Interludios: Los Torneos Pandemonicos

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Adam Smith caminó hombro a hombro con sus quince guardaespaldas, todos cargando rifles a la vista de los patrulleros rusos y los sirvientes que estuvieran anadeando cerca de la misma acera que ellos. La comitiva del Ilustrata llegó hasta un gigantesco tabernáculo octósilo, con ocho columnas blancas sosteniendo su frontón, su pórtico y su fachada. Smith y sus hombres entraron por el arco apuntado del umbral, y al meterse en su interior, se encuentra con otro grupo de diez hombres esperándolo en medio de toda la estancia, vacía e iluminada con focos bioluminiscentes.

Smith sintió la emoción vehemente de reencontrarse con un viejo amigo al ver al hombre de cabello rubio esperándolo con los brazos en jarra. El ruso vestía con jeans ajustados con una correa negra, una camisa negra de rayas rojas y manga larga bajo un chaleco azul oscuro y un broche a la altura del cuello del que colgaban dos listones. El hombre bajó sus brazos y mantuvo la mirada fija con Smith, quien no desistió en devolvérsela con igual intensidad. Al final, el hombre levantó un brazo y le ofreció su palma a Smith. El Ilustrata estrechó su mano, y ambos hombres de negocios se sonrieron.

 El Ilustrata estrechó su mano, y ambos hombres de negocios se sonrieron

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Ambos hombres bajaron sus brazos. Dimitry se dio la vuelta, y sus soldados de uniformes de estética soviética se hicieron a un lado.

—Pase usted primero —dijo Dimitry, los brazos extendidos en un gesto de dejarle pasar—. Es un invitado de carácter extraordinario, ni más ni menos.

—Y será mi primera vez conociendo el "Gran Palacio Siprokroski" —concordó Smith, metiendo una mano en su bolsillo y reavivando la marcha. Dimitry y sus hombres siguieron al séquito de Smith por detrás, sirviendo como escolta trasera mientras que el Ilustrata y sus guardaespaldas se deleitan con la pomposa fachada ajardinada, con estatuas de soldados soviéticos embebidos a los pilares y que dan la bienvenida hacia el enorme pórtico, con portones de más de seis metros de alto. Mientras ascendía por la escalinata, Smith le formuló una pregunta a Dimitry—: sólo como curiosidad, ¿cómo te fue en la última asamblea de los Nueve Reinos con el Totius Infernum en la preparación para recibir a los demonios en la ciudad?

Dimitry Siprokroski se tomó su tiempo para responder. Al llegar a la cima de la escalinata, ambos grupos se estuvieron. Smith se dio la vuelta para encarar a Dimitry. Este, con una sonrisa, le respondió:

—Digamos que el presidente senatorial Adrammelech fue más fácil de diplomar que el jodido Mason Stewart.

El comentario le sacó una sonrisa a Smith. Gracioso, sabiendo que él no sonreía mucho, menos con comentarios que no entendía del todo.

El decoro escrupuloso de los interiores del palacio era justo como Adam Smith se imaginaba que sería el Gran Palacio de los Siprokroski.

El suelo del zaguán era tan pulcro que el reflejo de las baldosas al pasar por encima de ellas era claro y detallado. Las lámparas de cristal pendían de los techos, iluminando todas las estancias y enseñando con la mayor irradiación posible cada porción de relieve de los tapices de las paredes; relieves que hacían formas de arabescos y recorren todos los muros hasta acabar en los tabiques y en las columnas labradas con color dorado. Las enormes galerías se extendían hasta casi perderse la vista al fondo de ellas; recorrerlas junto con Dimitry fue un gusto pulposo, pues pudo escudriñar todos los amueblados, los ventanales con bordados de oro impecables, las lámparas de cristal pendiendo del techo, y las pinturas pigmentadas en los techumbres abovedados que ilustraban al Legendarium Maddiux en distintas etapas de lucha de su vida: primero contra mercenarios, luego contra esbirros de Chernobog, luego contra Superhumanos, seguido por los Kaijus y, por último, acabar en una última e impresionante pintura del Rey Cazador enfrentándose contra Mothvers y K'rorness al mismo tiempo.

Record of Ragnarok: Blood of ValhallaWhere stories live. Discover now