36. Éxtasis

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—¿Por qué un triskel? —preguntó Dan, aún con la vista fija en el tatuaje de Nayua.

Nayua miró su muñeca, recordando. Él le sostenía la mano, aun mostrando aquel dibujo de piel, pasó el dedo gordo sobre el tatuaje sin soltarla, pero ella retiró la mano y se limpió el cosquilleo de la muñeca con la otra.

—Fue un regalo de cumpleaños. Mi abuela me lo regaló cuando cumplí trece años —sus palabras salían lentamente, teñidas de nostalgia. —Era... nuestro símbolo especial. 

Se intentó sujetar la sábana de forma que no le impidiera moverse. Dan pensativo no perdía puntada demostrando lo incierto de la afirmación de que un hombre no es capaz de hacer dos cosas a la vez.

—¿Tu abuela? —Dan pareció sorprendido. —¿Ella tenía un triskel igual?

—Sí, exactamente igual —Nayua esbozó una sonrisa triste, no tanto por la situación sino por la cálida imagen de su abuela, aquel recuerdo le rozaba el alma. 

Dan asintió, procesando la información.

—¿Y alguna vez te explicó qué significaba el triskel para ella? —indagó, su curiosidad evidente, su interés disimulado.

Nayua se quedó pensativa. No intentando recordar el pasado, intentando entender el presente. Interpretar las señales. Las palabras de Dan. Los hechos acontecidos. Atar cabos, hilvanar historias. Construyendo el puzle. Estudiando salidas.

—Siempre decía que era un símbolo de eternidad, de continuidad... —añadió como quien lanza carnada para ver si hay algo que pescar.

—Es más que eso —murmuró Dan. —Un símbolo antiguo, cargado de significados. Y ahora, parece que ese mismo símbolo te ha puesto en el centro de algo mucho más grande.

—¿Un... qué? —Nayua frunció el ceño, una mezcla de confusión y detenimiento para ordenar las ideas, las sensaciones. Conectar información. Organizar sus pensamientos.

Dan se acercó a la ventana, mirando hacia fuera como si la luz de la mañana fuera la única forma de encontrar respuestas, como si su esperanza estuviera depositada por completo en el cielo matutino. Se pasó la mano por una barba que acumulaba ya tres días.

—En mi línea de trabajo, he aprendido que ciertos símbolos atraen ciertos... eventos. Y el triskel... bueno, digamos que no es la primera vez que lo veo asociado a situaciones... complicadas —explicó Dan intentando suavizar la tensión que presentía en el cuerpo erizado, tenso, casi rígido, de aquella hipnótica mujer.

—¿Estamos hablando de magia? —dijo no solo escéptica perdida, sino con desdén.

—No, me refiero a que atraen a gente y a los intereses que arrastran —aclaró el empresario.

—¿Gente? ¿Qué gente? —Nayua, envuelta en la sábana ya firmemente atada, parecía una aparición etérea, sus ojos reflejaban una mezcla de intriga y cautela.

Dan, interiormente luchando por mantener la compostura, ser el profesional que siempre lo había caracterizado, no podía evitar dejarse llevar por la electricidad que Nayua desprendía. Había algo en ella, más allá del misterio de su tatuaje, que lo atraía irremediablemente. Se acercó, su mirada fija en la suya, un magnetismo palpable en el aire.

—Gente que opera en las sombras, influenciando eventos que cambian el curso del mundo —dijo Dan, intentando que su voz baja fuera seductora. —Gente que podría ver en ti algo más que una simple mujer con un tatuaje o la que cante a los cuatro vientos los secretos del Voynich.

Nayua sintió un escalofrío recorrer su espalda. La intensidad de Dan era abrumadora, casi tanto como las implicaciones de sus palabras. Sentía una mezcla de miedo por lo que había pasado y cautela por lo que podría pasar. Estaba ante alguien con mucho poder, como una hoguera en San Juan, poder casi mágico, y quería descubrir hasta dónde alcanzaba ese fuego destructor. Pero no quería quemarse.

—¿Y qué se supone que vean en mí? —susurró, su corazón latiendo más rápido, acercando sus dedos al fuego.

Dan se inclinó hacia ella, la proximidad que inició ella la interpretó como corresponder sus deseos.

—No lo sé, Nayua. Pero hay algo en ti... algo que va más allá de un simple tatuaje o una coincidencia —y sus palabras salieron del alma, no de su mente.

Nayua abrió la boca para responder, pero las palabras se perdieron en el espacio entre ellos. Dan, incapaz de resistirse más, cerró esa brecha con un beso. Era un beso electrizante, cargado de todas las emociones no dichas, de la tensión y el deseo que había estado creciendo en su interior.

Pero Nayua no navegaba esos mares. Ni siquiera lo vio venir. En su muestra de interés no había seducción intencionada. Totalmente en shock, durante unos segundos no supo realmente qué estaba pasando y para cuando quiso darse cuenta, Dan, que rodeaba con sus manos la cara y las sienes de la mujer, asiéndola como si fuera a beberla, comenzó a bajar su mano izquierda por el cuello en dirección descendente.

Justo cuando Nayua comenzó a reaccionar, una entrada abrupta sacudió la habitación. De nuevo, el imponente monstruoso perro se coló en el dormitorio, provocando un estrépito que asusto a ambos. Dan soltó a Nayua para intentar que Bu no los tumbara al echar las patas sobre ambos y, cuando la situación no podía ser más caótica, Paola hizo acto de presencia tocando dos veces en el dintel de la puerta.

Nayua, absolutamente desconcertada aún no había salido del shock, derramada sobre la cama por el impulso de Belcebú se palpaba los labios incrédula. Dan, sofocado por el esfuerzo del perro, el beso a Nayua y la interrupción tan inoportuna,  no atinaba a articular palabra.

—Señor Martin —dijo Paola casi tartamudeando, con una coleta rubia perfectamente dibujada—hay un asunto que requiere su presencia.

—Ahora no es el momento —acertó a decir el desaforado empresario.

—Me temo que el asunto no puede esperar —dijo mirando de reojo a Nayua, como indicando discretamente que no quería hablar más de la cuenta.

—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó Dan recobrando la compostura.

—Ha habido... Es una noticia... Alguien ha muerto —consiguió terminar la frase mientras jugueteaba con una de sus perlas intentando usarla de sparring.

—¿Es alguien de mi familia? —preguntó el señor Martin desairado.

—No, señor —contestó la rubia embutida en unos pantalones de cuero negro y una camisa de seda gris con doble puño asimétrico.

—Entonces no me interesa —concluyó intentando dar por zanjado el tema.

—Han encontrado muerto en la bañera a alguien importante —añadió Paola permitiéndose el lujo de contradecir a su jefe, sin perder un ápice de equilibrio de sus impresionantes tacones de aguja.

Dan, más centrado en retomar su negocio por donde lo había dejado, no prestaba la atención que el momento requería. Solo intentaba zafarse de la interrupción, algo que jamás hubiera hecho en circunstancias normales, su profesionalidad hablaba por sí sola, había amasado una de las mayores fortunas del mundo.

—Paola... —y, por última vez esa mañana, fue interrumpido.

—Es el Papa.


Mi sueño en tu bocaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora