IV

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Siempre ha creído que Madrid era una ciudad de locos, que tanta gente no podía traer nada bueno a sus emergencias. Hasta que ha llegado a una ciudad como Murcia, donde su primera llamada del turno es por intoxicación por mercurio. Una empresa entera intoxicada por mercurio, no está de broma.

Esto ha implicado muchas personas intentando autolesionarse y tirándose por las ventanas del edificio. Policía, bomberos y paramédicos trabajan lo más rápido que pueden para salvar el mayor número de vidas, teniendo en cuenta que una planta completa parece contaminada.

Por desgracia para Raoul, por supuesto que Agoney está allí y no siente que pueda concentrarse con el moreno siendo un continuo recordatorio de todo lo que está mal en él. No deja de mirarlo como cachorrillo, mientras el policía pasa de él y trata de hacerse útil en la situación estresante.

Lo único que le da alivio es que está respetando que parezca haber acabado todo.

Vuelve a la realidad al ver a Miriam moverse entre las mesas donde estaban sentados los ejecutivos antes del brote. Se cruza de brazos, acercándose a Aitana y Juan Antonio.

—Está haciendo lo suyo, ¿no?

—Tiene toda la pinta —musita la chica del flequillo.

—¿De quién es este sándwich? —Alza la voz la gallega, llamando la atención de todos. Levanta un bocadillo, para ejemplificar.

—Mío. —Levanta la mano un joven asiático, que tiembla, intentando liberarse para cometer un acto que su yo consciente lamentaría.

—¿De dónde has sacado esto? Tiene mercurio dentro, joder.

—De la mesa de la comida —contesta una mujer, su jefa por lo que recuerdan—. Todos hemos comido del mismo sitio.

La bombera se dirige a esta y comienza a inspeccionar todos los ingredientes. El resto se mira con preocupación.

—¿Tienes algo? —pregunta Manolo.

Miriam lo ignora y se dirige directamente a la jefa.

—¿Dónde compráis la comida? Esto es de algún servicio.

—Sí, lleva años con nosotros, nos lo traen todas las mañanas.

Entonces se vuelve hacia Agoney. El moreno asiente. Están pensando lo mismo.

Media hora después, un coche de reparto aparca frente al edificio. Aitana y Raoul son los encargados de salir, aún con su uniforme de bomberos.

—¿Diez bocadillos de tortilla de patatas con lechuga y tomate para el servicio de bomberos? —pregunta, a lo que la castaña asiente y se acerca para quitárselos.

—¿Es de buena calidad?

—De la mejor —presume el hombre—. La hacemos entre mi hijo y yo, pero me gusta encargarme de los repartos personalmente.

—Ya. ¿Tiene el extra de mercurio que le gusta añadir?

La sonrisa en su rostro va mutando a la estupefacción. Ninguno de los dos bomberos ha dejado su expresión alegre, comprobando que para ellos no hay mercurio. Con la cara pálida, comienza a caminar hacia atrás para alejarse de ellos.

Solo que choca con un pecho duro.

—¿A dónde ibas? —pregunta Agoney, aclarándose la garganta.

Palideciendo todavía más, intenta correr. Y hay que decir que lo intenta, porque de un tirón el policía lo tiene contra la puerta de su propio coche. Mientras le dice sus derechos y lo esposa, Aitana se acerca. Raoul aún no se atreve demasiado, pero ha sentido demasiadas cosas con esa imagen.

En el improbable caso de una emergencia-RAGONEYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora