10: Otra prisión verde

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Itzmin comenzó a despertarse y se dio cuenta de que estaba acostado boca abajo con la cara enterrada en pasto, pero este pasto era diferente, se sentía suave, casi como si estuviera hecho de algodón.

Se puso de pie y lo que vio lo sorprendió: Frente a él se abría un enorme campo de hierba color verde esmeralda por el que sobresalían de tanto en tanto enormes árboles de brillante tronco café y hojas también de un color verde brillante y flores de colores tan variados como los del arcoíris. Podía escuchar el sonido del viento meciendo con suavidad toda la flora del lugar.

Pero lo que era más sorprendente era lo que estaba arriba: el cielo, que no era de su acostumbrado color azul, sino de un verde pálido solo manchado de blanco por algunas nubes movidas por el viento.

—Hace honor a su nombre —dijo al darse cuenta de la razón del nombre de ese lugar.

Se dio media vuelta y frente a él estaba una enorme puerta conformada por lo que parecía ser agua de color verde.

—Por aquí entré —se dijo viendo su reflejo distorsionado en la superficie de aquella agua—. ¿A qué vine?

Empezó a forzar su memoria hasta que lo recordó: tenía la misión de encontrar la flor de pétalos de luna para curar a Akauali.

Se llevó la mano a la cabeza. El Ahuízotl le había dicho que ese lugar afectaría su memoria, pero no esperaba que fuera tan rápido. Tenía que apurarse a encontrar la flor, ¿pero cómo?

Itzmin se dio cuenta de que tenía varios problemas. En primera, no sabía cómo era la flor de pétalos de luna, en segunda, aunque lo supiera no sabía en dónde encontrarla y en tercera, en caso de resolver los dos primeros problemas, ¿y si se perdía a la hora de encontrar la puerta de regreso?

Suspiró contrariado por todos esos problemas y se cruzó de brazos para tratar de pensar en cómo solucionar todos esos inconvenientes, pero después recordó que el tiempo se le agotaba y que quedarse ahí parado solo le estaba haciendo perderlo, por lo que decidió optar por lo obvio: para los dos primeros problemas, buscar algún habitante de ese mundo para preguntarle por instrucciones y para el tercero, confiar en la buena voluntad de los dioses para ser capaz de encontrar el camino de regreso.

Se echó a andar, pero conforme más avanzaba se dio cuenta de varios detalles, el primero era que parecía estar solo, pues salvo el viento y sus pisadas, no escuchaba nada más. También estaba el detalle de que no sabía si el tiempo avanzaba, pues aunado al hecho de que no había sol en ese cielo (pero aun así todo estaba iluminado como si fuera medio día), no había algo más que a Itzmin le sirviera para tratar de calcular cuánto tiempo había transcurrido.

Al fin pudo ver a la distancia un bosque que se extendía hasta donde le alcanzaba la vista.

«Maldita sea», pensó molesto dándose cuenta de la ironía. Sin embargo, dado que solo podía ver el bosque, decidió internarse en él con la esperanza de por fin encontrar a alguien que pudiera ayudarle y no tuvo que buscar mucho, pues apenas había pasado unos cuantos árboles cuando lo escuchó:

—Pero mira lo que el jaguar trajo arrastrando —dijo una voz sobre él.

Levantó la mirada hacia las copas de los árboles pero no vio nada, salvo una pequeña silueta que cayó de las ramas cerca de sus pies. Parecía un lazo rojo que... ¡¿se movía?!

Dio un salto hacia atrás y cayó de espaldas en un intento de alejarse de aquella serpiente que ya había levantado la cabeza y le miraba con unos ojitos negros.

Ya un poco alejado de la criatura, levantó la cabeza intentando divisar al bromista que le había arrojado aquella serpiente, pero continuó sin ver a alguien en la copa de los árboles.

La tierra del AhuízotlWhere stories live. Discover now