02: Tiempos desesperados

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Aztlan, la poderosa ciudad estado muy al norte de Kuauxiko y que se había hecho con el control de toda la región con la política militar expansionista del gran orador Aztlan Mixtli Tizoc.

Astli y Tletl eran originarios de Aztlan, pero se habían ido al estar hartos de las fatalidades de la guerra y junto a supervivientes de otros pueblos destruidos por las armadas de Aztlan fundaron Kuauxiko, donde esperaban poder estar lejos de las maquinaciones de Tizoc, pero al parecer no se alejaron lo suficiente.

Astli, Tletl y Xochitl fueron hasta la entrada este de Kuauxiko para encontrarse con las fuerzas armadas de Aztlan y al llegar divisaron a lo lejos al pelotón de guerreros que portaban las armaduras de guerrero jaguar que ellos alguna vez habían llevado, así como la de un guerrero de mayor rango: un guerrero águila.

—Son como veinte —le susurró Tletl a Astli mientras se acercaban.

—Si estás pensando que tenemos ventaja numérica, olvídalo —le respondió Astli en voz baja—. De aquí nada más tú y yo somos guerreros. Aunque ellos solo sean veinte, bastarán para reducir Kuauxiko a cenizas si los provocamos.

—Tenía que intentarlo —respondió Tletl entre molesto y resignado.

Llegaron ante los guerreros de Aztlan. El guerrero águila, con el rostro oculto bajo el casco que asemejaba a la cabeza de dicho animal, miró interesado al gran orador. Astli lo notó, pero no se dejó intimidar y se presentó.

—Mi nombre es Aztlan Atl Astli, soy el gran orador de este asentamiento llamado Kuauxiko. Permítanme darles la...

Pero no pudo terminar su saludo, pues el guerrero lo interrumpió:

—¿Astli? —dijo divertido mirando al gran orador y luego miró a Tletl—. ¿Tletl? ¡Sabía que eran ustedes, par de inútiles!

El guerrero águila se quitó el casco y reveló a un hombre moreno, de labios hinchados, perforaciones en las orejas, un cabello corto sujetado en una coleta sobre la cabeza y tatuajes blancos por toda la cara tratando de emular a una calavera para asustar a sus enemigos.

—Aztlan Youali Tlaesotili —susurró Astli mirando al hombre frente a él.

El guerrero águila esbozó una enorme sonrisa mostrando una hilera de amarillentos dientes y dijo.

—Pero que pequeño es el único mundo.

***

Tlaesotili siguió a Tletl y a Astli hasta la choza de este último. El guerrero águila dejó a sus guerreros en formación en la entrada de Kuauxiko, lo cual podría haber sido un movimiento peligroso, pero los guerreros jaguar que le acompañaban sabían que su líder era más que capaz de cuidarse solo. De hecho, tal vez nunca se habría visto un hombre tan adepto para el combate como lo había sido Tlaesotili.

Llegaron a la choza de Astli y solo el dueño y el guerrero águila entraron en ella, con Tletl y Xochitl quedándose afuera a esperar, expectantes a lo que fuera a ocurrir.

—Tío Tletl —le llamó Xochitl jalando su manta—, ¿quién es el hombre que está con Astli?

—No es alguien por quien debas preocuparte —respondió Tletl mientras apretaba los dientes por mentirle a Xochitl de esa manera. Tlaesotili sería muchas cosas, pero no algo por lo que no hubiera que preocuparse.

Cuando él y Astli ingresaron a los ejércitos de Aztlan, Tlaesotili lo hizo al mismo tiempo que ellos. Pero mientras que Tletl y Astli habían ingresado al ejército para buscar aventuras, gloria y tesoros, Tlaesotili lo había hecho con el único afán de matar cualquier cosa que respirara.

Pronto los dos amigos descubrieron que la guerra no era tan gloriosa como el abuelo de Astli les hacía ver en las historias de su juventud que les contaba en su infancia y con el pasar del tiempo, poco a poco comenzaron a sentirse incómodos con ser parte de una matanza que a ellos se les hacía sin sentido, pero para Tlaesotili la cosa era muy distinta: él estaba en su elemento.

La tierra del Ahuízotlحيث تعيش القصص. اكتشف الآن