41. Tu elección

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Cuando llegó al apartamento y su abuela le dijo que Mérida se fue junto a Manuel a su hogar pegó el grito en el cielo, tanto de asombro como de alegría

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Cuando llegó al apartamento y su abuela le dijo que Mérida se fue junto a Manuel a su hogar pegó el grito en el cielo, tanto de asombro como de alegría. Enseguida la llamó, le preguntó cómo estaba, si le gustó cómo quedó la casa y si necesitaba que la acompañara esa noche. Al recibir en respuesta que estaría bien por poco lloró, contenta porque se recuperara de sus traumas.

Con la promesa de que al día siguiente la visitaría con Berenice, Julieta durmió tranquila. Le pidió también que ante cualquier eventualidad no dudara en llamarla, algo que no pasó. En la mañana se vieron de pasada cuando Mérida llevaba a su hijo al colegio, la vio tan bien que la trató como lo fue antes, su querida vecina.

Al mediodía, tal como acordaron, se encontraron en el apartamento de Mérida, donde Berenice y Julieta no pararon de preguntarle cómo se sintió con ese cambio, si le agradó ver sus cosas adornando su hogar y en ello saltaron a un tema que sólo hasta que lo mencionó doña Berenice, fue que se acordaron.

—Verdad que ayer vi que Gustavito vino a dejarte —mencionó la abuela, que como quien no quiere la cosa, sirvió jugo en unos vasos. Le entró mucha curiosidad por saber qué pasó entre ese par de tórtolos—. Lo vi muy cambiado, y más guapo con esa ropa de oficina —opinó con un dejo de picardía.

Julieta pronto reparó en su abuela, con ojos bien abiertos y la boca también, dibujándosele luego una sonrisa maliciosa al enfocar a Mérida quien tenía las mejillas coloradas por la pena.

—¡Oye! No me acordaba que el morenito te recogió del consultorio —dijo, como si no fuera relevante, agarrando uno de los vasos ya lleno—. ¿Cómo está? Hace rato que no lo veo. Hablamos, pero rara vez, lo último que supe es que tiene otro empleo. ¿Es verdad? —consultó, con sumo interés. Al mirar a Mérida por poco se burló de la cara puso, perpleja y a la vez avergonzada.

Evadió las miradas inquisitivas, hasta de Manuel quien se mantuvo ajeno a la conversación, pero ante la mención de Gustavo no demoró en mirar a su madre, más que entusiasmado por saber de su amigo.

—Si, tiene otro empleo —explicó, estirando la mano para coger uno de los vasos—. Se cortó el cabello y viste formal, por las normas.

—¡¿Qué?! ¡¿Cómo?! —exclamó Julieta más que asombrada—. Tengo que verlo, presenciar ese cambio extremo.

—¡Si! Ojalá venga a visitarnos —exaltó el único infante en la mesa, captando las miradas femeninas. Su exaltación hizo que su madre frunciera el ceño, confundida y a la vez feliz porque le tuviera tanto aprecio.

—Sería planear algo este finde —sugirió Julieta, luego de darle un trago a su bebida. Ante la evasión de Mérida entendió que pasó algo no muy bueno entre esos dos por lo que rápido se corrigió—. Aunque, bueno, sería ver si él puede.

Enseguida pasó al tema del nuevo empleo de Mérida; sería una asistente en línea, que confirmaría pedidos y entregas en una empresa manufacturera. No tendría que lidiar con clientes sino directamente con proveedores de las distintas materias primas, algo más llevadero que tratar con personas enojadas por fallas en el servicio. Por su buena hoja de vida, referencias y con las palancas que le proporcionó Julieta, el trabajo le cayó como anillo al dedo, necesario para que pudiera laborar desde casa sin esforzarse tanto.

Lamento Meridiano ©Where stories live. Discover now