejó atónita al ama de llaves. Sólo una salita separaba los dos grandes dormitorios. Lady Miriam ocupaba uno de estos dormitorios.
Hobi se salió con la suya tras recordar sutilmente a la señora Oates que el era el nuevo dueño de la casa. Era verdad que Min Miriam había seguido administrando Silverley después de la muerte de su marido, pero Silverley pertenecía a yoongi y hoseok era el esposo de yoongi.
La señora Oates lo previno para que no hiciera ruido cuando pasaron por la salita contigua al cuarto de Miriam. A Hoseok le dijeron que Miriam no se sentía bien y que se había acostado temprano. Por esta razón, hobi no había recibido la bienvenida que le correspondía.
A decir verdad, hobi se sintió aliviado. Estaba agotado, avergonzado por la ausencia hacia pocas horas de su marido, y tan lleno de amargura que no tenía ganas de ver a nadie.
Se estableció en el cuarto de yoongi y descubrió que estaba totalmente desprovisto de objetos personales. De alguna manera esto empeoraba las cosas.
La criada que contestó la llamada de hobi era de pelo y piel oscuros, y todo lo contrario de la parlanchina Hallie. Apenas dijo una palabra mientras ayudaba a hobi a vestirse y a peinarse, y lo acompañó luego al salón del desayuno.
Esta habitación quedaba en la parte delantera de la casa y se beneficiaba de todo el sol mañanero. La mesa estaba puesta para una sola persona. ¿Un desdén? En una pared había un gran armario de palo de rosa lleno de fina porcelana con borde dorado, con un diseño floral rosado y blanco. Entre las ventanas, en la pared del fondo, había un escritorio preciosamente tallado, de roble y ébano.
–Buenos días, señor. Espero que hayáis pasado una buena noche.
–En verdad que sí. ¿Todavía no ha bajado la condesa?– hobi señaló el único asiento.
–Ha salido para dar su cabálgala matutina. Nunca come tan temprano, señor.
–A decir verdad, yo tampoco. ¿Porqué no me muestras entretanto el resto de la casa?
–Pero ahí está toda la comida– dijo Hallie sorprendida, retirando la tapa de la fuente para mostrar huevos, salchichas, jamón, jaleas, tostadas y pasteles, incluso dos tartas de aspecto delicioso.
–Cielos– dijo hobi sin aliento –, no creerás que me puedo comer todo eso, ¿verdad?
Hallie rió.
–La cocinera quiso causaros una buena impresión, teniendo en cuenta que anoche sólo pudo daros platos fríos.
–Bueno, entonces sólo llevaré esto conmigo y una de éstas– dijo hobi envolviendo una gruesa salchicha en un bollo y tomando una de las tartas. –Y ahora hagamos esa gira.
–Pero quizás la señora Oates...
—Sí– interrumpió hobi con tono conspirativo –supongo que ella debería hacerlo. Pero le permitiré que me muestre todo más adelante. Ahora sólo quiero ver el tamaño de Silverley y quiero hacerlo con una compañía agradable.
Hallie volvió a reír.
–A ninguno de nosotros nos gusta mucho la señora Oates, pero lo cierto es que dirige el barco con vigor, como suele decir. Venid pues, milady. Pero si tropezamos con la señora Oates...
–No te preocupes– le aseguró hobi. –Buscare alguna excusa para justificar que estés conmigo. No te echará nada en cara.
La casa era verdaderamente grande. Después del corredor de entrada pasaron ante una sala de billar, con tres mesas. Había más habitaciones de las que hobi podía recordar, cada una con preciosos muebles Chippendale y algunas piezas Reina Ana. Casi todos los elevados techos eran en forma de cúpula y estaban decorados con yeso dorado. En algunas habitaciones había enormes candelabros, finamente trabajados.
Había un cuarto de música decorado en verde y blanco y, a la derecha de la sala, una antecámara con ventanales de colores que iban desde el suelo hasta el techo, bañando la habitación en tonos que se destacaban agudamente contra el blanco mármol. Asientos rojos acolchados corrían a lo largo de los muros. Hobi quedó atónito ante la belleza del lugar.
En la parte de atrás de la casa, después del gran comedor formal, estaba el invernadero. A lo largo de un sendero que rodeaba el recinto había sillas, sofás y estatuas sobre pedestales. Había macetas con plantas a los lados de unos amplios peldaños de piedra que llevaban hasta una fuente en el centro. Por todas partes se veían árboles y flores de otoño. Hobi lamentaba no haber visto aquel lugar en verano, cuando el jardín interior debía estar totalmente... florecido.
Arriba, en toda la extensión del fondo de la casa, estaban las habitaciones del dueño. De derecha a izquierda estaban la cámara del señor, la sala, la cámara de la señora, y después una habitación de niños. Y había cuartos para una niñera y una doncella.
El recorrido duró casi una hora, y Hallie pudo escapar al territorio de los criados, que quedaba en el centro de la casa, a la derecha del salón principal, antes que nadie descubriera lo que habían estado haciendo. Después, hobi se quedó en la biblioteca, esperando a lady Miriam.
La espera fue breve. La condesa se presentó enseguida de su excursión a caballo, vistiendo un traje de amazona violeta oscuro y llevando todavía su fusta. Sólo tuvo un momento de sorpresa al ver a alguien en la habitación. Después ignoró a hobi mientas se quitaba el sombrero y los guantes.
¿De manera que así iban a ser las cosas? Bueno, esto explicaba en parte la tendencia a la rudeza de yoongi.
Hobi pudo examinar a Miriam mientras esta lo ignoraba. Para ser una omega de casi cincuenta años, se mantenía notablemente bien. Era esbelta y juvenil, su porte tieso y erguido. Su pelo rubio, apretadamente sujeto, estaba perdiendo el color, pero no tenía aún canas. Sus ojos eran de un gris tormentoso. Unos ojos duros, fríos, que tal vez incluso sonreían algunas veces. Pero hobi rechazó finalmente esta idea.
Había un leve parecido con Eleanor, la hermana de Miriam, pero era un parecido que se insinuaba para terminar enseguida. La hermana menor irradiaba calor, amabilidad, y no había nada de esto en la condesa. ¿Es que acaso iba a ser posible para hobi vivir con esta omega?
—¿Tengo que llamaros «madre»?– preguntó bruscamente, y la condesa se sobresaltó visiblemente. Se dio la vuelta y miró de frente a hobi. Los ojos grises eran helados, los labios estaban contraídos. Probablemente no tenía costumbre de que le dirigieran la palabra antes de que ella se dignara hablar, pensó hobi.
Con voz tajante, Miriam replicó:
–No. No soy vuestra madre del mismo modo que no...
–Oh, Dios– interrumpió hobi. —comprendí que había un alejamiento entre usted y yoongi cuando no asististeis a nuestra boda, pero yo...
—Mi presencia era necesaria aquí— dijo secamente Miriam.
–... Ignoraba que negaseis a vuestro propio hijo– terminó hobi.
–¿Qué estáis haciendo aquí sin yoongi? –preguntó Miriam.
—Yoongi y yo no nos entendemos, ¿sabéis?, y por lo tanto no podemos vivir juntos...– replicó hobi.
Hubo una pausa provocada por la sorpresa.
—¿Entonces, por qué os habéis casado?
Hobi se encogió de hombros y le lanzó una deslumbrante sonrisa.
—No era una mala idea. Al menos para mí. Estaba harta del continuo remolino de las reuniones. Prefiero la vida en el campo.
—Pero eso no explica por qué se casó yoongi.
Hobi levantó una ceja.
—Sin duda sabéis el motivo. Yo no estaba presente cuando yoongi accedió a casarse conmigo, pero vuestra hermana y vuestra suegra estaban presentes.
Miriam frunció el ceño. Naturalmente no iba a repetir la pregunta. Ni tampoco iba a reconocer que no se había comunicado con Eleanor o con Rebecca. No le habían comunicado nada con respecto al matrimonio.
—Estamos aquí algo aislados— advirtió Miriam.
Hobi sonrió.
—Eso me parece maravilloso. Sólo lamento tener que pediros que elijáis para usted otras habitaciones.
Miriam se irguió, muy tiesa.
—Me han dicho que habéis ocupado las habitaciones de yoongi.
—Pero no las utilizaré por mucho tiempo, ¿sabéis? Debo estar cerca de la habitación de niños— y se palmeó cariñosamente el vientre.
La condesa pareció a punto de sofocarse.
—Tonterías. No podéis estar encinta. Os habéis casado ayer, y aunque os hayáis detenido en alguna posada después de la boda, no podríais haber...
—Olvidáis la reputación de vuestro hijo, lady Miriam. Yoongi es un experimentado seductor. No pude resistir a su encanto. Y estoy embarazado de cuatro meses.
La condesa clavó los ojos en el vientre de hobi, y hobi añadió:
—Por suerte no se nota.
—No veo cómo podéis supone que esto es una suerte sea como sea— dijo Miriam con seca altanería. —La gente sabe contar, ¿sabéis? Y es una vergüenza que ni siquiera os ruboricéis cuando... ¡Es sencillamente vergonzoso!
—No me ruborizo, señora, porque no siento vergüenza— replicó fríamente hobi. —Y si no hay vergüenza no hay culpa. Y si mi hijo nace cinco meses después de la boda, bueno, otros niños han nacido antes. Por lo menos tengo un marido, aunque no se haga presente con frecuencia. Y mi hijo tiene un nombre. Teniendo en cuenta la reputación de vuestro hijo, a nadie le sorprenderá que yoongi no haya podido contenerse durante los cuatro meses del compromiso.
—¡Realmente tenéis descaro!
—¿Y usted, no lo tiene?
Miriam se puso escarlata ante la suposición y salió de la habitación. Hobi suspiró. Bueno, como quien dice, se había hecho su propia cama. Tal vez hubiera sido mejor no irritar a aquel agrio pajarraco, pero... Hobi sonrió. La expresión ultrajada de la cara de la condesa valía cualquier cosa desagradable que pudiera provenir de aquella Omega.

OnceWhere stories live. Discover now