Exhausto

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Aro, completamente empapado y exhausto, logró llegar hasta la orilla. Una vez allí, sacó un pequeño transmisor de su cazadora.

—Olympo, Olympo... —emitía Aro con la voz jadeante aún por el esfuerzo realizado.

—Sí, le recibimos —contestaron desde el Olympo.

El Olympo era un hermoso yate, pintado a rayas (por supuesto) en el que había venido Aro después de recibir la llamada de mademoiselle Dominoe.

El yate contaba con todos los adelantos tecnológicos existentes de la época. Se hallaba anclado en la bahía, muy próximo al río donde cayó el seiscientos. Cierto es también que este no era un río propiamente dicho, sino que se trataba de un brazo de mar que se adentraba varios kilómetros, costa adentro, y en cuyas orillas se formaban playas pequeñas de mojada y compacta arena.

—Olympo, habla Aro, el chico continúa solo, bueno, no, bueno, sí, solo, por la orilla derecha del río, en dirección a la playa. Que le corten el camino con las motos acuáticas.

—Entendido, Aro —contestó el Olympo.

La máquina de los abominablesDove le storie prendono vita. Scoprilo ora