Unas horas después, todos estaban de vuelta en el Alcázar del Pandemonium, donde los hechiceros y hechiceras se habían reunido para el juicio de Dianthe. Desde luego, el tío Google se presentó, y junto con él, Solveig y sus papás. Los cuatro se acomodaron en un rincón, observando con atención lo que ocurriría.

Yngve también se presentó pero se mantuvo un poco alejado de todos.

Debido a que fueron quienes efectuaron la investigación, Ahkona y Osun fueron quienes presentaron las pruebas contundentes que señalaban al hechicero como culpable de las muertes de los seres mágicos; sin embargo Yngve no dijo nada ni mostró ninguna evidencia, ni a favor ni en contra.

A medida que avanzaba el juicio, era más notorio que algunas cosas no encajaban, ya que a pesar de las pruebas, y de que el propio Dianthe las admitía como ciertas, en ningún momento pudo dar su motivación para los crímenes, como si no la tuviera definida. Además, la actitud del acusado no parecía la de alguien que había cometido asesinatos, sino más bien la de alguien que había sido convencido de que los había cometido y se hallaba en tal arrepentimiento que aceptaba la culpa sin defenderse.

Poco a poco, varios hechiceros se dieron cuenta de esto, y en el fondo de sus ánimas, se sintieron muy ofendidos; aquí había alguien que les quería tomar el pelo.

¿Cómo era posible que Dianthe aceptara su culpa cuando era evidente que, a menos que algún mal lo aquejara causándole lagunas de memoria, él no había hecho esas atrocidades? ¿Y por qué también Osun y Ahkona, con su rectitud moral y experiencia en la magia, insistían en acusarlo?

Solveig miró a su alrededor, el ambiente se sentía tenso. Le pareció que los demás hechiceros protestarían en cualquier momento, quizás acusarían a los papás de Muntu de falsear las pruebas y la declaración de Dianthe. Ella sabía que ellos no tenían nada qué ver con las irregularidades del caso, pero dedujo que romper la confianza en ellos podría ser parte del plan del verdadero villano. Lo más seguro es que ni siquiera estaba planeado que específicamente ellos fueran quienes "descubrieran" esas pruebas; cualquier hechicero que se pusiera a investigar lo que pasaba con los seres mágicos se volvería el daño colateral de esa maquinación.

No podía quedarse callada, así que, aun con el miedo de terminar de arruinar su imagen ante Ahkona y Osun, Solveig se soltó de las manos de sus papás y se acercó al centro del alcázar.

La presencia de la sirenita inmediatamente llamó la atención de todos los presentes. Sentir las miles de miradas sobre ella casi la hicieron retroceder, pero al ver que Anémona y Ari le hicieron señas de que continuara lo que planeaba hacer, Solveig respiró profundo y trató de hablar lo más alto y claro que pudo: —Hechiceras y hechiceros, sé que no creen nada de lo que les están presentando sobre este caso. Yo tampoco lo creo, pero recuerden una cosa muy importante: las sirenas nunca mienten. Al menos no por propia voluntad; así que no es de Ahkona y Osun de quienes debemos desconfiar, ni siquiera de Dianthe, aunque sea un humano. Hay alguien más que está intentando hacer que la confianza entre nosotros desaparezca, y antes de juzgar a Dianthe, debemos averiguar ciertos detalles que hasta el momento pasamos por alto, como la presencia de las ilusiones y que la mayoría de los seres mágicos dejaron evidencias de haber caído en un estado de locura o inconciencia.

No era realmente un gran reto gracias a su voz de sirena, pero el nerviosismo del momento le hacía creer que sería difícil que la oyeran en todo el Alcázar. Afortunadamente todos los hechiceros y hechiceras escucharon con atención las palabras de Solveig. Algunos parecían escépticos, pero incluso esos mostraban interés en lo que decía.

Solveig observó a su alrededor, esperando alguna reacción. Ahkona y Osun parecían sorprendidos por sus palabras, y Dianthe observaba atentamente, con una leve expresión de confusión en su rostro.

El astro de las profundidadesWhere stories live. Discover now