Me aclaro la garganta antes de contestar. Su tono ha sido medio en burla, medio grosero. Hemos crecido juntos y es amigo de mi hermano. Sé perfectamente lo que opina de conseguir un trabajo "por enchufe". Según él, te quita todo el mérito.

—¿Y cómo es que has acabado tú en Nueva York? ¿No era que a ti no te gustaban las grandes ciudades? Decías que serías médico de familia en una zona rural —el ceño de Adrien se frunce y yo me trago la sonrisa antes de cambiar a un fingido tono dulce—. Ay, perdón. Se me olvidaba que al final estudiaste enfermería.

Su mandíbula se aprieta al instante, marcándose todavía más.

No tengo nada en contra de la profesión de enfermería. Su labor es distinta y complementaria a los médicos, ninguno funcionaría sin el otro, por no mencionar que es una carrera que yo jamás podría estudiar, pero sé que esa frase va a joder a Adrien. Él ha comenzado esta guerra y si no sabe jugarla, es su problema.

Yo peleo hasta el final.

—Chicos, ya basta —habla mi hermano, alzando la voz más de lo necesario para llamar nuestra atención—. Somos adultos, podemos comportamos.

Adrien se vuelve hacia él con las cejas alzadas y una sonrisa de superioridad que quiero borrarle con mis propias manos.

—¿Seguro?

Idiota.

—Díselo a tu amigo —replico.

Y doy un gran sorbo al spritz. ¿Cuándo podremos pedir la comida? Tengo ganas de acabar e irme de aquí de una vez.

—¿Ya saben qué van a comer?

Finn se vuelve hacia la camarera que acaba de aparecer en nuestra mesa como quien ve al sol en un día de lluvia. Siento un tirón en mi estómago al darme cuenta de que acabo de hacerle pasar un mal rato. Él es el más tranquilo de los amigos de mi hermano. No le gustan las peleas ni las confrontaciones. Siempre trataba de mediar entre nosotros cuando estábamos en el instituto.

Imagino que eso no ha cambiado y en cierta parte me alegro. Muchas personas cuando crecen adquieren maldad o se vuelven más hostiles. El mundo y quienes viven en él los vuelve así.

Y siempre viene bien mantener a gente como Finn cerca. Hay muy pocos como él.

—¿Qué tal está la ensalada caprese? El otro día me quedé con ganas de probarla.

La chica mira a Finn y su sonrisa se amplía. Comprensible, cualquiera caería embelesado ante esos ojos azules.

—He visto antes una en la cocina y tenía muy buena pinta, aunque yo prefiero la focaccia de la casa.

—Entonces serán ambas cosas, para compartir —le guiña un ojo a la chica antes de dirigirse a nosotros—. ¿Os parece bien, chicos?

Adrien se encoge de hombros y yo asiento. Frente a mí veo como mi hermano pone los ojos en blanco y se deja caer en el respaldo de su silla.

—Para mí una lasaña —dice.

Los demás pedimos pizza y la camarera apunta todo antes de irse, además de una nueva copa de spritz para Finn, que ya se ha terminado la suya. Juraría que cuando la trae de vuelta hay más cantidad que en la primera ronda.

Mientras esperamos la comida la conversación continua. Trato con todas mis fuerzas de concentrarme en el hambre que tengo, en dar sorbos a mi bebida y en el bonito decorado de luces y plantas que hay en el restaurante.

No en Adrien y en cómo su brazo roza el mío cada vez que alguno de los dos tiene la intrépida de idea de hacer algo como, no sé, respirar.

¿Por qué mi hermano no me ha dicho que él iba a estar aquí?

Un Inesperado NosotrosWhere stories live. Discover now