07: El festival

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Luego de mucha preparación y esfuerzo por parte de los habitantes de Kuauxiko, bajo la luna, las estrellas y la luz tanto de antorchas, fogatas y faroles, el festival de verano del Ahuízotl llegó.

Por las calles del poblado podían verse ya los puestos montados con varios productos ya fueran ropas finas o comidas especiales para la ocasión, así como varios juegos, como lo eran tirar algunos vasos con pelotas, atinarle a pequeños platos con monedas o meter canicas en algunos agujeros de una plataforma, todo esto con el objetivo de ganar premios, por lo que los padres con sus hijos o algunas parejas estaban ahí tratando de ganar algo para sus seres queridos.

Además estaba la música, ya que casi cada calle del poblado tenía su propio conjunto de músicos que tocaban distintas canciones invitando a los pobladores a bailar con alegría por la paz otorgada por el ser que les había protegido por todos esos años.

Y aunque Itzmin no era particularmente fanático del Ahuízotl, hasta él no podía evitar empaparse un poco del ambiente festivo que inundaba el pueblo, por lo que iba con toda su familia paseando por las calles, esta vez en compañía de su padre, un hombre llamado Ejekatl, alto y fornido que revelaba largas jornadas trabajando en la cantera del pueblo, pero que pese a su porte de hombre rudo no podía evitar sonreír como un bobo en compañía de sus dos hijas, cada una tratando de llamar su atención para que les compraran cosas muy dispares.

—¡Itzmin! —escuchó el muchacho que le llamaban de entre la multitud. Se giró y vio que abriéndose paso entre las personas venía Teocuali.

Cuando el muchacho al fin llegó con su amigo, Itzmin preguntó:

—¿Todo bien?

—Te tengo malas noticias —respondió Teocuali—. Hablé con Chimali y me dijo que el torneo de Yolosasanili se va a retrasar hasta después de la entrada del Ahuízotl.

Itzmin abrió los ojos de sorpresa.

—¡¿Qué?! ¿Por qué? —exclamó el muchacho decepcionado.

—Según parece el juez principal tuvo una emergencia en su casa y volverá hasta después de que el Ahuízotl se vaya.

Itzmin dejó caer los hombros, abatido. Lo único que esperaba del festival era el torneo de Yolosasanili y ahora tendría que esperar más para participar en él.

—Hay que ver el lado bueno Itzmin —dijo su abuela a su lado—, ahora podremos ver en familia la entrada del Ahuízotl.

Itzmin miró a su abuela. La idea original era que él se fuera al torneo y ya cada quien por su lado ver la entrada del Ahuízotl, pero ahora... se obligó a forzar una sonrisa para no decepcionar a la anciana y decir:

—Sí...

Como los padres de Teocuali estarían ocupados atendiendo un puesto de golosinas y ya que no tenía razón para estar cerca de la arena donde se realizaría el torneo, el muchacho se quedó al lado de la familia de Itzmin el resto de la noche. Cenaron, participaron en algunos juegos y hasta se acercaron a los conjuntos musicales donde Kiauitl los convenció de ir a sacar a bailar a algunas chicas, cosa que hicieron luego de un rato, experiencia que no les fue tan mal y hasta lograron concretar con las muchachas verse al día siguiente.

Y mientras Itzmin y Teocuali hacían planes para su cita doble, pasó: desde la plaza en la entrada del pueblo se escucharon una serie de caracoles. Eso solo significaba una cosa:

—Llegó la hora —dijo la abuela sonriendo—. El Ahuízotl ya viene.

Itzmin torció los labios. Teocuali fue el único que lo notó puesto que las gemelas comenzaron a jalar el manto de su padre.

La tierra del AhuízotlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora