CAPÍTULO II

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"El valle de las luciérnagas"

El vuelo aterrizó, su trayectoria se había convertido en una larga travesía, completamente inesperada, pues aquel preciado país estaba muy retirado de Wied, más de lo que Brown había imaginado. Un sentimiento de adrenalina y desesperación, golpeó en sus venas, cuál si fuera una puerta que estaría a punto de ser abierta, porque aún sentía la constante inseguridad, de que estaba haciendo las cosas mal. Su trabajo estaba en juego, así que arrepentirse de su decisión no era una opción palpable, debía llegar hasta el final, para que valiera la pena su ser obstinado. Xyillam no era un lugar tan diferente a cualquiera que hubiera visitado antes; el crepúsculo se perdía ante los grandes edificios, la contaminación, las calles y las avenidas eran un lío, como en cualquier otra ciudad. Él imaginaba que Wokanderp era una localidad extremadamente pequeña, tal vez un pueblo del país, sus pensamientos no estaban tan alejados de la realidad. Su madre le contaba historias, ella siempre había querido visitar allí, por lo que lo había investigado mucho, Ezequiel nunca tuvo idea del por qué, pero lo que su madre describía era bastante diferente a lo que se presentaba ante la vista de Ezequiel, eso lo llevó a creer que definitivamente había tomado el vuelo incorrecto.

Su única opción era pedir indicaciones para localizar su destino, y saber de una vez, si estaba en el lugar correcto, decidió que entregaría la dirección de la carta a quien fuera su taxista y que encontraría todas las pistas que necesitara, si eso no funcionaba se vería obligado a regresar. Después de media hora parado en la salida del aeropuerto ya con una postura infantil y tonta, sentado en su maleta, mientras buscaba con la vista un cartel cuyo nombre debiera estar escrito, perdió la paciencia y se dispuso a revisar su celular, para asegurarse de haber contratado un taxi que lo recibiera a su hora de llegada. Ya habían pasado varias horas, cuando un taxi se detuvo frente a él; del cuál, un hombre de apariencia africana y de edad avanzada bajó, encendía un cigarrillo mientras se acercaba lentamente a Ezequiel.

—A juzgar por tu apariencia, debes ser el señor Brown —expresó el conductor, Ezequiel se limitó a asentir sin decir una palabra por su gran incomodidad frente al tabaco—, mi nombre es Ismat Abara, gusto en conocerte, amigo, me asignaron a tu llegada, 10:20 de la mañana, justo a tiempo —concluyó.

—¿10:20? —preguntó con asombro, el hombre le mostró su reloj, y así pudo notar que no había considerado la diferencia de horario.

—Disculpa, ¿puedes llevarme a este lugar? —preguntó Ezequiel, mostrando la carta.

—Amigo, yo no puedo llevarte allí —dijo Abara, viéndolo con bastante sorpresa—. Amigo, al menos se toma una semana llegar en vehículo —insistió—. Calle Álamos, este número de casa... está... si bien lo recuerdo... en "El valle de las luciérnagas", la extensión de esa calle se acaba de hacer en la ciudad, ¿es correcto el número?

—Sí, es correcto, pero seguro hay un error, si no puede llevarme, buscaré otra forma —dijo Ezequiel impaciente—. ¿Qué debería hacer?

—Tranquilo amigo, claro que la hay, y no hay un error, he recorrido "El valle" millones de veces, lo conozco como la palma de mi mano, así que viejo, a mí no me vienes a decir que estoy en un error —expresó Abara, un poco molesto, luego de un rato continúo—, puedo llevarte a la estación del tren, corre por todo Wokanderp.

—Sí, por favor— respondió Ezequiel.

—Cuando te deje en la estación, te tomará algunos días llegar a la siguiente, de ahí solo puedes seguir andando. Tomarás un sendero que te llevará directo a esta calle. —Concluyó Abara devolviendo la carta.

Cuando llegaron a las orillas de la capital, y cuanto más se alejaban de ella, el camino comenzaba a volverse en mal estado y hueco, hasta convertirse en un sendero, de tierras compactas y muy pocos pueblos podían verse de vez en cuando, casas dispersas y enormes campos también se hicieron presentes.

Una margarita para n̶u̶n̶c̶a̶ olvidarme de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora