CAPÍTULO VIII

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"La llegada de una tormenta"

Había pasado casi medio mes desde su llegada a El Valle, a pesar de que todo le comenzaba a parecer tan monótono, sentía no poder desprenderse de aquel lugar, las tardes que pasaba con Nathan se convertían en momentos llenos de alegría, pues él, resultaba ser una persona bromista y muy parecida a Ezequiel. Ya ni siquiera necesitaba que Eider lo acompañara para con él, cuando ella dijo que debía irse, supuso que podía hacerlo solo, como si hubiese vivido ahí toda la vida. Se encargaba de las tareas en casa de Marina, desde cuidar al pequeño Ben y a los animales de granja, hasta cultivar las calabazas maduras de las siembras. Aunque el dolor de los días que recorrió los caminos en bicicletas se marcara en sus piernas y abdomen, la emoción de arreglar todo aquello que se descomponía, podía más con su nada ejercitado cuerpo. Ya tenía varios días trabajando en el apergollado camino de viñas de Nathan, y cada día se complacía un poco más con los avances. También se había encargado de trabajar las tierras para recoger cultivos en otoño y hasta sentía las ganas de vivir ahí para siempre, a pesar de no querer admitirlo abiertamente.

—Hijo, ven, tomemos un poco de té, has trabajado todo el día —dijo Nathan con una sonrisa.

—No he terminado todavía —contestó Ezequiel.

—Vamos, no seas terco.

—Bien, bien, ya voy —dijo Ezequiel poco convencido.

—A veces es bueno tomarse un suspiro Ezequiel, hacer las cosas con tremenda desesperación genera mucho estrés, se disfruta más cuando le das el debido tiempo. Además, hay muchas cosas que quisiera contarte —concluyó Nathan.

Sirvió dos tazas de té y trajo a la mesa un plato con diferentes tipos de pan, el jarrón del centro lo decoró con cilantro seco y lavanda. El olor que las flores y las ramas dejaron en el ambiente, producían una especie de calma inexpresable. Trajo consigo otra silla, que acercó a la mesa y se sentó, esperando que Ezequiel hiciera lo mismo y así fue.

—¿Por qué colocas estas flores? —Preguntó Ezequiel, con mucha curiosidad.

—Lavanda, para el estrés, cilantro, para los nervios, juntos, para relajarse —respondió Nathan casi a manera de poesía.

—En ocasiones olvido que eres un herborista —dijo Ezequiel riendo ante la forma tan extraña en la que su compañero explicaba.

—Soy un agrónomo Ezequiel, pero me he convertido en un partidario de la herbolaría desde hace bastante tiempo, que la experiencia misma habla por mí —dijo Nathan sirviendo el té.

—Todos en el pueblo dicen que eres un médico, que gracias a lo que sabes haz salvado muchas vidas, cualquiera recurriría a ti antes que ir a Wokanderp —expresó Ezequiel con evidente emoción.

—Sí, no voy a negar que he salvado muchas vidas Ezequiel, pero hubo una que no pude salvar y... es lo que quiero platicar contigo hoy, porque todos merecen saber la verdad, sea por mí o por otros, tarde o temprano lo sabrás, por eso no debería ocultarlo por tanto tiempo... —no pudo continuar, la voz de Nathan comenzó a entrecortarse, después de ocultar su dolor, se arriesgó a continuar—. Tu madre era... era una flor. Una flor que no supe cultivar, ella es lo más preciado para mí. Y siento tanto... no poderla salvar, que no pudiera verte crecer y ver que te has convertido en un gran hombre.

—Nathan... tu ¿conociste a mi madre? —Preguntó Ezequiel, anonadado. Nathan asintió.

Ezequiel ya no supo que más responder. Aquel basto océano de sus recuerdos, se presenció ante él, transformado en el silencio de una mente cansada. Él nunca encontró una forma de llenar ese espacio vacío que ahora le recordaban, un espacio que ocuparía la misma persona para siempre. Cuando su madre se fue sin la posibilidad de que existiera un retorno, él se había vuelto alguien tedioso e impotente, porqué ella se había disuelto como la espuma del mar y él ni siquiera había podido despedirse. Aquella sonrisa que vivió en sus memorias se iba desvanecido con el paso de los años sin ningún aviso, por más que intentara traer de vuelta el pasado, no podía, todo era tan borroso para él desde hace demasiado tiempo atrás. No era más que un adulto que siempre le ganó a un niño, un niño que se perdió entre el tiempo, mientras que el tiempo solo siguió su curso.

Una margarita para n̶u̶n̶c̶a̶ olvidarme de tiWhere stories live. Discover now