11: Una inocente petición

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—¿Y qué hacen aquí para entretenerse? —preguntó Itzmin cansado de que su única conversación tuviera que ver con indicaciones de Mixcoatl.

La serpiente respondió:

—No hay mucho por hacer aquí. Este mundo se nos vende como una utopía donde ya no existe el sufrimiento, donde solo nos dedicamos a experimentar la gloria de la divinidad de este mundo, Shinobu. Y pues sí, no tenemos que correr por nuestras vidas, aunque no padecemos hambre podemos encontrar muchas cosas para comer y en sí nuestra vida es pacifica. Pero es mortalmente aburrido. Aparte, más que un premio después de la muerte me parece un castigo eso de no recordar nada de nuestra vida en el mundo de los vivos. No recuerdo nada y por eso no puedo sentir dolor, pero no deja de molestarme eso de que no tengo algo que recordar.

Por instrucción de Mixcoatl dieron vuelta al pasar junto a una roca con forma de oso.

—¿Y quién es este Shinobu que tanto mencionan? —preguntó Itzmin—, también me lo mencionaron cuando me enviaron aquí.

Mixcoatl negó con la cabeza y respondió:

—Ni idea. Solo sé que es la divinidad regente de este mundo, quien creó el mundo de los vivos y este pequeño "paraíso" —Itzmin notó el sarcasmo con el que se había dicho esa última palabra—. Nunca le he visto y no sé de alguien que lo haya hecho, pero se supone que al menos en este mundo está en todas partes, por eso de "solo nos dedicamos a experimentar la gloria de la divinidad de este mundo".

Itzmin reflexionó esa información, pero decidió mejor ya no darle importancia ya que no parecía que fuera a ayudar para su misión.

Luego de un rato de caminata, llegaron a un pequeño río de aguas cristalinas.

—Estamos cerca —anunció Mixcoatl—, ahora solo hay que seguir el río hasta su nacimiento.

Continuaron avanzando en línea recta con el río a su mano derecha, hasta que poco a poco comenzó a hacerse visible algo: era una estructura hecha de varias piedras de color gris oscuro que parecían levantar una pirámide muy rústica, pero aún así algo alta. Itzmin calculó que sería al menos unas tres veces más alta que él.

Lo más llamativo de esa construcción era que por varios de los agujeros que dejaban las piedras entre ellas, salían varios chorros de agua, creando un pequeño manantial que desembocaba en aquel río que los había guiado hasta ahí.

—Lindo, ¿verdad? —preguntó Mixcoatl llamando la atención del muchacho—. Al menos este mundo tiene lugares interesantes para la vista. En fin, ahí están tus flores.

Con su cola Mixcoatl apuntó al suelo y ahí, rodeando el manantial, Itzmin vio una serie de plantas. Su tallo era verde, como cualquier otra planta, pero al ver la parte que sería la flor, Itzmin comprendió la razón de su nombre: las hojas eran blancas y brillantes, con pequeñas manchas grises y estaban curveadas de tal forma que le recordaron a la luna tanto menguante como creciente.

Itzmin sonrió feliz porque su tarea estaba a punto de terminar, se acercó a ellas y se hincó frente a unas con la intención de arrancarlas cuando algo pasó: Un gorgoteó se dejó escuchar.

—Sabía que iba a haber complicaciones —se lamentó la serpiente.

—¡¿Qué?! —exclamó Itzmin preocupado.

La tranquila superficie del manantial empezó a agitarse, unas burbujas salieron del fondo de este y después parte del agua se levantó en una enorme masa que poco a poco tomó forma.

Parecía una mujer, o por lo menos lo parecía de la cintura para arriba. Tenía el cabello negro y rizado muy largo hasta la cintura, era de piel muy clara y sus ojos eran de un brillante color azul. Sin embargo, bajo la cintura la cosa era muy distinta: llevaba una cola de serpiente de escamas tan verdes que podrían confundirse sin problema con el pasto tras ella.

La tierra del AhuízotlWhere stories live. Discover now