CAPÍTULO XIII PARTE II

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El sonido chirriante que produjeron las estructuras del parque de diversiones que estaban justo antes de llegar a la casa de Rosella, lo recorrió como un escalofrío en las rodillas. No pudo evitar echar un vistazo, con la extraña sensación de que la chica se encontraba más cerca de lo esperado.

—Ros —pronunció normalmente.

Ella salió detrás de la rueda de la fortuna, sostenía un desarmador en sus manos, vestía con botas de plástico para la lluvia y un impermeable.

—De verdad que eres algo serio —mencionó Nathan riendo—, si no digo tu nombre habría muerto con ese desarmador en el cuello.

Rosella asintió, con un rostro que acaba de relajarse al ver que se trataba de Nathan y no de alguien más. Las probabilidades de que su madre hubiera mandado a alguien a buscarla, no bajarían incluso si pasaran un par de años más.

—¿Qué haces aquí? ¿Te has vuelto loco o algo? —cuestionó ella firme.

—Ros —dijo Nathan—, solo vine para decirte que; en uno de mis viajes, logré conocer Belyquia; el país de los tazones de arroz, no dudé en entrar a un restaurante y probar esa delicia. Todavía no servían mi tazón de arroz, cuando vi que en contra esquina había una pareja de unos 60 años compartiendo un tazón —dio un largo suspiro—. No paraban de reír y hablar. No te imaginas cuanto amé presenciar ese momento. Fue justo cuando pensé que en toda mi vida nadie me había hecho sentir que un tazón de arroz pudiera ser tan divertido y estar tan lleno de amor.

—No entiendo que quieres decir, Nathan —expresó Ros confundida.

—Rosella, tú eres mi tazón de arroz. Eres la razón de mi felicidad. Por favor, cásate conmigo.

De la impresión Rosella dejó caer el desarmador, un relámpago les iluminó un segundo la noche y en ese instante ella corrió para abrazarlo. No había nada que pensar, había estado esperando esa pregunta desde el día en que él fue a buscarla a Wokanderp.

—No tengo un anillo, no tuve tiempo de pensar en eso, solo salí corriendo a tu encuentro —mencionó Nathan, con una sonrisa irónica.

—No me importa, acepto —respondió la joven.

Rodeó su cuello y de un salto sus piernas quedaron sujetadas en la cadera de Nathan. Sus manos buscaron las mejillas del chico y sosteniéndole la nuca con sus pulgares; acomodó su cabeza hacia atrás. Contrajo sus labios contra los de él, con tal fuerza que él no tuvo más opción que continuarlo, no era como si no lo deseara también. El corazón que estaba a punto de salírsele del pecho, le recordó que ella era la correcta, que nadie más en la vida le haría sentir lo mismo que Rosella. Las manos y el cuerpo de Nathan se sintieron débiles de repente, aunque no permitió que eso acabara con aquel deseo, soltó a la joven que sostenía por las piernas y esta calló con los pies de punta, soltando su agarre. Nathan la tomó desprevenida y continuó con un beso más suave, dándole a entender que ella había sido siempre quién daba el primer paso y que esta vez era su turno. Un trueno en el cielo, les recordó que no era un buen clima para la pasión que palpaban sus corazones, haciéndoles voltear en dirección al cielo. Nathan la abrazó una vez más y se quedó con ella hasta que estuvo despejado.

Pasaron el resto de la tarde hablando, como si fuese la primera vez que se conocían, acordaron pactos para no soltarse de las manos nunca más y sonreían por imaginar el futuro. Llegó el momento de despedirse cuando el sol se puso en el horizonte, las nubes que quedaron por la lluvia jugaban entre tonos naranjas, rosas y amarillos. Nathan besó la mejilla de la joven y se levantó de golpe, corrió lejos de ella y saludo con su mano en señal de "adiós", le dio la espalda y se perdió entre el bosque. El camino a casa le parecía primaveral, a pesar de los charcos por doquier y el olor a tierra mojada. Cuando por fin estuvo en la puerta de su casa, tomó aire. Un escalofrío le recorrió desde la cabeza hasta los pies, sabía lo que le esperaba.

Una margarita para n̶u̶n̶c̶a̶ olvidarme de tiWhere stories live. Discover now