14. Resucitando

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Mientras Nayua jugaba con Hunter una partida en la que no quería participar, Dan pensaba en que no podía permitir lo que había pasado. Había contratado al mejor mercenario para que le trajera a esa mujer, pero un solo mercenario no podía con su plan b, una multitud de mercenarios ajenos a la ley. Quizás en EE.UU. era menos peligroso, un país de armas, pero en España actos así no pasaban desapercibidos ni se consentían.

-¿Dónde están Pol y Fran? -preguntó Martin con una voz que delataba impaciencia y que no auguraba final feliz si no se resolvían sus dudas ipso facto.

-Llegando, señor -contestó Paola con su moño italiano arruinado por el trasiego anterior, con actitud sumisa pero aguantando el tipo, con porte soberbio.

-Discúlpame, Paola, mirándote me doy cuenta de que todos necesitamos unas vacaciones -cuando lleguen estos dos me los pasas y tómate un descanso, intentaré no molestarte -le dijo su jefe con el mismo temple que lo llevó a encarar el asalto de Hunter sin esconderse.

-Gracias, señor, no es necesario -contestó convencida de que había que dar el 1000% aunque fuera matemáticamente imposible.

-Es una orden, en este país mueren infinitamente más personas por estrés acumulado que por las balas -añadió señalando un periódico que había sobre la mesita.

-Sí, señor -y Paola no quiso contrariar a Dan, generoso, altruista, sí, pero igualmente caprichoso e imprevisible.

Dan Martin no era especialmente sensible con el ser humano, pero sí muy práctico. Al igual que otros antes, ofrecer mejores condiciones al prójimo repercutía positivamente sobre quien las ofrecía. Y, aunque no era la madre Teresa de Calcuta, se jactaba de que su fortuna se debía a aprovechamientos inmorales -o ilegales, aunque no lo reconociera en público-, pero nunca a actos delictivos contra las personas. Entendía que el bien se multiplicaba y que afectaba positivamente de vuelta. Lo que algunos llamaban el karma, lo que él llamaba sentido práctico de la vida. Lo que siembras, recoges.

-Ya han llegado, señor Martin -avisó Paola dispuesta a retirarse como le había indicado, con mejor aspecto.

-Gracias, querida -dijo su jefe mientras observaba cómo se confirmaba que una persona relajada recargaba baterías mejor y funcionaría de forma óptima de nuevo mucho antes.

Eso de saber trabajar bajo presión estaba muy bien, pero esas personas solían ser el perfil de aquellas que morían de infarto antes de los 50. Saber trabajar bajo presión puntualmente, era una cosa, vivir con estrés máximo a diario, era otra. Quizás por esa consideración, los puestos que ofertaban sus empresas se saturaban de solicitudes en horas. Eso, y los sueldos por encima de la media, otra medida más en la línea de su pensamiento de que se trabaja mejor en equipo. Dan Martin no era la madre Teresa de Calcuta, no, pero al igual que Schindler, tenía su corazoncito.

-Hemos perdido el rastro, señor -Fran confirmó lo que Dan sospechaba, que sus sabuesos eran tradicionales hasta para perder.

-Lo sé -añadió con las manos en los bolsillos, mirando cómo dibujaba círculos con los pies descalzos en la alfombra persa rojiza sobre la que no había colocado ni un solo mueble.

Una alfombra de Mashad, Irán, en lana y seda con más de 80 años de antigüedad, perfectamente conservada y mimada, con más de un millón de nudos por metro cuadrado, cuya firma, Sheshkalani, probablemente no le decía nada a nadie que no fuera un entendido del tema. Una preciosa alfombra con flores, tigres y garzas, con casi un centímetro de grosor.

-¿Señor? -dijo Pol estupefacto, intentando entender por qué no se llevaba una bronca.

-¿Sí? -preguntó con una tranquilidad que a sus hombres no les pareció de confianza.

-Lo que Fran ha querido decir es que no sabemos cómo podemos continuar -aclaró a sabiendas de que no era una información agradable.

-No importa -sonrió mirándolos fijamente, aún con las manos en los bolsillos, pero con los pies clavados en su majestuosa alfombra de 150 mil euros.

-Pero ella... -titubeó Fran- ¿Cómo vamos a continuar...? -comenzó su pregunta.

-Las coordenadas donde se encuentran nos las facilitarán sus vaqueros.

Mi sueño en tu bocaWhere stories live. Discover now