04: ¿Por qué no me comes a mí?

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Astli no tuvo un rito mortuorio, no había tiempo para ello.

Tletl comenzó a coordinar todas las manos disponibles para que empezaran a reunir lo más posible de provisiones mientras que los otros niños trataban de animar a Xochitl que parecía haber perdido una parte de sí misma.

Si bien era cierto que la gran mayoría de los pobladores tenían fuertes creencias religiosas y habían aceptado sin problemas que Astli se había sacrificado en pos de llegar al Xoxokochistli, al pasar los días sin alguna señal de que su primer gran orador hubiera tenido éxito en su campaña de pedir ayuda a los dioses personalmente, la gente comenzó a pensar que tal vez su primer gran orador había tomado "la salida fácil" antes que enfrentar a las huestes de Aztlan, por lo que iniciaron a tacharlo de cobarde.

Estos rumores molestaban a Tletl, ya que aunque creía que la idea de Astli había sido una estupidez provocada por la desesperación, no quería que su memoria fuera mancillada tratándolo de cobarde, pero en ese momento tenía problemas más grandes que apagar unos rumores.

Los días pasaron y la fecha establecida por Tlaesotili llegó. En el centro del pueblo se habían acomodado las provisiones que habían podido juntar.

Tletl las examinaba todas y sacaba cuentas. Si las provisiones fueran para ellos, todo eso les alcanzaría para sobrevivir sin problemas incluso el más duro de los inviernos, pero dudaba que todo ese alimento fuera a bastar para un regimiento completo de soldados.

Nervioso pasó saliva. Si había matado a su amigo en vano, ahora solo le quedaba esperar lo mejor luego de una semana de duro trabajo.

—Ya vienen —le avisó uno de los hombres del pueblo.

Tletl miró al hombre y asintió.

El nuevo gran orador marchó hacia la entrada este del pueblo y en el camino se encontró a Xochitl.

—Vete a casa —le ordenó pero esta negó con la cabeza.

—Quiero estar ahí —dijo la niña con decisión.

Tletl la miró. Tal vez no tenían la misma sangre, pero en efecto ella había heredado lo testarudo de Astli y sabía que incluso si se lo prohibía, lo seguiría.

—Vamos pues —dijo Tletl y le dio la mano.

Llegaron a la entrada acompañados solo por unos cuantos hombres y luego de unos momentos de espera, tras los árboles del frondoso bosque comenzaron a escuchar tambores, caracolas e inconfundibles cantos de guerra que los gobernantes de Aztlan ordenaban enseñar a los niños desde la infancia.

Poco a poco tras los árboles empezaron a salir tantos guerreros jaguar que esta vez no podían ser contados por Tletl. De verdad se podía notar que la ciudad de Aztlan se preparaba para una gran guerra en los territorios del sur. Y como no podía ser de otra manera, a la cabeza y portando orgulloso su armadura de guerrero águila, venía Tlaesotili esbozando una sonrisa burlona que logró asustar a Xochitl.

—Sé valiente —le susurró Tletl a la niña al sentir cómo esta le apretaba con su mano temblorosa.

Los soldados de Aztlan se detuvieron a descansar en la entrada del poblado mientras que su líder se acercaba a Tletl, se levantó su casco y preguntó.

—¿Dónde está el cobarde de Astli?

Tletl apretó los dientes, pero se mantuvo sereno y respondió:

—Tuvo cosas que hacer. Yo estoy a cargo.

Tlaesotili lo miró burlón, pero no dijo nada más sobre el tema.

—Imagino que por lo menos habrán cumplido nuestra petición de hace una semana —inquirió Tlaesotili mirando a Xochitl.

—Por aquí —indicó Tletl y junto con Xochitl comenzó a guiarlo hasta donde se encontraban las provisiones que habían reunido.

La tierra del AhuízotlTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon