Cháchara

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Dos minutos después, de la esquina superior izquierda, salió despedido Andrés.

Muy ágil, puso los pies en el techo pensando que podría mantenerse, pero la gravedad hizo su efecto y cayó gritando sobre el colchón que había tirado en el suelo.

Sacudiéndose la cabeza dijo: ¡Gracias, tío Jorge, como siempre, estás en todo!

Como si la hablaran a ella, la máquina continuó su cháchara:

—Doctor Rego, proceso finalizado sin ninguna modificación. Comienza el proceso de auto desconexión.

En un abrir y cerrar de ojos, todo se apagó y la cabaña los únicos haces de luz que iluminaron la cabaña fueron los suaves rayos de sol del atardecer.

Aunque no sabía muy bien qué, estaba claro, pensó Andrés, que todo había acabado.

De un salto, se levantó y se puso a inspeccionar el lugar.

—¡Pero esto qué es! —Exclamó en alto al ver a la muchacha durmiendo al otro lado del prisma. —¡Eh! Despierta —le dijo mientras le daba unas palmaditas en la cara.

Volviendo en sí, la chica se llevó la mano a la cabeza y dijo:

—Me duele la cabeza, ¿quién eres tú?

Andrés replicó:

—Eso mismo me pregunto yo, ¿quién eres tú? —le contestó Andrés.

—Yo me llamo Andrea, Andrea Rego.

—¡Santo Dios! —exclamó Andrés, echándose las manos a la cabeza.

—¿Qué tiene de extraño mi nombre?

—Nada, no tendría nada de extraño si no fuera porque yo soy, en realidad, el que me llamo Andrés Rego. Pero, explícame, —dijo Andrés intentando calmarse— ¿cómo has llegado hasta aquí?

Ella se quedó pensando un momento y, luego, dijo:

–Pues el caso es que es una extraña historia. Mi tío Jorge me escribió una carta diciendo que viniera a la cabaña, donde solíamos pescar cuando era niña, y que nada más llegar, destruyera esta máquina que ves aquí; pero no lo hice y, movida por la curiosidad, la encendí y ya no me acuerdo de nada más.

–Ahora lo comprendo todo —dijo Andrés pensando en voz alta—. La máquina ha recibido toda la información genética que recibí yo de mis padres, y tu cerebro ha recogido todos los recuerdos y pensamientos de mi vida. ¡Eres igual que yo pero en mujer! Con mi misma personalidad, mi mismo carácter... Pero, entonces, ¿cómo es que no estás pensado lo mismo que yo ahora?

–¿No será que ahora tengo mi propio cuerpo, mis propios ojos, mi propio cerebro? Si lo que dices es verdad, y yo vengo de ti, a partir de ahora, ya somos diferentes, porque no tenemos el mismo punto de vista de las cosas.

–Tus pensamientos del pasado son míos, los del futuro ya solo serán de Andrea —dijo Andrés mirándola fijamente.

Andrea se negaba a aceptar que ella era la copia. Quizás fuera Andrés...

–Pero, bueno, ¿por qué me miras así? ¿Y por qué dices eso? –contestó Andrea enfadada–. ¿Y por qué me haces tantas preguntas? ¡Soy yo quien te tendría que preguntar! Como comprenderás, no es normal que una llegue a su cabaña y se encuentre con un tipo que dice que se llama igual que yo.

–Cuida tus palabras, mocosa —le replicó Andrés enfadado.

–¿Mocosa, yo? Yo hace mucho tiempo que dejé de ser una mocosa, señorito Andrés; y, además, sea usted más educado —dijo Andrea igual de enfadada levantándose y dejando ver su fino pero bien proporcionado cuerpo.

Andrés se fijó en ella más detenidamente. A pesar del tremendo parecido existente entre los dos, el rostro de Andrea era dulcemente aterciopelado, de unas facciones finas, como si fueran de porcelana; sus ojos, del mismo color que los de Andrés, eran grandes y curiosos, y su mirada estaba llena de brillo; las cejas eran finas y arqueadas, como su cuerpo, y los labios tenían una forma pícara y simpática.

Andrés cambió su expresión de enfado por otra más tranquila y sonriente; la rodeó con el brazo, la cogió del hombro y salieron de la cabaña. Ella se dejó llevar. Estaba confusa. Ya dudaba de todos sus recuerdos.

De camino hacia la moto, Andrés le dijo:

–Andrea... Andrea. .. No sé qué voy a hacer contigo...

Ella le iba a contestar, pero sin saber por qué, decidió guardar silencio.

La máquina de los abominablesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora