06: Una prisión verde

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Un olor a sal le llenó los pulmones mientras una sensación de ardor le cubrió la piel. Se encontraba bajo una luz muy brillante que no le permitía ver en dónde estaba, pero cuando la luz dejó de calarle, lo que vio le sorprendió.

Estaba en una ciudad no muy distinta a la suya, construida de edificios de piedra blanca hasta donde alcanzaba la vista. Algo reclamó su atención: el sonido de agua moviéndose a sus espaldas. Se giró y su sorpresa no hizo más que crecer: agua hasta donde alcanzaba la vista, siendo invadida por algunos montones de tierra a la distancia en los que podían verse otras construcciones similares a las que ahora se encontraban a sus espaldas.

Intentó ver más allá de ese espectáculo, pero se distrajo al ver cómo frente a él llegaba la barcaza más grande que hubiera visto en su vida, siendo empujada por una serie de mantas en la que en cada una había un dibujo de...

Abrió los ojos. Sintió el cuerpo bañado en sudor, lo cual era normal puesto que estaban en verano aunque era una lata tener el cabello largo en esa época del año, pues se le pegaba en la frente.

Con su mano retiró algunos mechones de cabello de su morena frente y los juntó con los demás jalando hacia atrás su cabellera. Parpadeó un par de veces más para hidratar sus ojos color avellana y en voz baja se dijo a sí mismo:

—¿Otro sueño?

Sin embargo, no pudo detenerse a analizar el mundo con el que había soñado porque...

¡PUM!

Algo suave en la cara y luego se escucharon un par de risas.

Se quitó la almohada que le había golpeado, miró a su lado y vio a dos niñas idénticas: la misma estatura de una niña de siete años, la misma piel morena, los mismos ojos dorados y el mismo cabello castaño alborotado. Lo único que las diferenciaba era que una llevaba una trenza saliendo de su sien izquierda mientras que la otra llevaba la misma trenza pero en su lado derecho.

—Dice mamá que ya te levantes —dijo burlona la de la trenza izquierda mientras que la otra seguía riendo.

Pese al aviso, el muchacho frunció el ceño, gruñó y rugió:

—¡Mocosas!

Todavía riendo por su travesura, las gemelas se apuraron a salir del cuarto de su hermano. De un tirón el muchacho se quitó la cobija que le cubría, se puso de pie, se colocó el pantalón y la manta y después salió corriendo a darles caza a sus hermanas.

En el piso de abajo había dos mujeres. Una de ellas, la más joven de ambas con el largo cabello atado en una larga trenza, se encontraba preparando el desayuno junto a un fogón mientras que la otra, ya una anciana como evidenciaban las arrugas en su cara y su cabello gris, estaba sentada en una silla tejiendo. Ambas mujeres vieron interrumpida su rutina por un momento al escuchar un grito de "¡Mocosas!" viniendo desde el piso de arriba. La mujer de la trenza suspiró mientras que la anciana rio.

Acto seguido, por las escaleras que llevaban al piso superior de la casa se escucharon unos pasos apresurados para después revelar a las gemelas, quienes todavía riendo fueron a ocultarse detrás de la anciana, quien encantada preguntó:

—Siuapili, Techiayotl, ¿ahora qué hicieron?

En toda respuesta, de las escaleras bajó el hermano mayor de estas hecho una furia tratando de atrapar a las niñas quienes se limitaban a esconderse detrás de la anciana, hasta que la mujer de la trenza tuvo suficiente y dijo con una voz muy seria:

—Itzmin. Vas a tirar a tu abuela.

Itzmin se detuvo en el acto: el tono de la mujer de la trenza, aunque tranquilo, ya era bien conocido que llevaba implícita una amenaza de castigo si no se tranquilizaba en el acto.

La tierra del AhuízotlDove le storie prendono vita. Scoprilo ora