Capitulo 20

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Hobi miraba por la ventanilla del coche, pero sólo podía ver su propio reflejo. Se ruborizó cuando su vientre rugió de hambre, pero no miró a yoongi para comprobar si él lo había oído. El estaba sentado frente a hoseok, en el interior del coche que llevaba su escudo de armas.
La lámpara ardía desde hacia dos horas, pero todavía no se habían detenido en ninguna posada para comer. Hobi estaba hambriento, pero prefería morir antes que pedirle que se detuvieran.
Los invitados a la boda habían disfrutado un gran almuerzo en la casa de los Malory, pero hobi no había participado. Yoongi lo llevó directamente de la iglesia a su casa, le dijo que hiciera una maleta con lo imprescindible y que enviara el resto de sus cosas a Silverley. Los dos habían partido antes que llegaran los invitados al almuerzo.
Él lo había hecho andar toda la tarde y parte de la noche, pero hobi no tenía ganas de quejarse, especialmente al verlo allí, tan pensativo, sin mirarlo siquiera. No había despegado los labios desde que salieron de Londres.
Yoongi se había tenido que casar y estaba furioso por haberlo hecho. Bueno, al menos esto era lo que el suponía. Pero era algo prometedor que lo llevara a su propiedad en el campo. Hoseok no podía haberlo imaginado. En verdad no sabía lo que esperaba de él.
Su estomago rugió de nuevo, y finalmente se decidió a preguntar:
–¿Nos detendremos pronto para comer?
–La última posada estaba en Montieth. Silverley queda un poco más lejos– replicó yoongi bruscamente.
Le hubiera gustado que se lo hubiera dicho antes.
–¿Es muy grande Silverley, yoongi?
–Casi del tamaño de tu propiedad, que colinda con la mía.
Los ojos de el se agrandaron.
–¡No lo sabía!
–¿Cómo podrías saberlo?
–¿Por qué estás enojado? Esto es perfecto. Esas propiedades se unirán ahora.
–Es algo que deseo desde hace años. Sin duda tu tío te ha informado. Utilizó tu propiedad para convencerme de que me casara contigo.
Hoseok se ruborizó, furioso.
–No lo creo.
–¿No crees que esa tierra me interese?
–Ya sabes lo que quiero decir– exclamó el. –¡Oh!, sabía que había alguna tierra involucrada, y Tony incluso me dijo que eso te había hecho vacilar, pero... no lo creí. Nadie me lo había dicho. No sabía que tu propiedad limitara con esa tierra que heredé de mi madre. No he vivido allí desde... que murieron mis padres en el incendio que destruyó la casa. Yo sólo tenía dos años entonces. Y nunca he vuelto a Hampshire. El tío Edward ha administrado siempre lo que quedó de la propiedad, y también la herencia que recibí de mi padre.
–Sí, una bonita suma, cincuenta mil libras, que él tuvo buen cuidado de señalar que se ha triplicado gracias a sus sabias inversiones, dándote una buena renta anual.
–Dios, ¿también estás enfadado por eso?
–¡No soy un cazador de dotes!
El enojo de el casi desbordaba.
–Bueno, basta. ¿Quién que esté en su sano juicio puede acusarte de eso? No eres precisamente un desposeído.
–No es un secreto que yo ambicionaba tu tierra, tierra que, según creía, pertenecía al conde de Penwich, ya que el conde fue la última persona que habitó allí.
–Allí vivió mi padre, no el conde actual pero, como la tierra llegó a él por intermedio de mi madre, no fue traspasada a Penwich. Además, el deseo de mis padres era que yo la heredara.
–Ahora lo sé. A tu tío Edward le pareció muy divertido informarme cuando salí de la iglesia que ya no necesitaba preocuparme acerca de la compra de la propiedad. Se le hacía largo el tiempo para decírmelo. Dijo que quería aligerar mi mente. Maldición. ¿Sabéis que aspecto tiene esa tierra, señor?
–¿Os dais cuenta de que me estáis insultando, señor.
Él tuvo la decencia de mostrarse sorprendido.
–No he querido decir...
–Claro que has querido decirlo. Es eso de lo que te quejas, ¿verdad? Te preocupa que la gente piense que te has casado conmigo por mi herencia. Bueno, te lo agradezco. No sabía que esta era mi única manera de conseguir un marido.
El entrecejo de él se frunció y dijo fríamente:
–¿Tenemos que discutir ahora cómo has conseguido un marido?
Los ojos de hobi lanzaron chispas azules y, por un solo momento, hobi temió perder el control. Logró, apenas, guardar silencio, y yoongi se contuvo también y no lo provocó. Ambos se sintieron aliviados cuando el coche se detuvo justo en aquel momento. Él saltó afuera y tendió la mano para ayudarlo a bajar. Pero, en cuanto el estuvo en tierra, yoongi volvió a subir al coche. Hoseok le miró fijamente, sus ojos agrandados de incredulidad.
–No puedes...– dijo sin aliento.
Él dijo amargamente:
–No sé por qué te sorprendes. Después de todo soy hombre de palabra.
–No puedes dejarme aquí... al menos esta noche.
–Esta noche o mañana... ¿qué diferencia hay?
–¡Bien sabes dónde está la diferencia!
–Ah, sí, la noche de bodas. Pero nosotros ya hemos tenido nuestra noche, ¿verdad, amor?
Hoseok contuvo el aliento.
–Si haces esto, yoongi– dijo trémula –juro que jamás te lo perdonare.
–¿Entonces estaremos en paz, verdad, si ambos cumplimos con nuestros juramentos? Ya tienes lo que querías. Llevas mi nombre. Ahora te doy mi casa. Pero en ninguna parte está escrito que deba compartirla contigo.
–¿Esperas que me quede aquí mientras tú sigues con tu vida de siempre, viviendo en Londres y...?
Él movió la cabeza.
–Londres está demasiado cerca. No, me iré de Inglaterra. ¡Ojalá lo hubiera hecho antes de conocerte!
–Yoongi no puedes. Yo estoy...
Hoseok se contuvo antes decir la frase que podía hacerle cambiar de idea. Su orgullo se afirmó tercamente. No iba a seguir el camino de miles de Omegas para mantener a un alfa a su lado. Si él no se quedaba porque deseaba hacerlo...
–Estás... ¿qué dices amor?
–Soy tu omega– dijo el suavemente.
–Es verdad– asintió él y su boca se apretó hasta formar una línea dura. –Pero recuerda que te pedí que no lo fueras, y te avisé para que no apresuraras el casamiento. Siempre he hablado claramente de esto, Hoseok.
Cerró la puerta del coche y golpeó en el techo para indicar al cochero que continuara el viaje. Hobi quedó mirándole incrédulo mientras se alejaba el coche.
–¡Yoongi, vuelve!– gritó –Si te vas... ¡Yoongi! ¡Oh, te odio! ¡Te odio!– gritó lleno de frustración, aunque sabía que él ya no podía oírlo. Abrumado, se volvió para observar la gran casa de piedra gris.
Parecía un castillo en miniatura, un castillo sombrío en la oscura noche, con su torre central y sus torreones en los extremos, pero estaba muy cerca y no podía ver cómo se extendía hacia atrás, a los lados del bloque principal, en elevaciones y formas asimétricas. Incluso había un gran invernadero en forma de cúpula en el fondo de la casa, elevándose sobre el ala de los criados, a la derecha. Las ventanas ojivales ambos lados de la puerta estaban oscuras. Tal vez no había nadie en la casa.
Espléndido. Abandonado en su noche de bodas y en una casa vacía. Bueno, no podía hacer nada. Irguió los hombros, forzó una sonrisa y se acercó a la puerta de entrada, como si fuera muy natural que un recién casado llegara sin su marido. Llamó, primero despacio, después con fuerza. Cuando la puerta se abrió finalmente, yoongi vio la cara atónita de una muchacha joven, una doncella de servicio. No tenía mucha experiencia en esto de abrir puertas. Aquello correspondía a Sayers, el mayordomo. Un hombre que se tomaba a sí mismo muy seriamente. Era capaz de desollarla si se enteraba de que ella había usurpado sus atribuciones.
–No esperábamos visitas, milady, si hubiera sido así Sayers os habría salido a recibir. Habéis llamado tan suavemente... apenas he podido oíros. ¿En qué puedo serviros?
Hoseok sonrió, sintiéndose mucho mejor.
–En primer lugar, podéis dejarme entrar.
La muchacha abrió más la puerta.
–¿Venís a visitar a la condesa, a lady Miriam?
–He venido para vivir aquí... al menos por un tiempo. Pero supongo que puedo empezar viendo a lady Miriam.
–Dios, ¿habéis venido a vivir aquí? ¿Estáis seguro?
Esto fue dicho con evidente sorpresa, y hobi rió.
–¿Qué pasa? ¿Hay aquí fantasmas y dragones?
–Hay uno del que podría hablar... dos si contamos a la señora Oates– dijo la muchacha, sin aliento y después se puso muy colorada. –No he querido decir... perdonad, milady.
–No te preocupes. ¿Cómo te llamas?
–Hallie, señor.
–Entonces, Hallie, te agradecería que informaras a lady Miriam que he llegado. Soy la nueva condesa de Min.
–Dios mío.
–Hallie se estremeció.
–Exacto. Ahora, ¿quieres decirme dónde debo esperar a lady Miriam?
La doncella hizo pasar a Hoseok.
–Diré a la señora Oates que estáis aquí, y ella informará a la condesa.
El vestíbulo de entrada tenía suelo de mármol y era estrecho, con sólo una larga mesa de refectorio contra la pared. Una ornamentada bandeja de plata estaba en el centro de la mesa para dejar tarjetas de visita, y un precioso tapiz colgaba detrás. Un gran espejo veneciano vestía la pared opuesta, con candelabros a ambos lados, y un par de puertas dobles cerraban la pared de enfrente.
Hallie abrió las dobles puertas que daban a un vestíbulo mucho más grande, del alto de dos pisos, con un magnífico techo en forma de cúpula. La escalera principal estaba en el centro de la pared de la derecha. En el fondo del salón se abrían unas puertas que llevaban a la antecámara, y hobi vislumbró ventanales con vidrios de colores que casi cubrían la pared exterior. La impresión era la de una casa enormemente grande. En el extremo del salón, a la izquierda, estaba la biblioteca, y allí fue donde la condujo Hallie.
Con unos cuarenta metros de largo por veinte de ancho, la biblioteca tenía unos altos ventanales en la pared del fondo, que dejaban pasar ampliamente la luz del día. Las otras tres paredes estaban cubiertas de libros, y enormes retratos colgaban en lo alto de las estanterías. Había una chimenea y sotas a los lados. Sillas hermosamente talladas, divanes y mesas estaban colocados para leer cerca de las ventanas. Había un antiguo atril, lacado de dorado. Una alfombra de ricos tonos pardos, azules y dorados cubría el suelo. Un escritorio sobre un pedestal ocupaba el extremo del cuarto, con sillas alrededor, y había un biombo de cuero pintado que podía convertir aquel lejano rincón en un cómodo estudio separado del resto de la habitación.
–No tardará mucho, señor...– dijo Hallie.  –La condesa... Oh, Dios, ahora es la condesa viuda, ¿verdad? Igual que su Señoría, la abuela de milord. Pero estoy segura de que lady Miriam se apresurará a daros la bienvenida...– dijo cortésmente, aunque no sonaba muy convencida. –¿Necesitáis algo? Hay brandy sobre la mesa y licor de frambuesas, que le gusta a la condesa.
–Gracias, simplemente me pondré cómodo – replicó hobi con una sonrisa.
–Como gustéis, señor. ¿Permitís que sea la primera en deciros que me alegro de vuestra venida? Espero que esto os agrade.
–Yo también, Hallie– suspiró hobi–yo también.
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