CAPÍTULO VII

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"Lágrimas de pasados indelebles"

—Claro, puedo darte las respuestas que buscas, pero déjame advertirte que será una larga historia.

Ezequiel se sentó en una silla al lado de la cama, Nathan comía tan lento que el sonido del tic tac del reloj resonaba en toda la habitación, pero nadie dijo nada, ni siquiera la joven Eider que hace tiempo se hallaba consternada por la situación.

—Y ustedes, ¿no piensan comer algo? —Mencionó Nathan, viéndolos con reproche—. ¿No van a acompañarme?

—Si... yo... arreglaré la mesa del jardín —expresó Eider, encontrando una escapatoria de aquel ambiente tan tenso.

Nathan se levantó de la cama, llevando su charola a la mesa, Ezequiel le siguió el paso, el aura que se formaba alrededor se sentía tan pesada, que tenían la sensación de que se encontraban dentro de una película de terror, el clima ayudaba al ambiente y el viento lucía tan misterioso que Eider prefirió quedarse dentro de la casa, optando por darles privacidad, pero los hombres solo se veían con cara de duda.

—Señor, debemos hablar de las cartas que envió a mi Ros, esp...

—¿Si? —Interrumpió Nathan—, niño, no te voy a mentir, me lo planteé de nuevo y no creo que debas conocer las razones, quédate con lo que ella ha decidido que te quedes.

—Pero señor, usted incluso dijo que sería una larga historia y tengo mucho tiempo para escu...

—No vas a escucharla de mí —interrumpió Nathan, nuevamente—, igual ya he enviado mi última carta.

—Eso no explica nada —respondió Ezequiel con cierto tono de molestia.

—Ezequiel, debes saber que todo lo que dije en ellas salieron de lo profundo de mi corazón, pero solo fue el método que usé para olvidarla. En realidad, no han pasado tantos años desde que Ros se fue de mi vida —explicó Nathan a detalle.

—Te he dicho antes, que vine a ti para encontrar respuestas... solo quiero ayudar a mi tía —dijo Ezequiel, con algo de angustia en su voz, una parte de él sabía que no tenía caso insistir, aunque ansiara hacerlo.

—Si ella no te ha dicho quién soy, debe tener una verdadera razón para hacerlo —hizo una pausa y continuó—, chico, si buscas una razón para quedarte, aquí no la encontrarás, pero sé lo que hay dentro de ti. Dos almas no pueden ser iguales, pero estoy seguro que somos tan similares, que dudo mucho que desees marcharte, este lugar libera tanto tu aburrida vida. No, no lo dudo, afirmo que al final vas a optar por quedarte.

—Se equivoca en algo, no quiero quedarme, pero tengo un motivo para hacerlo y sé que, al conocerlo un poco más, tendré las respuestas que estoy buscando.

Se levantó de la mesa y respiró profundo, observó a su alrededor y pensó en que no había notado en que momento las espesas nubes se disolvieron, el viento le pegó en la cara y esbozó una enorme sonrisa, Eider hace rato que había salido en dirección al granero, así que decidió dirigirse hacia allá.

—¡Vaya chico! ¡De verdad estás demente! ¡¿Cómo puedes decir que no quieres quedarte en este magnífico lugar?! —Gritó Nathan a sus espaldas, Ezequiel, sin darle la cara, hizo una seña con su mano expresando un adiós.

Siguió su camino hacia el granero y al llegar se encontró con una joven que jugaba con un cachorro que saltaba sobre costales llenos de lo que sea que hubieren cultivado, al parecer Eider se había entretenido tanto que no se percató de que Ezequiel la observaba. Cuando por fin lo notó, se dirigió a él devolviendo su postura habitual.

Ambos hicieron deberes, las palabras se volvieron solo acciones, pues ninguno se atrevía a conversar de primeras. La joven Eider se encaminó de vuelta a casa, llevaba una canasta llena de huevos que había recolectado en el granero y se sentó en la mesa donde se hallaba Nathan. Ezequiel le siguió los pasos, pero se quedó observando el campo, tomó un arado de discos que se encontraba justo al lado del granero y se dispuso a trabajar.

Una margarita para n̶u̶n̶c̶a̶ olvidarme de tiWhere stories live. Discover now