19. A salvo

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Debía regresar al trabajo el jueves, si no, su jefe le tendría su carta de despido. Pese al miedo de conciliar con su esposo el que pudiera salir de su propio hogar, por la visita que tuvo en la mañana, el enfrentarlo no le resultó tan complicado como en otras ocasiones.

En lo que servía la cena para los tres, como si no fuera relevante, reparó en el hombre cuyo cabello revuelto y ropa de estar en casa, distraído en su celular, tecleaba y reía, mensajeándose con su amante de seguro. Se atrevió a contarle lo sucedido.

—Me llamaron del trabajo —explicó, aparentando timidez, como era usual cuando le pedía permiso. David continuó en lo suyo, abarrotándose la boca de comida y con una mano revisando el teléfono—, debo presentarme mañana si no quiero ser despedida.

—Que te despidan —respondió, burlándose por las imágenes que le compartía su colega del trabajo, subidas de tono, jugueteos donde con memes le expresaba lo que quería que él le hiciera—, ya no quiero que trabajes. Debes quedarte en casa cuidando de Manuel y de mí, como la buena esposa que eres, ¿cierto, Manu?

Aquello la irritó. Era lo que solía hacer al proponerle algo que contradecía lo que ordenaba; usaba a su hijo para que se sintiera mal por la decisión que tomara.

—Si, mami, descansa porque estás enferma —repuso el pequeño en cuestión, regalándole una sonrisa que le achicó el corazón por su inocencia.

Si supiera cada cosa que su padre le hacía la alentaría a que trabajara, o tal vez tendría miedo de apoyarla; era muy pequeño para entender la realidad detrás de su aparente matrimonio feliz, para saber que David la golpeaba.

—Me gustaría, cariño, pero tengo que reunir dinero para los gastos del apartamento y para la comida —le explicó, ofreciéndole una sonrisa que a su esposo le irritó.

—Pagaré por comida si hace falta, te doy todo, lo sabes —objetó, severo, sin contraer ninguna facción con tal de aparentar calma. Mérida comprendió al instante que no le gustó en nada que lo refutara.

—Lo sé, sólo que el predial no se ha pagado y si no lo hago el apartamento lo perderíamos —expuso, poniéndolo en jaque.

Era la única deuda pues su sueldo le era insuficiente. Era muy cumplida pagando el impuesto del apartamento, así como el seguro médico de ella y su hijo y otras cuentas que su marido le recargaba porque el dinero que ganaba lo usaba para el coche, viajar y darle regalos a su madre y a la amante de turno. Eso de que le daba todo era una banalidad; apenas si le ayudaba a surtir la alacena, a cubrir los servicios siendo lo único que pagaba completo con su propio dinero el internet y su suscripción para comprar infinidad de juegos de consola, supuestamente para su hijo cuando en realidad eran para él.

Aquello la agobiaba porque debía trabajar medio tiempo para cuidar de Manuel, ya que su comprensivo esposo se negaba a contratar una niñera o a pedirle a su suegra que lo tuviera por las tardes porque según por su edad no podía cuidarlo, aunque si tenía la vitalidad para irse con sus amigas de la iglesia al salón de belleza o a reunirse en un café para charlar.

Su hijo no le representaba ninguna molestia, ni pretendía que otro lo cuidara, pero ante su situación, no tener algo de ayuda la abrumaba mucho por lo que cada trabajo bueno que le sirviera así tuviera que suplicarle a David que le diera permiso para tomarlo, lo haría sin dudar para no quedarse sin un techo.

Lamento Meridiano ©Where stories live. Discover now