Ilhuitl Onaqui Cuauhtli Ahmo Inin (Ajach 1)

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—La forma en que te están viendo —dijo una voz a su lado. Se volteó, bajó la mirada y vio a los ojos a William Germain, poniéndose a su lado y cruzando los brazos—, ¿qué opinas al respecto?

Cornelio apretó los labios y apoyó una mano sobre el pomo de su espada.

—Es la misma forma en que los senadores romanos me veían durante las Guerras Púnicas —admitió, su mirada paseándose a través de las largas filas de Pretorianos y los Tlacuaches auxiliares, muchos de ellos siendo nahuales de la población común que se enrolaron recientemente—. Tedio, desesperación... Toda esa mezcla de sentimientos de una población que ya está harta de soportar guerras.

—Entiendo ese sentimiento —murmuró William, rascándose la barbilla con su prótesis. Se quedó viendo las filas de pretorianos —. Los atentados de los Coyotl han disminuido desde lo de Mechacoyotl, ¿cierto?

—Así es —contestó Cornelio. Esbozó una sonrisa—. Según parece, los remanentes de los Coyotl ahora están sin propósito y sin dirección con el abandono de su líder. Ya no están aplicando las mismas tácticas de guerrilla de antes, y cometen errores de novatos que los dejan al descubierto—chasqueó los dientes y le guiñó el ojo a William—. Con la ayuda satelital de Nikola Tesla, será ahora pan comido cortarles las cabezas a la Hidra sin que esta se regenere. 

William correspondió a su entusiasmo con una sonrisa de compañerismo

—Eso lo deja claro, entonces. 

Los dos Ilustratas se dieron la vuelta y vieron a Xolopitli caminar hacia ellos. El Mapache Pistolero portaba una armadura de cuero tachonado de color anaranjado, y cargaba en su hombro la espada-rifle Juramentada. Xolopitli caminó hasta llegar a ellos, y los vio a ambos con una mirada seria.

—Tonacoyotl es el hijo de puta más rastrero que haya conocido en toda mi chingada existencia.

—Ni que lo dudes, amiguito —dijo Cornelio, la sonrisa aún destilando en su duro rostro. Aló la vista, y vislumbró a lo lejos, en el centro ajardinado de todo el campus, un gigantesco círculo de más de treinta metros de diámetro, atiborrado con un montón de símbolos de estrellas de David, pentagramas, triángulos equiláteros y circunferencias encerrando cubos y octógonos—. Tú y yo. De aquí a antes de que empiece el Torneo, habremos acabado hasta al último de los Coyotl.

Xolopitli se quedó viendo aquel gigantesco espacio de dibujos alquimistas creados por William Germain. Enormes expectativas se generaban dentro suyo con la nueva y peligrosa aventura que iba a llevar a cabo. Y, probablemente, sea la última aventura que vaya a realizar con el grupo que por décadas consideró su familia. Ese peso emocional se manifestaba en el filo de la espada-rifle apoyada en su hombro. Xolopitli la miró de reojo, y la palmeó con su otra mano.

Las marchas de los Pretorianos saliendo de los partenones de la Embajada cesó. Más de mil efectivos se encontraban formados en las plazas y los campus, dominando con su presencia militar todo el ambiente civil. El silencio reinó en todo el lugar, siendo acompasado por los lejanos relámpagos de los nubarrones. El Estigma de Lucífugo, en lo alto del firmamento, juzgándolos a todos con su demoniaca mirada.

Cornelio miró hacia atrás, y vislumbró algo por encima del hombro.

—Aquí vienen —anunció, dándose por completo la vuelta. William y Xolopitli se giraron, y allí los vieron. A los Manahui Tepiliztli encaminándose hacia el centro ajardinado del campus. 

Uitstli iba a la cabeza del grupo, seguido muy de cerca suyo Randgriz y Yaocihuatl, ambas mujeres empuñando sus respectivas lanzas. Tras ellas venían Tepatiliztli y Zinac, este último cargando en sus hombros a Tecualli quien agitaba de arriba abajo su garrote mágico, saludando así a Xolopitli. El Mapache Pistolero sonrió y le devolvió el saludo. Finalmente, más atrás de la fila, venían Eurineftos y Xipe Tócih, el primero teniendo su altura original de cinco metros de alto con lo cual se llevaba más las miradas de admiración de los Pretorianos. Las miradas de los aztecas cambiaron al verlos entrar  y caminar por el campus, pasando del hastío a la maravilla de ver al grupo de sus héroes estando a punto de entrar a la acción una vez más para salvarlos del peligro. 

Record of Ragnarok: Blood of ValhallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora