A pesar de que seguía sonándole extraño el hecho de que Igni le dedicara miradas bastantes amables hacia ella, se armó de valor y se sentó con cuidado para evitar incomodarse. Reflexionó bastante.

Después de todo, ¿por qué iba a darle importancia a Cristal, su otra identidad, si es que anhelaba despojarse de su pasado y de aquel antifaz? Parecía haberse mal acostumbrado a las andanzas por las que pasaba junto a Sombra, el único al que podía nombrar como el que la había defendido del dolor.

Sin embargo, era hora de abrirle el corazón a una nueva respuesta.

Ya no poseía más excusas para recibir golpes ni amenazas: Le había quedado bastante en claro que, siendo una desconocida, le daría otros beneficios que retornar a ese viejo antifaz.

El silencio empezó a invadir el cuarto. Nerviosa, Laila vio a Igni rascarse la pequeña barbilla y evitó mirarlo directo a los ojos. Sus manos temblaban por debajo de las mullidas frazadas con olor a flores sintéticas. Mantenía muy poca esperanza de que pudiera hablarle, pese a que sabía que callar no era una opción viable.

—Laila, ¿estás bien? —le inquirió con preocupación —No sé si quieras decirme algo.

Al acabar el rato silencioso pasó, por fin murmuró.

—No sé, Igni. No tengo ideas de cómo decir por todo lo que pasé. Me acostumbré al dolor, aunque quiera soltarlo.

—Podés hacerlo —él le aclaró con un roce de sus cálidas manos, pese a que Laila intentaba ocultarse debido a su marca natal —Estoy seguro de que te entendería.

Tomó aire profundo, y con sus frágiles dedos que empezaban a juguetear con las frazadas celestes, dejó que él se acomodara a su lado.

—A veces, creo que, en la vida, no todos tenemos las oportunidades correctas para ser feliz. Y ese es mi caso. Tuve que vivir angustiada y sin respiro, ni alegría. No sé qué pasará.

—¿Te sentías mal desde antes?

—Desde que perdí a mis padres, y si no hubiera ocurrido eso, quizás ni me hubiera resignado a aceptar moratones ni amenazas.

Relajándose, prosiguió sin perder el hilo de la plática. De a poco, la confianza empezó a crecer en ella en cuanto Igni acarició un mechón castaño caído de su frente y alzó la frente para encontrarse con sus ojos claros fijos en su apariencia.

Casi se le olvidaba el hecho de que él era un Guardián, como si su rostro enmascarado no le impusiera una barrera para expresarse con libertad. Y a pesar de las circunstancias, era agradable para Laila verlo así.

—Comprendo tu situación. Desahogarte te dará más tranquilidad.

—Recuerdo que, de pequeña, mi madre decidió negarse a que analizaran mi sangre. Pensaba que yo tenía una marca de poca importancia, quizás una peculiaridad causada por una variación genética. No era verdad, porque mamá nunca me dio detalles hasta que las cosas empeoraron.

—Suena bastante raro tu caso, Laila. Considerando que en las tomas de sangre que me dio la enfermera, no detecté inconvenientes, no creo que seas lo que ando suponiendo ¿Cómo empeoró esa situación?

 «Si sabe que soy una Trascendida, problablemente decida matarme»

—Me fue imposible ser admitida en varios colegios. Y no tuve una vida normal —ella continuó tras una pequeña pausa —Intentaba amigarme con el lugar y muchos se escondían de mí. Un día, después de esos líos dolorosos a los que me iba acostumbrando, una persona decidió que un accidente iba a ponerme un final a mi vida. Sobreviví, pero jamás volví a verle el rostro a mi familia. Los perdí para siempre. Supongo que una marca podría considerarse una maldición.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: 3 days ago ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Guardianes de la AscensiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora