32. Bu

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Nada como que alguien desee algo para que ese objeto de obsesión cobre vida propia como si lo que cobrara fuera consciencia de su potencial. Mientras Hunter se devanaba los sesos por no caer en la tentación, por no perder el control, Dan, a miles de kilómetros, hacía lo propio por guardar su precario equilibrio en el mismo fango. Ensimismado en su propio triskel, en la cara interna del tríceps, recordaba el que Nayua Acharya lucía en su muñeca, con estética celta. Era la mantia. No una cualquiera, la trece. Eso eran palabras mayores.

Paseando por París con sus dos lobos checos, con un aire  entre hípster y lúmber, las francesitas cazafortunas lo percibían al instante.

—Paola, recógeme cerca del Louvre en 20 minutos —indicó Dan.

—Señor Martin, la última vez... —comenzó a recordar su ayudante un curioso altercado con una instagramer, con bastantes seguidores, que lo reconoció a pesar de sus escasas apariciones en prensa.

—Respira, mujer, Albert y Einstein me acompañan esta vez, y son bastante poco amigos de tonterías, no me apetece renunciar a mi paseo —indicó el empresario.

—Desde luego, señor, no se me ocurre mejor compañía que esos lobos —contestó  la mujer de escandalosa melena rubia.

—Perros —aclaró Dan.

—Bestias pardas grandes con dientes —aclaró ella, muy consciente del poder de los animales.

Después del poder de sentirse admirado por el sexo contrario, sentía que había logrado su objetivo, desengancharse del vínculo carnal que su cuerpo estaba empeñado en establecer con la imagen de Nayua

Pero un inesperado viaje a Perú le invitaba a desconectar aún más de tensiones. Y de su obsesión por lo que en un principio parecía una simple presa y ahora se había convertido en su cazadora, una suerte de amazonas imponente que había hecho presa en su mente, incluso en su cuerpo. 

Perú. Era uno de sus países favoritos en el mundo por su potencial natural. En Perú se hablaban 47 lenguas indígenas en 55 pueblos de distintas culturas. Encontraba en el quechua, la lengua más extendida, una sonoridad casi extraterrestre, sin embargo, si había algo que deleitaba sus mañanas era despertarse con una indígena cantándole en aymara. Hasta su nombre parecía susurrarle secretos de los dioses. Su línea cosmética se nutría de cultivos en mitad de la selva que él mismo visitaba cada año para cerciorarse que se cumplían sus requisitos, entre ellos, el respeto por la cultura, la gente y la naturaleza. "Lo que siembras, recoges, no es solo una metáfora", solía repetir. Perú era más respetuosa con la selva que otros países colindantes.

De Perú viajó a Brasil, consciente de que se le presentaba una oportunidad de oro al vender su presidente el Amazonas por expansiones de terrenos de lo más locas. Los precios eran una ganga y conseguir la mayor superficie posible podría suponer la explotación controlada de una riqueza natural inconmensurable, pero sabía que no lo tendría fácil, la competencia era feroz, aunque no con tan buenas intenciones. Su política no era de cultivo tanto como de recolección, respetando al máximo lo que la naturaleza estaba por ofrecer puesto que en la generosidad de la madre natura encontraba, siempre, los mayores tesoros y la producción de mejor calidad del mundo. 

Dan Martin era obscenamente feliz, a ratitos. Sabía disfrutar de los placeres terrenales sin caer en las depravaciones de otros multimillonarios. Su especial sensibilidad por los placeres de la vida cobraba especial relevancia al apreciar los matices como nadie, por lo que siempre había algo que le sorprendía. Había patentado una receta para el café que hacía de sus franquicias las más codiciadas en todos los ámbitos, desde las clases más pudientes a los bolsillos más restrictivos. Un café tostado en su justa medida. Odiaba el café negro, quemado. El torrefacto tampoco era santo de su devoción. Su café adquiría unos tonos bronceados como la canela tostada al sol, todos, desde los más básicos a los más exquisitos, por lo que guardaba la esencia de los mismos más allá de la obsesión comercial imperante, esa a la que no le importaba sacrificar la calidad por la cantidad, ni por obtener los beneficios más desorbitados. Había entendido que, en ese sentido, en un mundo totalmente escorado hacia la mala calidad en pro del beneficio, auspiciado por la política en un capitalismo salvaje, le dejaba un margen de maniobra casi exclusivo para él con sus productos de una altísima calidad a precios razonables.

—He organizado la agenda para el fin de semana. Si me permite la sugerencia, podría volver a España y  disfrutar del concierto de las Cuatro estaciones de Vivaldi en el Guggenheim, lo interpreta la sinfónica de... —comenzó a relatar Paola, con un recogido romántico que dejaba bucles rubios aguerridos aquí y allí.

—Prefiero que busques una filarmónica —pidió Dan mientras jugueteaba con una minifalda tableada que, al final, para no acabar en el suelo, terminó entre el pantalón y su cintura, mientras sostenía su primera y última copa de la noche.

—Por supuesto —respondió su ayudante mientras tecleaba en su potente tableta.

—Tenemos en Madrid y en... —continuó informando mientras su traje de chaqueta se empeñaba en demostrarle que la comodidad era un factor a tener en cuenta para mantener la calma.

—Prefiero en Málaga —y su jefe volvió a terminar su frase.

—Sin problema ¿algo más? —preguntó dando cancha para recibir más información y no ser interrumpida de nuevo, mientras se tiraba por detrás de una chaqueta blanco hielo que, por lo entallada, se empeñaba en subirse por detrás.

—El sábado, a las 8, por favor —concluyó el empresario.

—El señor conoce mejor que yo las opciones —añadió Paola, recolocando un mechón de cabello detrás de la oreja derecha, donde se apreciaba un pendiente en forma de estrella.

—No se llega donde estoy yo dependiendo totalmente de los demás —sonrió—, puedes descansar, no te necesitaré hasta mañana por la mañana.

—De acuerdo, gracias, señor Martin —se despidió mientras se recolocaba otro mechón detrás de la oreja donde brillaba un pendiente en forma de estrella fugaz, con una pequeña pero luminosa cola.

—Una última cuestión, por favor, que pasen Pol y compañía —continuó sin que Paola pudiera descubrir si no se acordaba del nombre o simplemente no le importaba.

—Fran —añadió Paola.

—No, me refiero a Pol y compañía —sonrió, perfectamente conocedor de lo que estaba pidiendo—. Están esperando.

Paola se detuvo al salir y comprobó que en la recepción había alguien esperando. Una especie de ejecutor salido de un cómic y otra especie de justiciero acompañado de un enorme animal. La cosa iba de perros.

—Pueden pasar —invitó Paola a punto de retirarse.

Cuando hubieron cruzado el umbral en dirección a Dan, aquel descomunal perro se acercó cariñoso y olfateó la mano del señor Martin.

—Bú, sienta —indicó al mastodonte disfrazado de can.

—Ya no responde ante ese nombre... —intentó aclarar aquel individuo con pinta de villano de cómic justo cuando el perro se sentó.

Dan lo acarició intensamente con las dos manos. Para algo lo había criado durante los seis primeros meses. De dedicar tiempo a lo que interesa siempre se obtienen los mejores resultados. Y esa bestia le interesaba. Bú reconoció en Dan a su padre humano y, de un trato de cariño solo podía surgir fiel lealtad, tan ilimitada como la potencia de mordida de su mandíbula.

El señor Martin, se sacó la minifalda y se la dio a oler a su perro que la olisqueó reconociendo en ella la fragancia de su propio dueño. Pero también la de Nayua.

—Estamos preparados para la misión —indicó aquella especie de híbrido entre ninja y samurái, vestido de negro como no podía ser de otra manera —nada más aterrice nuestro avión nos encargaremos del asunto.

—Os encargáis exclusivamente del cazador —dijo Dan—, la mujer se la dejáis a Belcebú.



Mi sueño en tu bocaWhere stories live. Discover now