21. Café boca

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La luz se desplegó como pinceladas doradas en el lienzo de la mañana, pintando el cielo con cada rayo que iba terminando de borrar suavemente los últimos resquicios de las sombras de la noche. Era mañana de café y tiempo para deleitarse, como si el día estuviera escribiendo un poema en el cielo con versos de sol y el café fuera el pacto con el diablo para poder disfrutarlo.

El Café Sur se alzaba como un templo del buen gusto, donde cada detalle era un susurro de exclusividad y amor por lo bien hecho. Las paredes, vestidas con el esmero de un sastre de alta costura con papel tejido, exhibían cuadros que parecían ventanas a mundos paralelos donde el tiempo solo paseaba. Ébano, lámparas de cristal de Bohemia, acero... El aroma del café, tan rico y profundo como la tierra de la que nacía, se entrelazaba con el dulce perfume de los pasteles, cada uno un pequeño universo de sabor, como si hubieran sido horneados por ángeles moldeando sueños. Las mesas, dispuestas como islas en un mar de lujo discreto, invitaban a los visitantes a sumergirse en un océano de placeres culinarios, donde cada bocado era una caricia al paladar, un secreto susurrado por la naturaleza misma. Bizcochos orgánicos de naranja caramelizada y nueces de Madagascar, tarta de fruta del dragón con nata de leche de búfala, milhojas de harina de maíz y crema dorada de espuma de canela con chocolates africanos, peras en almíbar de lirios morados y azafrán dulce.

En ese café exclusivo y apartado, con vistas a una calle serpenteante de la ciudad, Dan esperaba. Los últimos eventos habían desencadenado una serie de movimientos en el tablero que aún trataba de comprender. Su mirada, perdida en el vaivén de los transeúntes, reflejaba estar sumido en sus insondables pensamientos.

El tintineo de una campana anunció la llegada de alguien al café, rompiendo el ensimismamiento del empresario. Era un mensajero, no con la típica entrega, sino con un pequeño paquete perfectamente envuelto en papel blanco nacarado, sellado con un sello que Dan reconoció al instante. Era el emblema del anillo del Pescador, un símbolo de antiguas alianzas y secretos aún más antiguos.

Abrió el paquete y encontró lo que parecía una brújula. Al abrir la caja de metal bellamente labrado, encontró un dispositivo electrónico que proyectó un holograma. Dicho holograma era una serie de coordenadas y datos que acompañaban a una flecha, una brújula futurista con todas las de la ley.

-Venga ya... -sonrió Dan negando con la cabeza- Con la iglesia hemos topado...

-¿Desea algo más el señor? -interrumpió el camarero mientras a Dan casi le da un infarto y hace peligrar la estabilidad del dispositivo en su mano.

-Caramba, Morty, parece que te deslices sobre ese chocolate derretido tan delicioso que sirves, casi me matas del susto –dijo Dan aún alterado-, tráeme la cuenta, por favor.

-Discúlpeme, sr. Martin, no volverá a ocurrir -contestó con una sonrisa sincera, pero relajadamente burlona.

Mientras Dan reflexionaba y Morty volvía por donde había salido, su teléfono vibró con un mensaje de sus hombres. El intento de secuestrar a Nayua había fallado; ella y Hunter habían escapado, pero no sin dejar rastros.

-Si quieres algo bien hecho, lo tienes que hacer tú... -se dijo a sí mismo en voz alta mientras articulaba de nuevo la e-brújula.

Se volvió a proyectar una imagen, unas coordenadas y la flecha giró sobre sí misma hasta detenerse firme en una dirección concreta. Cerró la tapa de la brújula con el dedo índice y corazón tan pronto como escuchó un taconeo llegar a la mesa.

-Disculpe señor, aquí tiene la cuenta -dijo Morty mientras depositaba un chocolate caliente que rogaba ser saboreado a sorbitos de puro placer- corre por cuenta de la casa.

El camarero se retiró sin hacer ruido mientras Dan miraba que se había cambiado los zapatos por unas botas bastante ruidosas y andaba hacia atrás de puntillas. Abrió su cartera y dejó 50 € de propina.

Se bebió el chocolate sumido en una especie de ritual, como la ceremonia del té. Lo saboreó como se merecía. La felicidad era una cuestión de momentos, y cada cual decidía si se los quiere o puede permitir. Para Dan, la vida no tenía sentido sin desear esos momentos. Pero, sobre todo, sin la capacidad para disfrutarlos. Terminado el desayuno, se levantó, dejó el periódico sobre la mesa y se dispuso a caminar por la tortuosa calle en la que desembocaba el café. La ciudad, un laberinto de secretos y promesas rotas, se abría ante él. Cada paso lo acercaba a una revelación que podría cambiar el juego por completo. Nayua y Hunter, inconscientes de la caza que se reanudaba, se encontraban en una carrera contra un enemigo que acababa de encontrar su norte.

Mi sueño en tu bocaTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang