Finn se lleva la mano a la cara y se aleja de nosotros, dándonos por perdidos. Adrien lanza la cucharilla al fregadero y sigue a su amigo.

Me dedico a apaciguar mi mal humor removiendo el puchero. Y puede que añada un poco más de sal.

Solo un poco.

Mi hermano regresa a casa al poco tiempo de haber terminado el guiso. Él y Finn sirven la comida, pero esta vez nos sentamos en la barra de la cocina. Nadie quiere arriesgarse a que se caiga algo de chili al sofá. Además, así estamos más cómodos.

— Antes de que se me olvide, quería deciros algo —comento mirando hacia Gabriel—. ¡Me han llamado del trabajo! Mañana es mi día de prueba.

La expresión de mi hermano no es la que me gustaría. Para describirlo de una forma suave, digamos que parece que alguien le hubiera golpeado en la cara con un calcetín sudado y maloliente.

—Enhorabuena, Gia —me felicita Finn, y pasa un brazo por mis hombros para abrazarme aprovechando que estoy sentada a su lado—. Ya verás como irá genial.

—Sí, genial —murmura mi hermano, no sé si con intención de que lo escuche, pero lo hago.

Todos lo hacen, y hasta Adrien deja de comer y observa con curiosidad a Gabriel.

—Pensé que estabas de acuerdo en que podía trabajar donde yo quisiera —le digo a mi hermano, con la mirada puesta solamente en él—. Teníamos un pacto.

—Que puedas hacerlo no quiere decir que me entusiasme. Tú vales mucho más que eso. Además, ese sitio, sus uniformes... No me gusta para ti.

—Preferiría contar con tu apoyo y lo sabes, pero soy adulta y voy a hacer lo que yo quiera.

No sé por qué tengo la necesidad de reafirmar mi mayoría de edad con esas palabras. Aunque amo estar con mi hermano, lo quiero y a su lado me siento segura y feliz, odio que me trate como a una niña.

—Por supuesto que vas a hacerlo. —Hay un matiz ácido en su tono—. Siempre lo haces.

—¿Qué quieres decir con eso?

Finn carraspea y capto cómo niega con la cabeza hacia mi hermano, que también lo mira. Al final Gabriel suspira y la tensión en sus hombros se relaja.

—Nada —responde por fin—. No quería decir nada.

Es obvio que se trata de una mentira. ¿Acaba de insinuar que siempre me salgo con la mía? Estas peleas son como cuando éramos pequeños, pero ahora parecen más intensas. Siento que empiezo a agobiarme y necesito un poco de espacio. Observo mi plato, ya casi he terminado. Me limito a acabarlo en silencio mientras Finn se ocupa de cambiar a otro tema de conversación.

Cuando me pongo de pie, comento:

—Voy a salir a por una crepe.

Adrien y Finn continúan hablando, pero mi hermano se vuelve con el ceño fruncido.

—Es muy tarde.

—¿Y?

—Ha anochecido, es peligroso.

Contengo la tentación de poner los ojos en blanco. ¡Y volvemos con el hermano sobreprotector!

—Esto es Nueva York, hay gente hasta de madrugada, sin importar la hora. No me pasará nada.

Mi hermano parece listo para volver a replicar, en cambio, se lo piensa dos veces y al final cierra la boca. Yo agarro una chaqueta, las llaves y conecto los auriculares al teléfono antes de salir.

Llevo conviviendo con él más tiempo del que esperaba y está empezando a suceder lo que más me temía: enfadarnos. Gabriel es mi única familia, pero los dos hemos crecido y eso complica las cosas. Necesito que ese apartamento sea mío. Saldré de su casa, de su habitación, y nuestra relación no se resentirá.

Un Inesperado NosotrosWhere stories live. Discover now