Capítulo 31

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Louis está de pie en lo alto de la colina, observando el movimiento de las oscuras figuras de la batalla que tiene lugar en la planicie de Troya. No es capaz de distinguir rostros ni formas individuales. La carga hacia la ciudad se asemeja a la marea; el centelleo de las espadas y armaduras parece el de las escamas de los peces bajo el sol. Los griegos han rechazado a los troyanos, tal y como lo dijo Harry. Pronto regresará, Agamenón cederá y ellos volverán a ser felices.

Pero no logra sentirlo así en su interior, donde hay un embotamiento. El torturado campo de batalla es como el rostro de la Gorgona, poco a poco le vuelve de piedra. Las formas serpenteantes se retuercen más y más ante él, congregándose en un punto oscuro en la base de Troya. Ha caído un rey, o un príncipe, y se están disputando el cuerpo. ¿El de quién? Se escuda los ojos con la mano, pero no logra ver nada más. Seguro que Harry puede decírselo.
...

Ve fragmentos de la escena. Los hombres recorren la playa de camino al campamento. Ulises cojea junto a otros reyes. Menelao sostiene en brazos a alguien cuya bota manchada de verdín cuelga libremente. Unos mechones de pelo revuelto se han deslizado sobre el rostro, formando una suerte de sudario improvisado. Ahora, el torpor es misericordioso, pero al cabo de unos pocos momentos se produce la caída.

Echa mano a la espada con la intención de cortarse el cuello y solo cuando su mano vuelve vacía recuerda que me había entregado su acero. Entonces, Antíloco le coge por las muñecas y los hombres se ponen a hablar, aun cuando todo lo que él puede ver es la túnica empapada de sangre. Con un rugido, aparta a Antíloco de su lado y tumba de un golpe a Menelao. Se deja caer sobre el cuerpo y se queda sin respiración al comprenderlo todo.

Profiere un grito desgarrador, y otro, y otro más. Se tira del pelo y se lo arranca a puñados. Castañas hebras caen sobre el cadáver ensangrentado.

-Harry -dice-, Harry, Harry.

Lo repite una y otra vez hasta que la palabra es solo un sonido. Ulises se arrodilla y le insta a comer y beber. Le invade una ira feroz al oír eso y está a punto de matarle, pero para eso debería dejarme y no puede. Me sujeta con tanta fuerza que casi noto el latido de su corazón, como el aleteo de una mariposa. Es un eco, el último jirón de mi espíritu aún sujeto a mi cuerpo. Un suplicio.
...

Briseida corre hacia nosotros con el semblante crispado de dolor. Se dobla sobre el cuerpo. Sus adorables ojos negros vierten unas gotas cálidas como la lluvia estival. Se cubre el rostro con las manos y gime. Louis no la mira. Ni siquiera la ve. Se pone en pie.

-¿Quién hizo esto? -Su voz quebrada y rota suena terrible.

-Héctor -contesta Menelao.

Louis aferra la lanza de Menelao e intenta arrebatársela, pero Ulises le agarra por los hombros.

-Mañana. Héctor ha entrado en la ciudad. Mañana, Pelida, mañana podrás matarle.

Lo juro. Ahora debes comer y descansar.
...

Louis solloza. Me acuna, no come ni pronuncia otra palabra que no sea mi
nombre. Contemplo su rostro como si lo viera a través del agua, igual que un pez observa el sol. Vierte una catarata de lágrimas, pero yo no puedo enjugárselas. Este es mi elemento ahora: la media vida de un espíritu insepulto.
Su madre acude, la oigo llegar con el sonido de las olas rompiendo contra la orilla. Si yo le disgustaba en vida, es peor cuando encuentra mi cadáver en brazos de su hijo.

-Está muerto -dice con su voz inexpresiva.

-Y Héctor también. Mañana.

-No tienes armadura.

-No la necesito. -Muestra los dientes, está haciendo un esfuerzo para hablar.

-Él mismo se hizo esto -le dice mientras alarga las manos frías y pálidas para retirar las de Louis de mí.

The Song of TwoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora