Emilia

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Entre las ramas del bosque, los chicos pudieron avistar el chalet de Emilia Bravo, a pesar de que aún se encontraban a una distancia considerable.

El resplandor de las luces de la casa no era normal y, a lo lejos, se escuchaba el sonido de la música.

Para sorpresa de ambos, cuando llegaron al chalet de los padres de Emilia Bravo, se encontraron con que la casa estaba abarrotada de gente: unos charlando y bromeando, otros comiendo glotonamente canapés, los de más allá, bailando jubilosos al son de la estruendosa y divertida música Pop-Rock...

La piscina estaba cubierta de globos que colgaban bajo el cielo y, sobre el jardín, se extendían tiras de farolillos verdes, rojos, blancos y azules, situados en puntos estratégicos.

Además, había mesitas de terraza de madera pintadas de blanco y cubiertas por sombrillas con caprichosas combinaciones multicolor. Algunas de las mesas ofrecían los más variados tipos de zumos y refrescos; otras, una gran surtido de entremeses.

—¡Hombre, Andrés...! Ya era hora de que aparecieras, ¿no? —le dijo Ernesto mientras le abrazaba dándole unos golpecitos en la espalda. Todos los demás les saludaron: Yolanda, Rubén, Guille y Loly.

—Pero qué pintas traes, tío, ¿qué vienes? ¿De la guerra? —dijo Guille.

—No, no... —rió Andrés—. Es una larga historia.

—Ya, ya, pinchaste la moto y has venido andando —afirmó Rubén.

—Qué va, la moto está ahora bajo el agua, pero decidme, ¿a qué viene esta fiesta? —preguntó Andrés.

—¿Pero cómo? ¿No leíste la carta que te di? Es la fiesta de cumpleaños de Emilia Bravo— le aclaró Yolanda.

—¡Eh! ¡Eh! —dijo por lo bajini Guille, que intentaba llamar la atención de Andrés tirándole de la manga—. Pre-sén-tame-la, preséntamela.

—¿Qué?

—¡Que me la presentes!

—¿A quién? Ah sí, esto... Os presento a Andrea... Eeeh... Es mi prima.

—Hola.

—Me llamo Guille —se presentó dándole un beso.

—Ese es Ernesto, este Antón, Loly, Yolanda y Rubén.

Uno a uno fueron saludando a Andrea dándole dos besos.

—No nos dijiste nunca que tuvieras una prima tan guapa, Andrés —piropeó Rubén.

—Gracias, Rubén —le contestó sonriente Andrea—. La verdad es que os conozco a todos desde hace tiempo, me ha hablado tanto Andrés de vosotros ...

—¡Yujuuu! ¡Yujuuu! —llamaron desde el otro lado.

—Ahí tienes a la anfitriona, te está saludando, Andrés —dijo Loly.

Andrés correspondió al saludo desde lejos alzando el brazo y saludando con la mano. Tenía hoy Emilia el guapo subido, pero Andrés no se fijó.

—Ernesto, necesito llamar, ¿sabes dónde está el teléfono en esta casa?

—Sí, por aquí, le indicó Ernesto a Andrés.

Mientras Ernesto y Andrés se entraban en la casa, Andrea se quedó charlando con sus nuevos-viejos amigos.

—Oye, Andrea, no sé si te lo habrán dicho, pero te pareces una barbaridad a Andrés —argumentó Loly.

—Sí, es verdad que nos parecemos... bastante. ¿A ti te pasa lo mismo con tus primos?

Ernesto miraba y miraba a Andrés con gesto serio hasta que al fin se decidió a hablarle:

—Dime la verdad, Andrés, ¿a ti te ha pasado algo, verdad? He estado esta mañana en el mercado. Por cierto, que se había armado en la plaza un revuelo de no te menees... Bueno, pero, a lo que íbamos, el puesto estaba cerrado. Luego, para colmo, esta tarde no has ido al instituto, ¿tienes algún problema? He estudiado psicología un montón este año, tal vez te pueda ayudar...

—¿Psicología? No, más bien biogenética —dijo Andrés abstraído.

—¿Genética? ¿Qué quieres decir? ¿Tiene algo que ver con tu tío?

—A mi tío lo han raptado, Ernesto, y ahora voy a llamar a la policía.

—Que tu tío... ¿raptado?

—Sí, ¿te acuerdas de la genética simplificada?

—¿La genética simplificada? Sí, esos estudios de tu tío para disminuir al máximo las posibilidades genéticas, y ¿qué pasa?

—Pues que las posibilidades genéticas reducidas de toda persona eliminan lo masculino y lo femenino: mi tío creó una máquina que podía generar dos seres de diferente sexo a partir de un solo patrón genético. Hay una organización que quiere la máquina y que ha secuestrado a mi tío, y que ahora nos persigue a nosotros para poder dar con ella.

—¿Pero qué me estás contando? —Los dos amigos, estaban ya delante del teléfono. —¿No habrás tenido un accidente con la moto y te habrás golpeado la cabeza? —preguntó extrañado y sorprendido Ernesto.

—Escucha, Ernesto... Andrea no es mi prima, sino que surgió del proceso de simplificación de la máquina... ¿Oiga? ¿Policía?

—Andrés, estás tonto si crees que te van a hacer caso...

—Sí, llamamos para denunciar un hecho extraño.

—Pero, cállate, Andrés, ¿quieres que vengan los loqueros a por ti?

—Sí, es una covacha de mi propiedad que se encuentra en el brazo del río. He estado observando movimientos de personas... No, no, yo apenas la utilizo. La tengo abandonada, la gente que vi llevaban como bultos o cajas... Sí, eso debe de ser, debe de tratarse de contrabando o algo así. Muy bien, gracias por todo.

Colgó y miró a Ernesto que le miraba boquiabierto sin salir de su asombro.

—A veces, una mentira, es más creíble que la realidad, ¿no? ¿Ernesto?

Los dos amigos volvieron con los demás al jardín. Allí, Andrea se mostraba inquieta.

—¿Qué? ¿Ya has llamado? —preguntó Antón—. Pero, Ernesto, espabila, hombre. Guille, ya te dije que no le dieras tanta tila para el examen.

Andrea llamó a Andrés y se apartaron un poco del grupo.

—¿Qué ocurre?

—Tal vez sea una tontería, pero, fíjate en ese tipo que deambula solitario observando a todo el mundo si hablar con nadie, ¿lo ves?

—Sí, y va vestido a ray...

La máquina de los abominablesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora