33. Versus

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El humo siempre es señal de peligro, es la niebla que precede a la llama, el fuego purificador de espíritus malignos, de brujas. Pero el humo en boca de Jon estaba muy alejado de ser un motivo de estrés, todo lo contrario, era sinónimo de paz. Exhalar el humo era lo que más le tranquilizaba, jugando a esculpir el aire a golpes etéreos de alquitrán y nicotina. Cada voluta era un espectro efímero, naciendo y desvaneciéndose en un suspiro de ceniza y fuego. No era simplemente humo, era un ballet aéreo, un desfile de formas que danzaban al ritmo de pensamientos no asumidos, de los que, en ocasiones, él mismo se escondía. A veces, el humo se arremolinaba como una espiral de recuerdos distantes, un remolino de momentos pasados que se esfumaban tan rápido como habían aparecido. A la luz de la luna, este humo parecía capturar fragmentos de plata, brillando brevemente como estrellas fugaces atrapadas en una corriente de aire. 

Hunter y Nayua lo observaban desde una esquina cercana, era evidente que no tramaba más que escaparse a admirar la belleza de la noche mientras se dejaba arrastrar por su necesidad de fumar. Miraba la luna cómo brillaba la noche, a gritos de luz, orgullosa de ser su amante. Hunter, con quejas disfrazadas de preguntas, quejas por mantenerlo al margen de a saber qué, se dirigió directo a él. Una cosa era confiar, otras pecar de ingenuo. Y Hunter no era complicado, pero mucho menos vida por estrenar.

Mientras el humo de Jon tejía sus secretos en el aire como araña acechando presa, Hunter avanzó con una determinación que ocultaba su incertidumbre interna. La luna seguía amando la noche, un testigo silencioso en su juego de luz y sombras, bañaba la escena en una luz que parecía desvelar más misterios de los que ocultaba. Cada paso de Hunter era una mezcla de cautela y audacia, como si estuviera entrando en un territorio desconocido.

-¿Qué estás ocultando, Jon? -La pregunta de Hunter, aunque formulada con una ligereza y sencillez aparente, era un arma de doble filo, complicada por antonomasia. Jon, sorprendido pero no del todo desprevenido, dejó escapar una sonrisa tensa. El humo de su cigarrillo se elevó entre ellos, un velo etéreo que parecía querer suavizar las aristas de su confrontación.

En la cercana lejanía, Nayua, observaba con una mezcla de frustración y alivio. Su deseo de confrontar era fuerte, pero la necesidad de entender lo que sucedía desde la distancia era aún más intensa. La noche no era solo un telón de fondo para estos encuentros; era un espejo de sus propias turbulencias internas. Quizás decepcionada de no encontrar una excusa para confrontar a Jon, se recolocó su pequeña mochila y regresó sobre sus pasos al destartalado piso en busca de su propio camino hacia la redención, en soledad, con la intensa necesidad de desconectar del estrés.

En ese momento, la tensión entre Hunter y Jon dio un giro inesperado. Jon, con un suspiro, pareció ceder ante el peso invisible de sus pensamientos. 

-No es lo que crees -comenzó, su voz más suave, casi perdida en la brisa nocturna-. Hay cosas que incluso yo no puedo controlar. 

-No me dices nada que ya no sepa, Lexi, dame algo más para que no empiece yo también a dudar de ti -añadió su amigo.

La escena se convirtió en un delicado equilibrio entre lo insustancial y lo trascendental, entre las verdades a medias y las mentiras a medias. Cada personaje navegando en un mar de dudas y revelaciones, Jon en sus propias dudas y Hunter en las compartidas. 

Un sentimiento de presagio, que ella interpretó como ese novedoso miedo que había alquilado piso para larga temporada en su corazón, le invadió el alma atropelladamente. "Pareces una vieja con los temores nocturnos", se dijo, y acto seguido abrió la puerta del cochambroso piso. Pero no. La intuición, como parte inexplicable del sentido común, hizo acto de presencia en forma de personal de Dan, incluyendo a su bestia, Belcebú.

-Pasa -dijo una sombra sentada cómodamente en un sofá que nunca mereció la pena.

Como una liebre deslumbrada en un camino, la inmovilidad hizo presa en la profesora. La perplejidad, esa serpiente que clava sus colmillos a traición, encontró en Nayua su enésima víctima y ni pudo atravesar el umbral de la puerta ni huir despavorida, como hubiera tocado en ese momento.

-Grrrrr -y, de las tinieblas, surgió Belcebú con gruñido de ultratumba.

No veía bien al demonio, pero por la altura de la sombra y lo ronco del rugido, lo pensó motor Mercedes 12 cilindros en V y 8.000 cc pero no en coche, en tanque. Aquella bestia arrancó a correr justo cuando Hunter rodeó a Nayua por la cintura y la tumbó en el suelo, arrastrándola detrás de uno de los sofás, mientras abría fuego con un revolver que brillaba hasta sin luz, su espectacular Magnum. El perro, que no atendía a medias tintas ni temía lo que para él era habitual, las detonaciones de las armas de fuego, se abalanzó de un salto sobre el sofá y, de una dentellada al aire mientras aterrizaba, consiguió herir a Hunter sin ni siquiera haberle alcanzado a morder de lleno. Y, como también le pasa a los tanques, la escasa rapidez en virar dio un gran margen de maniobra a la pareja para alcanzar la cocina y atrancar la puerta. Una vez allí, Nayua parecía saber cuál era el siguiente paso, apartó la mano de Hunter de su propio costado, sangriento, alzó la camiseta y allí estaban las marcas de los dientes del perráncano: cosa fea. Sacó de su mochila un pequeño saquito de tela, se lavó las manos y, después de secárselas, simplemente esparció las hiervas secas sobre la herida con la mano hasta cubrirla por completo.

Hunter se dejó hacer, observándola, más fascinado por la destreza y decisión de la mujer que porque la fea herida le supusiera alguna novedad. Tiros más largos había sufrido, y no solo como metáfora de la vida.

-¿Y ahora qué? -preguntó Nayua terminando su tarea.

Pero Hunter, que siempre tenía un plan b, una opción sacada de la nada, esa habilidad que solo la experiencia y la destreza pueden generar, y una innata capacidad para resolver problemas planteados con urgencia, estaba más lento de lo habitual y la detonación controlada de la puerta de la cocina lo lanzó contra la pared dejándolo inconsciente.

Primero, apartaron los restos de la puerta con un temple y orden que a la lingüista, aún aturdida por la microexplosión, le pareció la paradoja más absurda contra la que jamás se había enfrentado. Belcebú, expectante, esperó tranquilo a que la faena estuviera concluida y, una vez más, se abalanzó cómo una apisonadora redimensiona el asfalto. Nayua sabía que no tenía nada que hacer contra aquella mole en un sitio tan estrecho y sin escape alguno. Su mente, al límite de la realidad, pedía auxilio a lo imposible y no le pareció mala idea teletransportarse.  Extendió los brazos para parar la primera dentellada y salvaguardar la cara y el torso y, entonces, una oportuna avispa le picó en el brazo, o eso le pareció hasta que se dio cuenta de que solo era un dardo. 

-Bueno, por lo menos no me voy a enterar cuando le haga la digestión en la barriga de Cthulhu -susurró observando aquella máquina de matar, mezcla de Rottweiler y Gran Danés con casi 180 kg, mientras se acercaba.

Y, al fin, ya casi inconsciente, Bu le lamió la cara.




Mi sueño en tu bocaWhere stories live. Discover now