CAPÍTULO XXI FINAL PARTE II

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—Le queda poco tiempo Ros —mencionó Ezequiel agitado, abriendo la puerta de golpe—. Narciso está con él ahora. Quiere verte.

—¿De qué estás hablando? —Preguntó Rosella apenas entendiendo la situación, terminaba de sacar pastelillos del horno.

—Los doctores habían dicho hace un buen tiempo que se iría en tan solo pocos meses y mira ha convivido con nosotros por más de un año desde entonces...

—Eider querida ve al punto —dijo Rosella.

La miró a los ojos y le dijo lo que menos quería escuchar, nunca podría haber preparado su mente para aquello.

—En la mañana que ha despertado, parecía estar tan sano, pero de repente, se ha decaído. Nathan, él está muy enfermo, nunca lo había visto así, los doctores solo negaron con la cabeza y... —paró en seco dándose cuenta que ya no necesitaba decir más—. Rosella, tú sabes que te necesita más que nunca.

—¡Te dije que no me lo dijeras! ¡Te dije! —Gritó llorando, una y otra vez, hasta que cayó de rodillas y en un solo suspiro repitió una vez más—. No quería saberlo. No quería volver a ser cercana. Ahora que lo soy, me pides que lo vea irse. ¡Devuélveme a la ignorancia!

—Pudieron volver a estar juntos Ros. Al menos no te quedaste con la idea de lo que pudo haber pasado —dijo Ezequiel.

—¡No importa, no iré a verlo, no quiero ir! —continuó en llanto.

—Yo no pude despedirme de mi madre —respondió Ezequiel con suficiente calma.

—Pero no te quedaste con un mal recuerdo.

—Ya estaba destinado, ya deberías estar preparada.

—Nunca estoy lista cuando se trata de Nathan.

—Ros. Ezequiel y yo ya nos iremos —dijo Eider viéndola con comprensión.

—Pero... —mencionó él, se quedó a media palabra y entendió a su amada.

—Déjala descansar, cada quien lleva su dolor como puede —concluyó Eider, una vez afuera.

El hombre moribundo de aquella habitación, sentía que el mundo le caía encima poco a poco, la imaginación abundaba en su mente, no podía haber cabida para el abandono, había tenido tantas personas que lo amaron con una fuerza infinita, decirle adiós al mundo no era una tristeza, no le daba ni una gota de miedo, la tranquilidad flotaba en sus emociones era indescriptible, aunque apenas se enteraba que la sangre Vernier seguiría recorriendo en las venas de toda una generación, morir con la gracia de haber convivido con su hija y de saber cómo llegó a lucir su pequeña y hermosa Ruby le recordaba que ahora se reuniría con ella en el más allá quien lo recogería seguro con una gran sonrisa y pasarían juntos una eternidad, su nieto le había dado un último momento de felicidad y su querida Eider jamás lo había dejado solo, ya con la demencia al tope, con la delirante sonrisa en su rostro con la que se despedía, mientras Ezequiel y Eider le veían desde una silla al lado de su cama, una mujer abrió la puerta, la mujer iba vestida de blanco, un vestido de bodas fenomenal la envolvía, un velo que cubría su cara dejaba la vista a unos labios sonrosados que le mostraron una sutil sonrisa, pero en los ojos unas gotas de agua rodaban por sus mejillas, una pequeña niña de rizos como el trigo sostenía una canasta de margaritas a su lado, pero no se veían nuevas, todas estaban marchitas, Nathan sabía sin dudarlo de quien se trataba, su querida Rosella había llegado para despedirlo, vestida justo como la espero en el altar.

—Nathan Verdier —dijo ella—, ¿por qué eres tan terco?

—Eso no importa querida, este año ha sido el más hermoso para mí. Vaya quiero abrazarte, pero ni siquiera puedo hacerlo.

Una margarita para n̶u̶n̶c̶a̶ olvidarme de tiحيث تعيش القصص. اكتشف الآن