Después de que Ari y Anémona tomaron esa decisión, pasaron meses de impaciencia para Solveig, hasta que nacieron sus nuevos hermanitos, porque resultaron ser dos bebés. Ina y Viggo, como los nombraron, eran muy pequeños y daban curiosidad a la sirenita. Con la llegada de esos mellizos, Solveig tuvo que aprender a ser una hermana mayor, para lo cual afortunadamente Delph le ayudaba a entender lo que sucedía con los pichitos, en base a la experiencia que él ya había tenido cuando ella nació, por lo que pronto Solveig se acostumbró a cuidar y jugar con ellos.

Pero, como es natural, el cambio en la dinámica de la familia desde el nacimiento de los bebés fue un poco difícil de asimilar para la sirenita, sobre todo al ver que sus papás tenían que ocuparse más de los bebés que de ella y Delph, así que, temiendo que se hubieran olvidado de su deseo, Solveig volvió a repetirlo, ya que, como además se acercaba su cumpleaños, pensaba que era más justo que le volvieran a poner atención e hicieran algo al respecto".

 —¡Qué buena estrategia! — exclamó uno de los niños.

—¿Verdad que sí? — respondió el narrador, y luego de que todos los pequeños asintieran, continuó:

"Como en realidad no lo habían olvidado, al reiterar Solveig su petición, Ari y Anémona le aseguraron que se ocuparían de eso desde el día siguiente, y como afortunadamente entre ellos no es usual decir mentiras, sí lo cumplieron.

Para ese momento, los bebés ya tenían cinco meses, así que no requerían tantos cuidados por parte de su mamá como cuando apenas habían nacido, así que Anémona los dejó al cuidado de Ari y Delph, y llevó a Solveig hasta Toivonpaikka.

Aunque ahora que había crecido podía resistir un poco el respirar aire, de todas maneras seguía siendo algo desagradable para Solveig, por lo que Anémona, quien conocía la isla perfectamente, no llevó como en otras ocasiones a Susto, el nokk que usaba como caballo para viajar por tierra, sino que nadaron por los ríos que se adentraban en el territorio para llegar hasta las cercanías del sitio que buscaban: la casa del hechicero A. Brah, el más antiguo y experto conocedor de la magia que conocían.

Este hechicero había sido el maestro de todos los otros practicantes de magia en los cuatro reinos de Toivonpaikka, así como del tío Google. Por lo tanto, no había una opción más adecuada para que les informara los requisitos necesarios para que la pequeña pudiera iniciar su aprendizaje. 

Sin embargo, aunque estaban cerca, no podían desplazarse hasta el lugar exacto, pero Anémona tenía otro recurso: había elegido el río que terminaba a unos metros del sendero por donde todas las tardes pasaban varias personas hasta el hogar de A. Brah, y como a pesar de no tener buena vista estando fuera del agua, (lo cual es algo común y desventajoso para todo aquel que pertenezca a la especie de las sirenas), tenía muy buen sentido del oído para compensarlo, y así identificó al poco rato la voz de su antigua amiga Violeta, la sílfide Violeta.

Ésta frecuentaba ese camino durante las tardes, pues llevaba a su pequeño hijo Olaf II, (quien tenía la misma edad que Solveig), a aprender con el hechicero, lo cual era un pequeño orgullo para su familia, en la que habían tenido a muchos hechiceros en generaciones pasadas, y al interesarse el pequeño en tal oficio estaba rescatando una tradición que había parecido en riesgo de perderse, pues ante el auge del desarrollo tecnológico en el reino de los silfos, los jóvenes de aquella especie habían dejado de interesarse en la magia. Por lo tanto, y como ambas amigas seguían manteniendo buena comunicación, Anémona estaba enterada de estos hechos, y no dudó en recurrir a la ayuda de la sílfide.

En cuanto la escuchó pasar, la sirena, con su voz precisa y afinada, llamó a Violeta, de manera que el hada fantasmal miró en dirección al río y al notar la presencia de Anémona, rápidamente tomó en brazos a su pequeño y se acercó para hablar con ella.

El astro de las profundidadesWhere stories live. Discover now