23. Improbable

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La mañana se derramaba rojiza y luminosa como la lava de un volcán. Las calles parecían cobre en una fragua a punto de ser forjadas de nuevo bajo el martillo firme de Vulcano. Un rayo de luz incisiva se filtró por la ventana del piso franco e intentó colarse en los pensamientos de Nayua que, ignorante del momento del día, se devanaba por terminar el maldito puzle en su cabeza. El aire estaba cargado de tensión, cada uno meditando sobre la revelación de Jon y lo que significaba para su futuro inmediato.

Nayua, con los brazos cruzados, miraba fijamente a Jon Alexei. Aún sin asimilar la sorpresa de descubrir que el hombre que conocía como un gay ligón despreocupado era en realidad una persona mucho más compleja y enigmática. Suficientes quebraderos de cabeza soportaba ya. No necesitaba a Jon cambiando de identidad y, lo que era peor, quizás de bando.

—Así que, ¿Jon es solo una fachada? —preguntó, su voz mostrando una mezcla de incredulidad y frustración.

Sentado frente a ella, se pasó una mano por el cabello, un gesto que solía hacer cuando buscaba las palabras correctas. Sacó un pitillo y se lo encendió.

—Ni se te ocurra —amenazó Nayua al ver que comenzaba a fumar.

—Tarde vamos. Es un cigarro o acabar con esta maravillosa manicura —dijo Jon enseñando las uñas y queriendo evitar tal desastre.

—Acabáramos —añadió Hunter sonriendo.

—Hay unos caramelos de nicotina... —dijo Nayua

—Sí, los conozco —contestó Jon Alexei sacando la lengua y mostrando un churrete oscuro y derretido.

Hunter esbozó una media sonrisa, Nayua estaba a punto de claudicar y meterse en el cesto de la ropa sucia rogando por la posibilidad de que fuera un agujero cósmico y la engullera. Pasó un ángel. Dos, tres, el desfile del orgullo gay con alas...

—No es una fachada, Nayua. Es una parte de mí, pero hay... más —comenzó a confesar.

—Y tanto que hay más... —continuó inquisidora.

—Hay cosas que he tenido que hacer, roles que he tenido que asumir por razones que van más allá de lo que me gustaría admitir, dejémoslo ahí —su tono era serio, reflejando la gravedad de su doble vida.

Hunter, apoyado en la pared, observaba la interacción. Conocía a Alexei desde hacía años, pero incluso para él, esta revelación había sido un golpe.

—Y ahora, ¿qué? —preguntó Hunter—. Estamos en medio de un juego que parece ser mucho más peligroso de lo que pensábamos.

Jon asintió.

—Es cierto. Y lo que Nayua ha descubierto sobre el manuscrito no quieren que salga a la luz.

Nayua levantó la vista, su expresión endurecida por la determinación.

—Quieren... —interesante forma de no decir nada ¿eres político, aparte, Jon Alexei Nomecreonimedia? —Nayua siguió disparando, dolida.

El silencio se asentó en la habitación mientras los tres contemplaban la magnitud de la situación. Fuera de esas paredes, la ciudad se desperezaba como gato a punto de cazar, ajena al drama que se desarrollaba en su seno, como con el resto de dramas de aquella ciudad.

Jon sostuvo la mirada de Nayua, sus ojos revelando un mar de emociones conflictivas. Por un momento, el espacio se llenó con el eco de las preguntas no formuladas, la tensión casi tangible.

—No soy un político, Nayua, pero sí, tengo que maniobrar en un mundo donde las palabras pueden ser tan peligrosas como las balas —dijo finalmente—. Lo que hemos descubierto... no solo pone en peligro nuestras vidas, sino que podría cambiar el curso de la historia.

Nayua frunció el ceño, procesando sus palabras.

—¿Hemos? ¿Cambiar la historia? ¿De qué estás hablando?

Jon tomó una profunda bocanada de aire, como si se preparara para sumergirse en aguas profundas. Hunter se enderezó, su expresión ahora era una mezcla de sorpresa y comprensión.

—Me da que no eres la primera que ha decodificado el dichoso libro de las narices, querida —añadió el militar mientras la escudriñaba como si fuera una piedra preciosa.

—Exactamente —afirmó Jon—. Y hay personas que harán cualquier cosa para mantener esos secretos enterrados.

La revelación colgó en el aire, pesada como una sentencia. Nayua se pasó una mano por el rostro, asimilando el peso de la verdad. La perspectiva de tener en sus manos tal poder era abrumadora. Pero si querían silenciar es porque era necesario gritar.

Los tres se reunieron alrededor de la mesa, el amanecer de Madrid ahora desplegando el día en todo su esplendor, iluminando sus rostros con la indignación de lo inesperado.

—Ahora tengo yo que confesar algo —dijo Nayua.

—Ay, Dios —suspiró Hunter.

—Lo sé —confirmó Jon Alexei.

—¿Qué sabes? ¿Que no me fío de ti? —dijo la mujer mientras se colocaba los aros con perla que sacó del bolsillo.

—No, que has destruido la traducción del manuscrito —contestó Jon Alexei con el peso y aplomo de quien cree que sabe.

Nayua ladeó la cabeza, casi cómica.

—Aficionado —sentenció con una sonrisa que a Hunter le pareció un anzuelo para cazadores.

Entonces Jon inspiró, espiró y resopló. 

—No fastidies. Dime que no lo has enviado a la televisión...

Mi sueño en tu bocaWhere stories live. Discover now