Capítulo 32

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Un anciano acude anuestro pabellón en el corazón de la noche, cuando los perros salvajes dormitan y hasta los búhos guardan silencio. Viene sucio, con las ropas rasgadas, los cabellos le huelen a polvo y cenizas. Sus ropas están húmedas después de haber vadeado el río a nado. Aun así, sus ojos son claros cuando anuncia:

—He venido a por mi hijo.

El rey de Troya cruza el interior de la tienda y se arrodilla a los pies de Louis, haciendo una reverencia con la cabeza.

—¿Oirás la plegaria de un padre, poderoso príncipe de Ftía, tú, el mejor de los griegos?

Louis mira los hombros del anciano como si estuviera en trance. Le tiemblan a causa de la edad, lastrados por la carga del pesar. Este hombre ha engendrado a cincuenta hijos y los ha perdido a todos, salvo a un puñado.

—Te escucharé —le contesta Louis.

—Los dioses bendigan tu amabilidad —replica Príamo, cuyas manos parecen heladas al contacto con la piel caliente de Louis—. He venido desde lejos esta noche lleno de esperanza. —Se estremece sin querer a causa del frío de la noche y las prendas húmedas—.Lamento que mis plegarias sean el único don que pueda darte.

Esas palabras parecen conmover un poco a Louis, que le dice:

—No te arrodilles. Deja que te traiga algo de comida y bebida.

Le ofrece la mano y ayuda al viejo monarca a ponerse de pie; luego le entrega una capa seca y los cojines suaves favoritos del anciano Fénix; por último le sirve vino. En contraste con la piel arrugada y los pasos lentos de Príamo, Louis parece repentinamente joven.

—Te agradezco la hospitalidad —dice Príamo. Habla despacio y con un acento muy fuerte, pero su griego es bueno—. He oído decir que eres un hombre noble y a tu nobleza apelo. Somos enemigos, pero no se te tiene por alguien cruel. Te ruego que me entregues el cadáver de mi hijo para darle sepultura y así su alma no vague perdida.

El rey se esmera por no mirar el abatido rostro envuelto en sombras. Louis no
aparta la mirada de la oscuridad recogida en sus manos ahuecadas como una copa.

—Has demostrado coraje viniendo aquí solo. ¿Cómo has entrado en el campamento?

—La gracia de los dioses me guio.

Louis alza los ojos.

—¿Y cómo sabías que no iba a matarte?

—No lo sabía —responde Príamo.

Se hace un silencio. Ambos tienen vino y comida delante, pero ninguno come ni
bebe. Puedo ver las costillas de Louis a través de su túnica. Los ojos de Príamo descubren otro cuerpo, el mío, tendido sobre la cama. Vacila un segundo antes de preguntar:

—¿Es ese… tu amigo?

—Philtatos —contesta Louis con severidad. «El más querido»—. Fue el mejor de los hombres. Tu hijo le mató.

—Lamento tu pérdida —responde Príamo—, y también lamento que fuera mi hijo quien te lo arrebatase. Aun así, apelo a tu clemencia. En el duelo, los hombres deben ayudarse unos a otros aunque sean enemigos.

—¿Y si no lo hago? —quiere saber Louis con voz envarada.

—Pues en tal caso, no lo harás.

Se hace un momento de silencio.

—Aún puedo matarte.

«Louis».

—Lo sé. —El monarca habla con voz sosegada y sin miedo—. Pero merece la pena jugarse la vida si existe una posibilidad de que el alma de mi hijo pueda descansar en paz.

The Song of TwoOnde histórias criam vida. Descubra agora