8. No le gusta salir

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En las últimas semanas notó a su amigo raro; en el apartamento se la pasaba de buen humor, cooperaba con los quehaceres y varias veces le invitó la comida que ordenaban a domicilio, algo muy inusual. Sabía que de su familia no se trataba; Gustavo se independizó de sus padres hacía cuatro años porque para ellos, el que prefiriera trabajar en vez de estudiar era una falta de respeto al sacrificio que hicieron al educarlo en los mejores colegios, además de que le criticaban su manera de vestir y las amistades que tenía, chicos de cabello largo, con tatuajes o en su defecto que fumaran y bebían. Así que se le hizo demasiado extraño que estuviera tan de buen ánimo porque además ya no salía de fiesta. Prefería quedarse en casa viendo películas o escuchando música en vez de divertirse como un hombre a sus veintiséis años debería, con amigos, de parranda y bebiendo hasta perder el conocimiento, lo normal en la anterior rutina de Gustavo, pero no.

Por eso, intrigado porque estuviera tan concentrado en el trabajo, quiso saber qué o quién lo tenía con tan buena actitud.

Ese sábado, Fabián se topó a Gustavo acomodando los nuevos equipos de sonido en la sección de tecnología, donde él era un vendedor. Estaba junto con una mujer con la que coincidió varias veces a quien poco le hablaba porque no le pareció alguien muy sociable, debido que cada que la saludaba era muy seria al contestarle. Su amigo colocaba las grandes cabinas en la parte alta del estante de demostración mientras que su compañera, a quien conocía con el nombre de Mérida, limpiaba unas bocinas pequeñas, cubiertas de polvo por el tiempo que llevaban en exhibición, a la espera de ser vendidas.

Se le complicó hacerse de un espacio para hablar con su amigo a solas debido a que en las noches él llegaba al apartamento, comía y se encerraba en su cuarto. Aprovechó que ese día casi no había clientes para averiguar lo que le sucedía.

La charla que tuvieron se prolongó por el constante movimiento de Gustavo, que iba de un lado al otro desempacando equipos, algunos televisores y computadores; debido a ello, al aludido se le fue estresante responder a las extrañas preguntas que le formulaba Fabián, sobre todo la última que lo dejó mirándole como si le hubiese dicho un disparate.

—¿Son drogas? —le cuestionó el moreno frente a él, enarcándole una ceja, en ese gesto indagador que le empezó a irritar.

Gustavo lo observó por varios segundos con evidente molestia, más cuando Fabián, en vez de retractarse, se rio canalla, dando por sentado que estaba metiéndose alucinógenos, siendo ese el justificativo de que no saliera y estuviera de buen humor.

—¿Cuáles drogas? —inquirió, indignado, agarrando una caja vacía de uno de los televisores, para llevarla al carrito de carga donde acumulaba la basura para llevar a la bodega.

—No me refiero a las drogas esas que alguien se mete para ver duendes, me refiero a las otras que formula un doctor cuando alguien tiene el ánimo por el piso —explicó Fabián, caminando tras él.

Lo que detestaba Gustavo a parte de las mentiras, era que sacaran conclusiones de su vida que no eran ciertas. Que lo calificaran de inadaptado social por como vestía, o que asumieran que era un drogadicto por tener tatuajes y el pelo largo, lo enervaba. Le enfurecía que lo estereotiparan al verlo pasar; más de una vez le sucedió que al tomar el transporte público, por sus fachas, las viejas histéricas se sentaran varios puestos lejos de él o escondieran sus pertenencias; por eso se compró una moto, para no subirse a un bus nunca más.

Ahora, que su amigo dedujera de la manera más absurda que el motivo de su buen humor fuera porque se medicaba contra alguna enfermedad mental lo sacó de quicio, muy aparte de que, desde que llegó a esa sección, lo tuviera encima averiguando qué lo tenía así de contento. No supo cómo se contuvo de mandarlo al carajo.

Lamento Meridiano ©Where stories live. Discover now