Una o dos horas después, Anémona, llevando entre sus brazos a Solveig, llegó hasta la caverna donde se resguardaba el kraken. Este habitualmente dormía o sólo observaba el exterior desde allí, sacando de vez en cuando los tentáculos para cazar algo de comer. Cerca de la cueva, había un pequeño campamento, donde sirenas y tritones, sobre todo jóvenes, esperaban con mayor o menor paciencia el próximo viaje en que se aventurasen junto a aquel gigante submarino, lo cual podría ser en unos días o al paso de varios meses, pero a la mayoría no les molestaba.

Con la prisa propia de la emoción por obtener lo que se quiere, Solveig se soltó del abrazo de su mamá y nadó a toda la velocidad que podía, exclamando: —¡Tío Google!

En aquel momento, el colosal pulpo estaba dormido, pero al resonar la voz de la sirenita por toda la cueva, despertó inmediatamente y reclamó: —Primero se saluda. Me asustaste, pequeña. ¿Qué haces aquí?

Anémona entró a la cueva, nadando con calma detrás de su pequeña, y saludó al kraken: —Buenas tardes, tío Google.

Mientras Solveig se pegaba de nuevo a su mamá, el tío Google respondió: —Ah, buenas tardes, Anémona. ¿A qué debo su visita?

La sirena explicó la razón lo más resumidamente que pudo, con lo que la pequeña creyó que no iba a ser necesario convencerlo, pero no fue así.

El kraken miró varias veces a Solveig, usando uno sólo de sus enormes ojos para enfocar mejor la minúscula figurita. Aun habiendo escuchado que el hechicero A. Brah, a quien tenía en alta estima y consideración, le había dado su aprobación a esta niña para iniciarse en el conocimiento de la magia, sólo con observar a esa cosita esponjosa de cabello despeinado y ropita oscura que le evitaba ser cegado por el colorido de sus escamas, podía asegurar que el hechicero de la isla se había equivocado.

—Solveig, de buen grado te enseñaré todo lo que sé de las ciencias mágicas, pero eso deberá ser dentro de algunos años.

Naturalmente, la sirenita se molestó por estas palabras, y haciendo un pucherito, se aferró con más fuerza a su mamá antes de protestar: —¿Cómo que "años"? ¡Eso es mucho tiempo para esperar!

—Eres demasiado pequeña e inquieta, así que no es buen momento para que seas una aprendiz, ya que la magia requiere de paciencia y observación, cosas que se obtienen al crecer — explicó el tío Google."

Uno de los niños interrumpió: —Pero no necesariamente pasa así; por ejemplo, mi hermano mayor no me tiene paciencia.

El narrador se rió y respondió: —Eso es cierto, pero en ese momento el Kraken lo olvidó.

—¿Y qué le contestó Solveig? — preguntó una niña.

"Bueno, en ese entonces ella tampoco sabía que no siempre se adquieren cualidades con el paso del tiempo, pero estaba muy segura de que no se iba a rendir, y exclamó: —¡Le demostraré que estoy lista, tío Google!

Y él, dándole palmaditas en la cabeza con uno de sus colosales tentáculos, dijo: —Bien, quizá tu mente lo esté, pero tu cuerpo no, ya que no has crecido lo suficiente. Para efectuar muchos hechizos necesitas usar tu propia energía, y aunque se nota que tienes en abundancia, a la larga te va a afectar, puedes enfermarte o no crecer bien. Dudo que quieras ser tan bajita para siempre, ¿o sí?

Solveig negó con su cabecita apresuradamente, pero de todos modos no había cambiado de parecer. Sin embargo, el sonido de su estómago hambriento, que ya tenía un rato vacío, exigió algo de comer.

Anémona, además de que también sentía hambre, se preocupó más por los dos bebés, pues podía sentir que también necesitaban comer, así que decidió rápidamente: —Será mejor que volvamos mañana. Por ahora regresemos a casa.

El astro de las profundidadesWhere stories live. Discover now