CAPÍTULO XVIII

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"Cartas al aire"

Desde la última vez que lo hablaron; Eider y Ezequiel habían estado preparando todo lo necesario para ir a Gringuett. El día por fin había llegado, era un martes de noche buena, querían tener una hermosa cena para recibir la navidad, tomar una buena comida con una taza de leche caliente y cantar villancicos desde aquel lugar bello que ruge con el viento.

Mari y Rosella prometieron estar con Narciso en El Valle de las Luciérnagas, para Jenny, Nate y Hell, sería grandioso dar una fiesta con puertas abiertas a familiares y conocidos, con el mejor de los tratos de la Mansión Janssen, donde era probable, Nathan se incluyera, era una celebración de todos los años a la que no faltaba nadie del pueblo, incluso a veces había fuegos artificiales.

Todo estaba listo, se iban sin dejar ningún pendiente, sin dejar a nadie en soledad.

—Lista —preguntó Ezequiel, justo antes de subir al tren. Eider asintió, le pasó una mano y le ayudó a subir.

En un cerrar y abrir de ojos, ya habían tomado un avión y recorrido un par de kilómetros más para encontrarse en el lugar más hermoso que quedaría guardado en sus memorias para siempre. No tardaron nada en dejar sus cosas en un cuarto de hotel y salir a recorrer todos los caminos que pudieran, antes de ir a la torre de Gringuett, donde pasarían los últimos minutos del día para recibir la navidad con todo el corazón y buenos deseos.

—¿Es cómo lo imaginaste? —preguntó Ezequiel, sonriendo.

Las luces, la vejez de los edificios, el ir y venir de los transeúntes, todo le parecía tan grandioso a Eider, para ella era como estar en una película navideña antigua, llena de tragedia y amor. Solo que en su vida había más tragedia que amor, al menos en su corazón todo era una oleada de sentimientos.

—Es mucho mejor de lo que imaginé —dijo ella. Midiendo sus palabras.

—¿Es todo lo que tienes que decir? —preguntó Ezequiel.

—Sabes que no, pero he decidido que disfrutaré más que preguntar las cosas, por ejemplo —dijo acentuando bien las palabras—, ¿escuchas eso?, es como si todas las voces de la gente se integraran a la torre y de ella saliera un cántico extraño, es tan tenebroso y majestuoso al mismo tiempo. ¡Me encanta! ¿Crees que nuestras voces en este momento también lleguen ahí? —concluyó.

Una sonrisa se forjó amplia, en los labios y en la mirada del chico.

—Acerquémonos —mencionó él, Eider asintió, nerviosa.

Caminaron un poco más, hasta que aquella sublime obra arquitectónica fue invadida por dos jóvenes idiotas. Ezequiel la miró con un cariño inexpresable que Eider sintió de inmediato, estaba con él, el chico que amaba con todo su corazón, debatiendo entre si se trataba de amistad, o todos, excepto ella, podían notar lo que aún no entendía.

—Hay un lugar con el que puedes comunicar lo que sientes... —recordó Ezequiel, antes de entrar al edificio.

En el interior de la torre Gringuett había una especie de tubo que se conectaba a una rejilla al final de una escalera, la gente solía ir ahí y pararse cada una en un extremo. Según la leyenda; aunque tu dijeras una cosa diferente, el tubo enviaría el mensaje que había en tu corazón. Varias parejas que pasaban por el edificio, hacían fila para hacer aquello, era algo que según los turistas, jamás olvidarían, según ellos; los recuerdos que se forjan en lugares de ensueño, les hacen luchar por la persona a su lado, pues el amor cambiante y bien forjado de recuerdos, te hace conmemorar porque has elegido a esa persona.

—¿Quieren intentarlo? —preguntó el guía en el idioma que entendían—, dile a tu novio lo que sientes —concluyó dirigiéndose a Eider, se puso un poco roja.

Una margarita para n̶u̶n̶c̶a̶ olvidarme de tiWhere stories live. Discover now