CAPÍTULO XVII

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"Otra historia de amor cliché"

Habían pasado ya varios días desde la embarazosa situación. Ezequiel seguía luchando en su corazón en soledad, pues no había visto a Eider desde entonces, se preguntaba si ella estaría molesta por irse sin decir nada, lo estuvo pensando durante mucho tiempo, si debía decirle la verdad sobre sus sentimientos o solo quedarse con la duda del que pudo haber pasado si era sincero consigo mismo y con Eider.

Esa mañana, decidió que era momento de dejar de pensar estupideces y concentrarse en sus metas, se despediría de todos y regresaría con su tía, podrían venir juntos alguna otra vez, Ros había dicho que volvería y Ros no era alguien que rompiera sus promesas.

Comenzó haciendo sus maletas, ordenó cada parte de la casa para dejarla como la encontró la primera vez que llegó. Su decisión de entrar a la universidad aun no declinaba, pero después de inscribirse, viviría en la casa de Ros en Wokanderp y conduciría diario, por el camino que el taxista pareció nunca recordar cuando recién llegó y después de los días, de seguro, poco a poco olvidaría un amor infantil que surgió por ir a un lugar al que nadie lo invitó.

Como era de esperarse Ezequiel no se iría sin despedirse, trajo consigo algunas tarjetas de presentación que guardaba en su maleta y las llevó hasta Nathan, con la esperanza de que él se comunicara de vez en cuando.

—Nathan —fue lo primero que dijo cuando lo vio.

Nathan, presintió de inmediato que algo extraño pasaba, Ezequiel pocas veces parecía ser una persona seria, cuando lo saludaba solía comenzar con una broma primero, él podía parecer alguien muy formal, poco parlanchín y muy tímido, pero una vez que entraba en confianza, le recordaba a él mismo en su juventud.

—¿Qué? —respondió Nathan en seco, luego rio—. No me digas que te has convertido en un niño llorón como lobo aullador a la luna.

—Vine a despedirme —esbozó una sola frase.

La tristeza de su abuelo, fue bien aparentada, su rostro no parecía decir nada, pero sus ojos se vieron sombríos, Ezequiel sintió haber tenido que decir aquellas palabras, pero ya habían salido de todos modos, algún día tenía que volver y descubrir que había pasado en el mundo exterior, del que no había tenido ninguna noticia durante los meses que se quedó en El Valle de las Luciérnagas. El lugar que se detenía en el tiempo.

—Dijiste que te irías cuando todo estuviera reparado. ¿No es cierto? —dijo Nathan, pensativo.

—Lo sé, pero lo único que falta por reparar, es irreparable —acertó Ezequiel, aunque Nathan sabía que se refería a su salud, pensó en su corazón que podía hacerlo quedarse.

Era un auto viejo que cubrían unas sábanas blancas en el granero. Se dirigió hacía allá sin decir una palabra, Ezequiel lo siguió y observó todos sus movimientos. Cuando el auto estuvo por fin descubierto, la sorpresa de Ezequiel fue insuperable. Era un Dodge DU Coupé de 1935, si hablamos con exactitud. Era un coche que los padres de Nathan fácilmente pudieron comprar, uno al que, aunque le guardaba un enorme rencor, no podía deshacerse de él. El coche era de un intenso negro, pero oxidado en grandes partes, estaba molido desde el capacete hasta el cofre, tal parecía ser que era el resultado de un trágico accidente.

—Tenía 20 años, cuando perdí a mis padres y los he extrañado por el resto de mi vida. Esto es lo único que me conecta a ellos.

—Nathan, yo no sé de ingenieras, lo siento, aparte debes sentirte agradecido de recordar un poco de tus padres, yo ni siquiera puedo saber dónde descansa mi madre, no puedes... quiero decir... al menos les puedes rezar en su descanso eterno y sentir la energía de algo cercano. ¿Me entiendes?

Una margarita para n̶u̶n̶c̶a̶ olvidarme de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora