Dominoe

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Poco a poco, Andrés se fue apartando de calles y carreteras para comenzar a circular por senderos cada vez más angostos; mademoiselle Dominoe le seguía a larga distancia, guiándose por la nube de polvo que desprendía la moto al pasar por los caminos de tierra.

Al llegar una finca de limones, Andrés tomó un desvío, subió por una empinada cuesta y continuó su camino entre pinos y matorrales.

Como era imposible continuar siguiéndole, mademoiselle Dominoe frenó su carro y exclamó con su dulce acento francés:

—¡Mon dieu! Parece que hoy las estrellas no están conmigo.

Sin percatarse de nada, Andrés llegó a la vieja covacha, apoyó la moto contra un árbol y se encaminó a la puerta.

Al llegar a la entrada, cogió la vieja llave del sitio secreto donde su tío la solía guardar y quitó el candado. La puerta estaba encasquetada contra el marco por la humedad, pero se abrió fácilmente con una patada.

Cuando la luz penetró en la vieja cabaña, los ojos de Andrés vieron un gran amasijo de tuberías que corrían por todas las paredes del interior, incluyendo el techo.

Grandes cantidades de enredados cables iban de un extraño aparato a otro, y miles de interruptores vivían adosados a teclados y a monitores que se encontraban desperdigados por toda la cabaña.

En el centro, presidiendo la habitación, se erguía con esplendor un hermoso prisma de cristal que atrajo inmediatamente la atención de Andrés:

—Y esto tan raro, ¿qué será? —se preguntó en alto.

Instintivamente, buscando una respuesta a su pregunta, apartó las telarañas que se interponían en su camino y se dirigió al escritorio de su tío, donde encontró un gran taco de apuntes. Sopló el polvo acumulado encima y comenzó a leer en algo:

—"Teoría de la herencia genética y su simplificación, por el doctor Jorge Rego".

Los apuntes estaban escritos en lenguaje científico y era bastante difícil saber claramente a qué se referían.

—¡Vaaaya! No entiendo muy bien lo que pone aquí, pero, al parecer, esta máquina vuelve a retroactivar el proceso de formación de la persona reduciéndolo previamente a sus formas simplificadas, pero ¿qué querrá decir con formas simplificadas? Debe de tratarse de algo muy extraño, aún no imaginado por el hombre. Mi tío es así —pensaba Andrés.

Acuciado por una curiosidad no satisfecha, se dirigió a la máquina y pulsó un interruptor en el que ponía Encendido.

Rápidamente, con la velocidad de un rayo, todos los testigos del frontal se encendieron. Un chasquido eléctrico se escuchó primero. Al rato, un fino zumbido de fondo.

De perdidos al río, se dijo Andrés, y, sin el mayor asomo de culpa o remordimiento, continúo pulsando todos los interruptores en los que veía la palabra encendido.

Poco a poco, todos los testigos fueron iluminándose y los zumbidos comenzaron a montarse unos encima de otros, creando un fuerte ruido monótono e insoportable.

Con las manos en las orejas y todos los testigos encendidos ya, Andrés, aun insatisfecho por la duda, encontró otro interruptor que estaba conectado una gran fuente de alimentación. Sobre ella, había un letrero en el que ponía: en activo.

Casi sin pensar, puso la mano sobre él y, cerrando los ojos, lo apretó con todas sus fuerzas. Y entonces...

La máquina de los abominablesWhere stories live. Discover now