XXVII

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Esa noche no puede hablar con él, pues para cuando le permiten pasar, ya lo han vuelto a dormir.

—Necesita descansar —asegura una enfermera.

Protestaría diciendo que ha descansado durante tres días, pero sabe que tiene razón. Su cuerpo tiene que recuperarse de lo que acaba de vivir.

Lo que es una buena noticia es que le hayan bajado un poco los calmantes, lo que significa que no le dolerá, pero estará más despierto la próxima vez que lo haga. Duerme a su lado, con la seguridad de que Agoney lo despertará con caricias.

Cuando Gloria y Benito cruzan la puerta a las nueve en punto, se los encuentran en la misma posición en la que han dormido los últimos días, pero despiertos. El moreno acaricia el rulo que se escapa del pelo de Raoul, estirándolo, enrollándolo en su dedo para después dejarlo flotar hasta caer en su frente. Raoul no aparta la mirada de él ni un instante, como si se estuviera grabando su imagen a fuego.

—Gracias a Dios. —A la mujer le tiembla la voz cuando entra y abraza a su hijo—. Gracias a Dios que estás bien y despierto. Pensé que te me ibas.

—Hey, tranquila... —Es la primera vez que habla desde que despertó por segunda vez y nota la boca pastosa, así que carraspea un par de veces y prueba a segregar saliva—. ¿A dónde me voy a ir yo sin Raoul?

Gloria no sabe si reír o llorar, pero por el momento se queda con la sensación de tenerlo entre sus brazos. El médico aparece buscando hablar con un familiar, así que Benito sale. Raoul lo hace detrás, para dejarlos un momentos a solas.

Nerea es la siguiente en llegar, con los ojos cristalizados. Ese gesto se convierte en un sollozo en cuanto le permiten abrazar al policía. Se pone a hablar de cómo se sintió cuando lo vio allí tirado y entre ella y Raoul tuvieron que salvarle la vida y llevarlo hasta la ambulancia. El moreno aprieta la mandíbula y la deja desahogarse. Él ha estado dormido, sin sentir nada gracias a los calmantes. El verdadero reto es estar al otro lado, sufrir por alguien a quien no puedes ayudar. Ha estado ahí también.

A lo largo de toda la mañana, con pequeños huecos que tiene en blanco porque las enfermeras aumentan la dosis, todos sus amigos se pasan por allí. Ricky se queda demasiado tiempo para su gusto, hasta acabar ahogándolo en abrazos. Es Raoul quien lo defiende, con la mirada húmeda. Supone que han vivido el mismo calvario.

Jonathan espera a la hora de comer, pues la mayoría tienen que irse a un turno de emergencias y él acaba el suyo. Se sonríen con una camaradería que le impide quedarse mucho tiempo.

—Así que ahora te ha dado por traer flores —comenta, señalando el ramo de flores con su nombre. Está débil, pero tiene su sentido del humor—. No te tenía por un romántico.

—Ya ves, tío, me pones sentimental. —Se sienta a un lado de la camilla sin mucho cuidado—. La última vez que me pides que me esconda, voy a ser tu puta sombra, ¿me oyes?

Agoney pone los ojos en blanco.

—No fue para tanto.

—Casi te desangras ahí mismo. —Apunta con un dedo a su pecho, sin llegar a rozarlo—. No me digas que no fue para tanto. Hemos estado... Raoul ha estado...

—Me lo imagino —masculla, bajando la mirada a sus manos, que juguetean con la manta—. Lo he vivido, sé que es una mierda tener a quien quieres en el hospital sin poder hacer nada. Y ambos por herida de bala. —Le sale una sonrisa irónica.

—¿Y tú cómo te encuentras?

—Estoy muy cansado —susurra—. Me da vueltas casi todo, se presenta mucha gente dándome abrazos y solo me apetece dormir..., pero siento que llevo años haciendo eso, no quiero asustar a la gente.

En el improbable caso de una emergencia-RAGONEYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora