Huallaliztli Yehhuatl Teotl

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Eso fue hasta que llegó la Segunda Tribulación, la destrucción de Xocoyotzin, y el nuevo reinado bajo la nueva monarca, Brunhilde Freyadóttir. 

Con la Vieja Capital destruida, y millones de aztecas damnificados, Uitstli y toda su familia no le quedaba de otra más que trasladarse a otro sitio y hacer nomadismo. Sin embargo, luego de la llegada de Dioses Aztecas que los ayudaron a construir los cimientos de las Regiones Autónomas, Brunhilde vino a ellos y les dijo que les proporcionaría su ayuda humanitaria si Uitstli estaba dispuesto a llevar a cabo una misión que solo él y ella tendrían conocimiento. Ese era una misión de sicariato a los dioses Centeotl y Kauil, dos deidades que, a diferencia de los que vinieron a ayudarlos a fundar las regiones, no juraron lealtad a la Corona.

El último atisbo de memorias que formaron las sombras fue un escenario lúgubre: un largo pasillo, lleno de escombros y con las paredes quebrantadas, donde al final de este se encontraba un aposento con un trono labrado en piedra caliza. En él se sentaba un ser humanoide, de piel totalmente negra, cabeza ovalada astada con cuernos negros que perforaban sus ojos, y una túnica rasgada de color rojo oscuro que a duras penas cubría su enclenque cuerpo. La deidad maya oyó pisadas acercarse hacia él, lo que lo puso alerta y lo hizo encaramarse sobre su impotente trono.

Y sin que él se diera cuenta, una mano empuñando una espada de fuego se aproximaba lentamente hacia su delgado cuello. 

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Uitstli, quien empuñaba el arma, apuntaba con precisión para ejecutar su limpio ataque. Pero justo cuando iba a realizar el espadazo, se quedó estático al oír el quejido triste de Kauil preguntar si era su sirviente quien había venido a acompañarlo. Eso le hizo sentirse extraño. De la extrañeza pasó al arrepentimiento. Del arrepentimiento al horror de estar viendo lo que estaba a punto de hacer. De que estaba a punto de convertirse en un inescrupuloso asesino. Su mirada se volvió en mil yardas, y Uitstli... no pudo llevar a cabo la ejecución. 

Esa mirada de mil yardas fue todo en lo que se enfocó la visión, y los ojos traumatizados del Uitstli del aquel entonces se transformaron en los nostálgicos y melancólicos del Uitstli del presente, con el semblante pensativo. Se encontraba sentado en los peldaños de una de las escalinatas del opulento interior de la Embajada de la Multinacional Tesla, ajeno al mundo exterior, y embebido en profundas memorias que, hasta ahora mismo, no había revivido. 

Funcionarios del edificio iban y venían, sus murmullos atiborrando todo el zaguán con comentarios sobre las políticas a implementar en Mecapatli. Subían y bajaban de la escalinata, algunos de ellos dedicándoles miradas curiosas. Uitstli permaneció allí sentado, la mirada melancólica observando a las secretarias, a los consejeros y magistrados caminar de un lado para otro, todos ellos concentrándose en el mundo real mientras que su mente divagaba sin parar en la oscura fantasía. Algunos aztecas acompañaban a esos funcionarios, ellos vestidos con mocasines mezclados con abalorios aztecas que, junto con sus oscuros tonos de pieles, los hacía resaltar de los civitanos. Algunos pasaban de largo suyo, no sin antes dedicarle un respetuoso saludo que Uitstli ignoraba... por estar encerrado en sus pensamientos.

El melancólico guerrero azteca se puso de pie y comenzó a bajar la escalinata. Paso a paso, a veces tambaleándose y pareciendo que se va a caer. Caminó por el amplio zaguán hasta alcanzar un pasillo. Caminó por el, y a través de una de las vidrieras vio al Jefe del Pretorio, Publio Cornelio, con sus manos apoyadas sobre una mesa y hablándole firmemente a varios oficiales de Cartel de los Tlacuaches para ejecutar el plan de rescate de los aztecas de Tlapoxichecatl. Cornelio alzó la cabeza y alcanzó a cruzar miradas copiosas con él. Uitstli le dedicó una leve sonrisa y siguió su camino.

Record of Ragnarok: Blood of ValhallaWhere stories live. Discover now